Es época de tradiciones, las propias de cada Navidad y de otra que, aunque no lo es, lo va pareciendo:
Tomar una copa de vino la noche anterior al día de Nochebuena al hotel de cinco estrellas que está justo frente a mi casa.
Esta tradición es para mí como ir al teatro y además, puedo participar en la obra.
De hecho, me siento como Miss Sophie en «Dinner for one» o «Der neunzigste Geburtstag», un corto clásico de la televisión que ponen en Alemania, Dinamarca, Suecia, Finlandia y Austria en Nochevieja .
El protagonista de la obra es un camarero del hotel. El hombre al que me refiero es amable suele tener los ojos entornados, como quien conduce un coche entre la niebla, pero conoce al milímetro el camino de ida y vuelta.
A nuestro James gallego, vamos a llamarlo Manolo, no sé si le gustan o no las tradiciones, pero, desde luego, puedo afirmar que es un hombre de costumbres.
Manolo sigue una especie de ritual como el que representa una función de teatro cada noche.
La obra comienza nada más sentarme en uno de los cómodos sofás de terciopelo del bar, situado en primer piso.
Presiono el botón que hay encima de la mesa para ser atendida y comienza la función.
Entonces Manolo aparece de inmediato vestido en blanco y negro, con pajarita, me saluda y me dice cuánto se alegra de verme de nuevo.
No es necesario que le pida nada, pues la pregunta sale de su boca: ¿Le sirvo una copita de Rioja, como siempre?
Creo que si un día le pidiese un café, me pegaría. A Manolo le gusta que las cosas permanezcan iguales.
Nunca sé lo que hace cuando regresa con la bandeja, en la que porta una botella de vino y mi copa, porque su caminar es algo más vacilante que cuando va a buscarla, sus ojos están ligeramente más vidriosos y un poco más entornados.
Yo suelo centrarme en su trayectoria cuando trae la bandeja. Es magnífico el dominio de Manolo mientras camina por las diversas alfombras que intentan interrumpir su trayecto.
Los pasos de Manolo por la sala, se parecen a un baile que me mantiene sin respiración hasta que alcanza mi mesa, sano y salvo.
Mi mirada se mantiene fija mientras veo cómo se le engancha un zapato en el borde de una alfombra y pega un salto, para después volverse hacia la alfombra como recriminándole el haberse interpuesto en su camino.
Son unos segundos de infarto porque mientras mira con saña hacia la alfombra tiene la cara vuelta hacia atrás, sujeta la bandera con una mano pero sus piernas siguen hacia delante.
Después del traspiés, dirige una mirada de desprecio que le basta para restablecer su ritmo.
Manolo suele abrir para mí la mejor botella de Rioja que encuentra porque, según me ha confesado con un pequeño guiño, las botellas han sobrado de eventos y bodas.
Y como Manolo, no respeta las cantidades, hay que establecer una rigurosa vigilancia mientras te sirve.
Mientras disfruto de mi copa y del picoteo que la acompaña, me deleito en observar cómo Manolo se maneja por el salón.
Observando sus diversas reacciones según lo que le pidan. Está absolutamente en contra de cualquier persona que le pida un café o un té, la mirada de desprecio de Manolo, en estos casos, es digna de fotografiar.
La segunda parte de la obra, viene cuando llega el momento de pedir la cuenta.
A estas alturas, los pies de Manolo rara vez tocan el suelo pero sigue bailando por el salón como saltando sin que la bandeja, que en algún momento abandona sus manos, jamás llegue a tocar el suelo. No sé cómo lo hace pero el show es digno de Circo de Sol.
Y como de costumbre, cuando intento pagar, me pregunta si me apetece otra copa. Yo digo siempre que no y es entonces cuando me sirve otra.
Mis intentos de disuadirlo van muy en serio, porque si la primera copa es generosa, con la segunda, el único remedio que se me ocurre es regar alguna maceta.
El rictus de Manolo cuando sirve la segunda copa, me pone tan nerviosa, que le pago de inmediato, como medida de precaución, por si se le ocurre volver con la botella.
Cuando le pago, me siento como si intercambiásemos un cromo, quizá por la manera en que lo coge. No sé dónde acabará ese billete pero no creo que forme parte del beneficio del hotel, ni tampoco de Manolo.
Cuando abandono el hotel, casi siempre lo hago con una sonrisa en los labios porque sé que, cuando vuelva, la función se repetirá: The same procedure as every year… y que podré presenciar la misma obra cuando quiera y, además, formar parte de ella.