Cada vez que regreso a Galicia para pasar mis vacaciones de verano, regresan a mí sensaciones que pensaba que no podría recuperar.
Nadar en las transparentes aguas de las rías gallegas, siempre es como un renacer a la vida. Todo lo que parece imposible antes de introducir tu cuerpo en el agua, al salir del mar es posible.
Volverás a sentir tu piel quemada bajo el sol y la sal pegada a tu cuerpo. Buscarás moluscos por las rocas y conchas de colores por la arena blanca de la playa.
También los olores del campo gallego regresarán a tu memoria y la madera de sus bosques, o la leña de sus árboles quemada en días como hoy 24 de junio para celebrar el comienzo del verano. Los recuerdos enterrados en lo más profundo, aflorarán de nuevo para no dejar que me olvide de mis raíces.
Durante todas mis ausencias he llevado conmigo a tierras extranjeras capítulos e historias de mi tierra. Pero las explicaciones sólo dieron su fruto real cuando todas las personas que las habían escuchado, las vivieron. En esos días de verano en que eres tan feliz que sobran las palabras y todo se vuelve real.
En los veranos de este rincón de la tierra, en los que el sol rojizo puede quemarte a las ocho de la tarde, o bien puedes amanecer rodeado de una niebla baja que viene del mar y trae el silencio de la mañana consigo. Ese misterioso silencio que viene del mar y en el que oyes tu respiración y las sirenas de los barcos a lo lejos. Y es cuando tienes la certeza de estar rodeada por las almas de todos esos marineros a los que el mar, mientras trabajaban, les arrancó la vida.
La niebla matutina viene cargada de misterio y sólo te atreves a hablar en voz muy baja, como si estuvieses contando un secreto del que todo el mundo es partícipe, o como si hubiese alguna norma jamás escrita, que dijese que, por respeto, no se puede hablar más alto. Todos los paisanos que se cruzan contigo la conocen y te dan los buenos días en el mismo tono, clavando en ti esos ojos, que se han vuelto del color del mar de tanto mirarlo.
El café de la mañana, lo servirá probablemente la viuda, la madre, la hija o la nieta de algún marinero que duerme en las profundidades del océano, pero el tema no sale a la luz mientras dura el silencio y no se diluya la niebla. Hablaréis del tiempo.
El sol, que parecía ya perdido, aparecerá a mediodía, y con él, la señal de que la vida se reanuda. La playa espera tranquila y limpia, el mar renovará tu cuerpo y tu mente otro día más.
Y después llegará la noche, un techo de enormes estrellas que iluminarán todo como farolas gigantes, el olor a mar, a tierra y el fuego de La Noche de las Meigas.
El vino se mezclará con la charla y los marineros desaparecidos en la tormenta de aquel invierno gris y oscuro, volverán para compartir esa noche con sus paisanos, celebrando, como hacían antaño en su pueblo, la llegada del verano.
Las charlas interminables, las risas y las historias plagadas de recuerdos llenarán el aire. Esa noche todos, vivos y muertos, compartirán vino, comida e historias. Y todos volveremos a estar juntos, gracias a las meigas.
Alguno de los mejores veranos de mi vida los pasé en las playas de Cariño y alrededores.
Pues siempre puedes pensar en repetir 🙂
Hay cientos de sitios en los que puedes desconectar, nadar, escribir o simplemente ir a charlar con el paisano que te vende el pan.
Incluso en aventurarte a descubrir las miles de playas solitarias que no conocen los turistas. Si necesitas pistas, ya sabes lo que hacer.
Como siempre, gracias por tu comentario, Santiago.
Un saludo,
Livia.