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La primera vez que me sentí mayor fue cuando cumplí los diecisiete años.

A los veintidós me llamaron vieja, lo peor fue que me lo creí.

A los veinticinco, pensaba que era una mujer tan adulta que procuraba manejarme por la vida con la sensatez que empiezas a tener diez años más tarde.

Supongo que a ti también te ha pasado eso de no asimilar la edad que cumples cada año y que tu cumpleaños se presente sin previo aviso, sin haber asimilado los dos anteriores.

Parece que el reloj se dedica a correr para incordiarnos y que nosotros, en cambio, nos empeñamos una y otra vez en olvidarnos, para volver a sorprendernos cuando se nos vuelve a echar encima nuestro cumpleaños.

Las personas que van por la vida con la disculpa de “ya soy muy mayor para eso”, suelen insultarse diez años más tarde, pensando lo equivocadas que estaban.

Por eso, mi consejo es que hagamos hoy lo que nos apetece hacer, que emprendamos hoy el proyecto que tenemos en mente, para que dentro de diez años no nos arrepintamos de no haberlo hecho o, por lo menos, de haberlo intentado.