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Hay gente que siempre lleva puestas las gafas de Google.
No me refiero a un momento o un par de horas al día, simplemente no entienden sus vidas sin ellas.
Vida, es lo que piensan que tienen cuando se trasladan del trabajo, al supermercado y luego se ponen las gafas de Google para no sacárselas hasta que sus ojos enrojecidos les suplican dormir.
Triste, pero es un fenómeno en masa.
Y la huida de la realidad también lo es.
Es como una invasión de zombis. De hecho, su aspecto y forma de moverse, después de tantas horas frente al ordenador, se asemeja mucho.
Hoy, en el supermercado, he estado observando a la gente y era fácil adivinar los que se acababan de sacar las gafas de Google.
Todos se habían puesto cualquier cosa a toda prisa para bajar de sus respectivos rediles, medio a escondidas, intentando mirar sólo hacia el suelo para evitar tener contacto visual con algún vecino que les obligase a mantener alguna charla molesta con la consiguiente pérdida de tiempo.
Lo único que necesitaban era llenar su nevera con las provisiones suficientes para su próxima sesión con su único amigo: Google.
Por el contrario, su amigo Google, no les exige nada, ni que se duchen, ni que se vistan, ni que hagan ejercicio, ni que hablen, ni que se muevan, pero los provee de todo… o eso creen.
A mí me dan miedo porque han perdido su capacidad de pensar, aunque ellos suelen pensar todo lo contrario.
Es más, se creen verdaderos expertos en diversas materias, lo que les lleva a desarrollar cierto desprecio hacia el prójimo, que desconoce la extrema sabiduría que les han proporcionado sus extensas investigaciones de días, semanas, meses y años en Google.
En medio de estas búsquedas-disculpa, se han abierto, como por arte de magia, otro tipo de páginas que nada tenían que ver con el tema que les ocupaba. Estas otras webs han captado su atención al punto de haberse enganchado a otros temas, unos interesantes, otros banales y, los más, burdos.
Sin embargo, como si de una posesión imposible de frenar se tratase, sólo pueden deshacerse de sus gafas de Google para ir al trabajo de mala gana y regresar, lo antes posible, a la soledad de sus pisos. Allí se sienten seguros y protegidos, pudiendo hundirse en su mundo virtual que ha pasado a ser su única realidad.
Sus ojos, desprovistos de ilusión, no utilizan Internet sino que han dejado que Internet los controle.
Vidas atrapadas que ya no tienen más finalidad que fisgar horas y horas por las entrañas más recónditas de Google.
Sin embargo, un día se despiertan, reaccionan y se dan cuenta de que les han pasado demasiados años por encima.
Ven que se están perdiendo el mundo real, que su vida se les escurre entre los dedos y que ya nos les queda tanto tiempo como pensaban.
Se miran al espejo y ven los destrozos que ha causado en sus caras y en sus cuerpos la triste mecánica de sus vidas dependientes de Google.
Ahí es cuando la furia se vuelve determinación y deciden tomar el control.
A partir de mañana abandonarán Internet para ocuparse de su vida real.
Pero esta noche no, porque deben consultarle a su amigo Google cómo resolver su adicción. Seguro que hay alguna página que lo explica.
Vuelven a ponerse las gafas, pero sólo por esta noche.