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No sé si alguien recuerda esta película de ciencia ficción del año 1956 del mismo nombre que este artículo.
El argumento de esta película trataba de unos alienígenas que se apoderaban de los cuerpos humanos cuando éstos se dormían, con el fin de producir una réplica exacta del cuerpo del que se adueñaban.
La trasformación se llevaba a cabo dentro de extrañas vainas, parecidas a las que envuelven a las judías. De éstas, salían copias de seres humanos idénticas, pero carentes de sentimientos. Vamos, que si te dormías estabas perdido.
Era un argumento espeluznante, ya que todos sospechaban que sus parientes o amigos se habían convertido en seres de otro planeta.
Cuando veía esta película en casa de mis padres, ya resultaba antigua hasta para ellos, que se reían viéndola. Sin embargo, yo era demasiado pequeña para semejantes sutilezas y me aterrorizaba cada vez que la veíamos en televisión. De hecho, creo que fue una de las razones por las que mi madre tenía que hacer ímprobos esfuerzos para que me fuese a la cama. Cuando crecí y pensaba en ella, me hacía reír, porque me resultaba muy antigua.
Años después de haberla casi olvidado, el miedo comenzó de nuevo. Y ahora, en muchas ocasiones, me parece estar otra vez rodeada de vainas con apariencia humana, pero carentes de sentimientos.
A veces estoy hablando con alguien, entregada a mi conversación. Explico maneras de ver una situación, sentimientos, manifiesto mi furia por actos que me parecen injustos, se me escapan frases con sentido del humor, muestro tristeza, hablo de películas que he visto, de libros que he leído, de situaciones que he vivido, de partes de mi vida felices o difíciles.
De pronto, me detengo. Hay una milésima de segundo, un momento insignificante en el que percibo un vacío en la mirada de mi interlocutor. Entonces algo se quiebra, algo queda al descubierto, y ahí, en ese preciso instante, lo sé. Es una vaina.
No me entiende, no me sigue, no le importa, no se conmueve, no siente.
Hay muchas vainas que se han instalado entre nosotros. Forman parte de una invasión secreta, pero todos tienen en común que no son empáticos, son fríos y su misión consiste en que los sentimientos mueran poco a poco.
Conservan su vida y las cosas que poseen, o han conseguido, porque no hablan. Me refiero a que no hablan de verdad, sólo dicen lo que es correcto decir, de forma que sus conversaciones resultan insulsas. De esta manera, se pueden integrar fácilmente con otras vainas y eso está bien para su comunidad porque las vainas se ayudan entre sí. Y así, se hacen mayores en número.
Las vainas son entes que viven vidas parecidas con objetivos parecidos, no piensan, sólo saben lo que hay que hacer, y lo hacen para seguir conservando sus vidas monocromas, y lo que les rodea, sin mirar mucho hacia los lados. Ignorando a los que no son como ellos a los que todavía sienten, y se arriesgan, y sufren, y hablan de temas incómodos, y se hacen daño, y caen, y se levantan, y se ríen. Eso se sale del patrón impuesto, es peligroso y no les gusta.
Las vainas huyen de la esencia de la vida. No son como nosotros, los que aún conservamos sentimientos, los que estamos dispuestos a torcer nuestras vidas cuando alguien necesita ayuda y los que estamos dispuestos a escuchar, a hacernos más cicatrices de las que ya tenemos, porque no nos importa compartir, enseñar, pensar por nosotros mismos, tener ideas e intentar ser libres, aunque no sea fácil.
¿Y tú? ¿Te vas a quedar dormido?