Etiquetas
La calle está llena de gente y no puedo evitar el pensamiento de salir de entre la masa de personas que se cruzan conmigo.
Me encuentro con filas de personas que me miran. Me siento observada, juzgada. Eso me enfada. Quiero confundirme con la multitud, pero no parece posible.
Empiezo a sentir que debo salir de allí. Reflexiono, aún me quedan unas cuantas calles para llegar a casa.
Son unas calles, nada más. Una distancia insignificante. Sin embargo, un pensamiento me asalta. No puedo evitar pensar que si por cualquier motivo me encontrase mal en este preciso instante, me marease o sufriese un ataque al corazón, podría caerme en mitad de la calle.
Dos consecuencias aterradoras se desprenden de ese pensamiento.
1- No me daría tiempo a alcanzar mi casa.
2- Todo el mundo, que no quiero que me mire, me miraría.
Estos dos pensamientos se traducen de inmediato en sensaciones.
Mis manos comienzan a sudar, mi corazón se acelera y también me mareo.
Si mi corazón se acelera más, me puede dar el ataque al corazón al que temo.
Si me mareo, es posible que ocurra lo que bajo ningún concepto quiero, desmayarme en mitad de la acera.
Al pensarlo, mi miedo se hace realidad.
Me arrepiento de haberlo pensado. Ahora es mi mente la que tiene el poder sobre mi cuerpo. He permitido que el miedo comience a extenderse. Y no sé cómo detenerlo.
Las sensaciones se vuelven muy raras. Si le cuento a alguien lo que siento, probablemente me encierren.
La acera de cemento que piso se me antoja blanda, además, no me parece tener el cuerpo equilibrado. Mi sensación es la de tener un peso en el hombro izquierdo que hace que me escore hacia un lado.
Intento respirar profundamente y calmarme.
Lo principal es que nadie se percate de que estoy caminando con un hombro más alto que el otro.
Echo una ojeada a un escaparate para ver si mis hombros se encuentran nivelados.
La verdad es que doy una imagen de lo más normal.
Me calmo un poco.
Sin embargo, la acera continúa siendo demasiado blanda. La miro. Todo está normal. No puedo evitar sentir cómo mis pies se hunden como si pisase una ciénaga llena de agua y barro.
Es una sensación horrible, pero poco tiempo le puedo dedicar porque estoy ocupada en nivelar mis hombros.
La sensación de pesadez, ha pasado ya al ojo izquierdo. Vaya, todo ocurre del mismo lado. Según la imagen que envía mi mente de mí, me veo ridícula, ya que me parece llevar un hombro más bajo que otro, pisar un suelo poco firme y lucho por mantener abierto mi ojo izquierdo.
En mi interior, sé que son sensaciones absurdas y me enfado conmigo misma por no saber dominarlas.
No me encuentro nada bien. No me gusta ese descontrol al que me estoy viendo sometida. Mejor me paro un rato. Me meto en una tienda. La luz me molesta en los ojos, en los dos.
Con el fin de tranquilizarme, me apoyo en una pared y disimulo cogiendo en mi mano una chaqueta. Hago como si mirara el precio.
Veo la etiqueta borrosa y noto como si la pared en la que estoy apoyada fuera tan blanda como el suelo que piso. Es como caminar por un colchón y apoyarse en otro.
Nada es seguro, ni duro, todo es blando e inseguro.
Pues sí que voy avanzando. Ahora ya no sólo se me cae un hombro hacia la izquierda, sino que tengo problemas con la pared y el suelo. El ojo izquierdo se empeña en cerrarse, veo borroso y tengo fotofobia.
Vale, vamos a ser claros, más bien tengo fobia a secas.
Un ataque de pánico en toda regla.
Si me muero, no importa, pero por favor, que no se me note y, sobre todo, que todas las señoras que tengo a mi alrededor no me miren. Ante todo discreción. No quiero llamar más la atención, ya me miran bastante sin que haga nada.
Con la mano que me sobra me agarro a un estante de ropa.
Anda mira, éste sí que está duro. Es como una boya en medio del océano.
Qué sueño me está entrando con toda esta lucha inútil contra mí misma. Casi no puedo abrir los ojos. Son como dos yunques, me pesan. Tengo que volver a la oscuridad de la calle e intentar llegar con cierta dignidad a casa.
Me centro en pensar que aunque yo me vea a mí misma como si tuviera un hombro de doscientos kilos y un ojo cerrado, la gente parece no percatarse.
Hay que salir de la tienda antes de que otro síntoma decida visitarme.
Mi certeza es que me está dando un ataque cerebral, pero mi mente me dice que no es posible que me dé uno cada vez que intento salir de compras.
Bueno, ya que estoy, voy a ver si aprovecho y llego a la caja para pagar la chaqueta, que al fin y al cabo es de lo más mona.