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Nunca he sido consciente de la influencia que han tenido mis palabras y mis actos en los demás.

Siempre he sido ese tipo de personas que consideraba que no crecía en ningún sentido, si no se ponía en alguna situación que le causaba esfuerzo, miedo o la hacía sentir incómoda.

Desde muy pequeña, en aquellos veranos en los que mis padres me embarcaban en un avión para pasar un mes de verano en el Reino Unido, supe lo que significaba la palabra aprender.

Aprender pasaba por la etapa en la que desconocía el terreno que pisaba, arriesgaba, me equivocaba en las respuestas y, al fin, comenzaba a acertar.

A lo largo de ese trayecto, mi esfuerzo siempre se veía recompensado por una sensación de satisfacción enorme causada por haber vencido algún tipo de obstáculo o dificultad. 

Creo que la manera más efectiva de aprender es mediante experiencias palpables, es decir, llevando tus conocimientos a la práctica. Enganchándote, en cierta manera, a esa situación de vacío, que da el ignorar el terreno que pisas y la posterior sensación de haberlo dominado finalmente.

Hasta hace muy pocos años, no me percaté de la legión de seguidores “ocultos” que aprendían de lo que yo les contaba, aquellos que me seguían en silencio, mientras yo describía cómo había sido una u otra experiencia.

Sin saberlo, he sido pionera en muchas cosas, y también sin saberlo “vendía” sin querer, viajes, másteres, vacaciones, maneras de ver la vida, ropa, estudios, inversiones, ideas para negocios, consejos y una larga lista de cosas.

Aconsejaba, sin pretenderlo, disfrutaba compartiendo mis conocimientos sobre lo que había aprendido, haciendo advertencias sobre lo que no me parecía bien. Y, simplemente, la gente me seguía, me observaba, me preguntaba y aún lo hacen.

Sé que puede sonar pretencioso, pero no lo es. Más bien me estoy refiriendo a mi asombro al percatarme hasta qué punto puede influir lo que decimos en otras personas.

Estoy orgullosa cuando pienso en la cantidad de vidas en las que he influido. Eso sí, a veces me digo a mí misma que eso, hoy en día, es una profesión que se paga ¿no? Pues… de nada 🙂