Etiquetas
“Die Grenze verläuft nicht zwischen den Völkern, sondern zwischen oben und unten”.
“La frontera no transcurre entre los pueblos, sino entre los de arriba y los de abajo”.
La primera vez que pisé Berlín la ciudad parecía vacía. Estaba silenciosa y cubierta por un cielo que amenazaba nieve.
Un viaje que prometía una celebración se convirtió, en realidad, en una vuelta al pasado, ya que poco o nada vi del Oeste rico y próspero, sino que todo se centró en un Este destrozado y ruinoso.
Llevaba sólo unas horas allí y ya me prometía a mí misma no volver a pisar algo que parecía una cuidad a la que le hubiesen arrancado el alma de cuajo. Algo que continué pensando durante los tres días siguientes. Y algo que no cumplí, pues años más tarde me trasladé a vivir allí.
Sus calles cargadas de tristeza y recuerdos de una guerra pasada, lanzaban persistentes pinceladas de angustia que me golpeaban sin piedad.
Desde tanques abandonados, hasta largos trozos del muro que había separado a un pueblo, grafitis, edificios destrozados por balas y granadas que mostraban un rostro decorado por pintadas de colores, que no hacían más que recordar la voz desesperada de un pueblo que lanzaba mensajes a sus dirigentes.
Edificios como el de esta foto llenaban mi cámara y mis ojos.
En realidad, la frontera, por aquel entonces, transcurría entre una vida que me estaba atrapando y la vida que yo quería llevar.
Berlín representó un punto de inflexión en mi vida, pero no por la ciudad en sí. Las ciudades poco tienen que ver con las decisiones, sino más bien porque al no tener las riendas de lo que estaba ocurriendo, paseaba entre sombras.
En aquella época y con lo dada que soy a las películas y libros, Alemania entera se me antojaba las fronteras de mi prisión, aunque mi prisión era otra.