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Las imágenes que proyectamos de nosotros son infinitas, pues cada individuo que nos conoce percibe una persona distinta, sin embargo, nunca a nuestro auténtico yo.
Los yos posibles que viven en nosotros son trozos de nuestro verdadero yo.
Al igual que, las imágenes que proyectamos pueden ser buenas o malas según diversos factores podemos, sin pretenderlo, caer en la tentación de proyectar aquella imagen que sabes que más va a agradar a la persona con la que tratas.
Este es el principio del fin. Plegarte a complacer y ajustarte a la imagen que el mundo quiere que proyectes es un craso error.
Sería como si un escritor, escribiese pensando en cada uno de sus lectores. Hay tantos, que se volvería loco.
Debemos esforzarnos en ser auténticos y aunque parece una tarea sencilla, no lo es.
El mero hecho de vivir en un medio social en el que estamos acostumbrados a amoldar nuestro comportamiento en todas sus facetas, presos de lo que se debe hacer, lo que se debe decir y de comportamientos concretos que se nos exigen tácitamente, hacen que nuestro auténtico yo se diluya.
Por el contrario, si te exiges cada día el escribir siendo fiel a tus ideas, si vives según tus criterios y tus gustos, lograrás un sentimiento de armonía contigo mismo y es muy probable que esa autenticidad te conduzca al éxito que, al fin y al cabo, se traduce en tu felicidad.