Existen distintas maneras de viajar:
– El viaje como mero desplazamiento.
– El viaje como búsqueda.
Sentimos la necesidad de cambiar de circunstancias y de probar cómo nos sentimos en un entorno que no nos conoce y que no conocemos.
Salir de nuestro medio conocido permite actuar con mayor libertad y, en la mayoría de las ocasiones, incidir sobre el yo adormilado que trasportamos de un sitio a otro a diario.
Muchos viajeros sienten la necesidad de hacer cosas que en su país no hacen.
Este tipo de personas sólo viaja para desatar instintos básicos y comportarse como nunca lo harían en su entorno. Poseen un yo superficial que no tiene demasiada curva de desarrollo.
Me refiero a los que huyen de sus países con el único fin de emborracharse, ligar o meterse en algún tipo de lío.
Viajan sin viajar, sólo se desplazan.
No aprenden nada en su viaje. Yo los denomino “viajeros vacíos de contenido”, aunque más propio sería decir, “personas vacías de contenido”, pues poco aportan a la sociedad o a ellos mismos. Son, a mi modo de ver, prescindibles.
Existe, otro tipo de viajeros, para los que viajar es un modo de ser, de existir y de vivir.
Para ellos viajar es un placer, pero puede ser también un proceso doloroso, pues forma parte de un aprendizaje, de su desarrollo interno.
El camino es visto por ellos como una aventura y un descubrimiento, no sólo en las cosas que encuentran por el camino, sino en cómo su verdadero yo reacciona a nuevas circunstancias y nuevos estímulos.
Viajar como necesidad y como acto compulsivo para indagar sobre lo que la cotidianidad tapa, lo que no muestras en tus circunstancias habituales.
El viaje es visto, de esta forma, como un sueño, una aventura en la que sabes que va a haber sorpresas, simplemente porque tu enfoque no es sólo moverte de un sitio a otro. Tu interés se centra en observar, integrarte en lo que tú decidas que quieres que forme parte de tu baúl de experiencias. Pruebas lo que se adapta a ti y te mueves en un abanico infinito de detalles que pasan inadvertidos para el viajero que sólo se desplaza.
La intensidad de la experiencia en estos viajes, no depende de la distancia. El recorrido se centra más en tu propio yo.
Viajar puede ser visto como una forma de ser, como una forma de desarrollarte que resulta imposible si permaneces en el mismo sitio y rodeado de los mismos estímulos.
Por mucho que pienses cómo te sentirías si estuvieras observando la luna desde Nueva York, Estocolmo o Checoslovaquia, o tomado un café perdido en mitad de un pueblo a cien kilómetros de donde vives, o cómo reaccionarías sin gasolina en la autopista de París a Bruselas, no lo sabes hasta que no lo haces. La sensación puede ser intensa, divertida, angustiosa o puedes odiar su recuerdo.
En los viajes surgen situaciones de las que deseas formar parte, que quieres probar, otras que no, y otras que ocurren sin que puedas hacer nada para evitarlo.
Es importante viajar sin traicionarte a ti mismo, es decir, obrar según tus propios criterios.
Durante tu viaje encontrarás viajeros clásicos, necesitados, huidizos, enfermos, agobiados, imaginarios, fantasiosos, insatisfechos, presuntuosos, famosos, desasosegados, fóbicos, compulsivos, poco realistas y locos. Habrá de todo, pero tú sigues siendo tú, aunque tu entorno haya cambiado.
Si viajas de esta forma, nunca vuelves siendo el mismo, sino que eres más… tú mismo.