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Hoy quiero dedicar un pequeño espacio de mis pensamientos a todas aquellas personas que se cruzan en mi vida a diario y parecen estar muertas.

Quizá lo estén, no lo sé, porque no hablan, sólo caminan en línea recta con los ojos mirando hacia el horizonte.

Sus miradas no se cruzan jamás con las de otro ser vivo.

Si les das paso en la entrada de alguna tienda, no sale de ellos ni la más mínima palabra.

Si te pisan un pie con el carrito del niño, siguen avanzando como si tu pie formara parte de la acera.

Si les dices buenos días, su cara no muestra ningún signo de vida.

Si los insultas, no oyen.

Si les sonríes, procuran no hacer ningún gesto que pueda delatar que se han enterado.

Si los conoces, hacen que eres invisible para ellos, aunque luego se vuelvan a mirarte por detrás.

Si les das las gracias, tuercen la cara hacia otro lado.

Ellos no son conscientes de que están muertos, pero lo están. Han practicado tanto, que se han muerto.

Creo que la próxima vez que me cruce con ellos, voy a cerrarles la puerta en las narices. He oído decir que los zombis son tan imbéciles, que no se les ocurre abrir las puertas. Sólo se quedan detrás de ellas y las arañan.

A ver si así consigo que no entren más en mi vida.

Ahora mismo vuelvo, voy a cerrar la puerta.