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De todos los animales de la creación, el hombre es el único que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir.
John Steinbeck
Manolo es un personaje al que le gusta comer y beber. No me gusta presenciar sus visitas a los restaurantes más exclusivos que, en su caso, salen siempre del bolsillo del contribuyente.
Puedo decir que empiezo a sentir repugnancia con tan solo verlo ojear la carta y comentar los platos que puede comer y los que ya comió.
Cuando pide una botella de vino, siempre duda, pero no porque entienda de vinos. No entiende en absoluto, sólo pide los más caros, que supone son los mejores. Utiliza su duda, para pedir dos botellas, con la excusa de comparar. Botellas que siempre termina.
Durante la comida desfilan ante él platos diversos y le gusta probar aunque su estómago no se lo pida, por pura ambición.
En general, me gusta ver cómo la gente disfruta de una buena cena y de un buen vino, pero en el caso de Manolo, tengo que decir que detesto presenciar sus copiosas comidas.
Sin embargo, lo peor es escuchar a Manolo parlotear durante horas sobre temas superfluos. Sus conversaciones nunca son nuevas, son repeticiones y remakes de otras con frases que repite constantemente con el único fin de rellenar, porque para Manolo no existe eso que se llama silencio. Es un discurso ininterrumpido que no cesa.
Manolo no puede dejar de hablar sin decir nada. Tiene miedo del silencio, teme incluso que los demás hablen porque sabe que su cerebro no puede prestar atención.
Come, bebe y habla sin cesar. Vive y cultiva una continua superficialidad. Elabora un vacío que lo hace inexistente, que lo borra, que hace que los demás, incluso él mismo, quieran prescindir de él. No vive para sentir, sino que vive para aturdirse y así, no sentir.
Manolo es sólo un traje y una corbata bien pagados. Ese tipo de personas a los que les pagan para no pensar, sino para estar.
Supongo que tú también conoces a Manolo.