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salamanca (1)

Lucía el sol al llegar a Salamanca.

Iba calle arriba, presa de un calor abrasador, buscando el hotel que estaba cerca de La Plaza Mayor.

La Plaza que había cruzado tantas veces saludando al viejo de ojos azules y barba blanca, que sentado en uno de los brazos, vendía sus poemas. Sin él, la Plaza no era la misma.

Sin embargo, huir de los cambios es morir, por eso había regresado tantas veces.

España está hecha de plazas y bares.

Recordó sin querer las piedras rojizas que la sorprendían en primavera con sus cambios de color bajo el sol y la niebla que la acompañaba, rodeándola en invierno. Así como ese frío, que ella adoraba, y que muchas veces se adornaba a sí mismo con un manto blanco de nieve.

Años atrás lo había sentido casi todo en esa ciudad.

Por un momento, el sol le dio en plena frente.

No hay en Salamanca mares que mirar, pero hay tanto que ver y tanto que recordar.

Todo volvía a ser salmantino, hasta ella y su acento.

Se le atragantaron en la memoria las piedras seculares que la rodeaban.

Como siempre, todo era pequeño, acogedor, conocido y, sin embargo, no había tiempo suficiente para mirar todos los cambios, así como todo lo que seguía igual.

Volver era distinto cada vez.

Las sensaciones viejas regresaban y otras nuevas la envolvían.

Recordaba sonriendo, la universidad y un novio que había tenido.

El hotel estaba construido en la calle empedrada de la  Plaza del Corrillo.

Allí está la fachada de la iglesia de San Martín y, como fondo, la colosal Plaza Mayor de la ciudad.

¿Quién llegará a la aquí mañana? ¿Quién se marchará?

Pidió la habitación que ya había reservado como quien pide amparo.

Daba a La Plaza Mayor, a la noche y a una paz rotunda.

Se alegró de estar allí.

Sobre la cama, un blanco albornoz, bueno dos, uno sobre otro, como haciendo el amor. Los miró y sonrió.

Se lavó las manos en agua fría admirando un precioso baño de mármol y piedra que traía ese frescor tan agradable que la protegía del calor de fuera.

Y se sorprendió mirándose en el espejo. La felicidad de quien cruza una frontera invisible que tiñe su alma de sentimientos necesarios.

Cruzó La Plaza una vez más de las miles que lo había hecho antaño, pensando en las que aún repetiría en el futuro. Le pareció aún más bella, más humana y más de verdad.

Se oía hablar a la gente iluminada por estrellas grandes como piedras, ésas tan propias de ese cielo castellano y el aire de la noche, limpio que llenaba sus pulmones.

Te he echado de menos… no sabía hasta qué punto.

Ya en la mesa de una de las muchas terrazas, la melancolía volvió por un instante y ésta dio paso a un vivo apetito. Pidió de todo un poco y su plato favorito. Mientras esperaba, entabló conversación con un soberbio tapiz que se veía al mirar el interior del restaurante.

En esta charla estaba cuando, de repente, llegó él.

Un enorme plato de jamón ibérico de bellota acompañado de una de las mejores botellas de vino de las tierras salmantinas.
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Volvió a enamorarse, casi sin darse cuenta. Miles de párrafos de libros antaño leídos, regresaron sin previo aviso al unir esos dos sabores.

Amándote, muero.

Los olores, los acentos, la noche, los clásicos como Antonio de Nebrija que había estudiado en la misma Universidad que ella, su «Gramática castellana” de 1492, la primera lengua moderna de Europa que tuvo una gramática y cuya primera edición se hizo en Salamanca.

Y Miguel, también Miguel de Unamuno, tres veces rector de esta misma Universidad, cuidad donde los clásicos se mezclan con las copas de un lugar de decoración medieval llamado Cámelot, construido dentro del convento de las Úrsulas, por si te da por dar las gracias a Dios por estar allí.

Sitios en los que Niebla, no es sólo una obra de Unamuno sino también un lugar para estar toda la noche, una ciudad donde puedes sacarte un “Cum Laude” todos los días en su pista de baile y si quieres uno de verdad, vete a la Universidad, aunque ahí siempre han sido más difíciles de conseguir.

Ella se tragó todos estos recuerdos de golpe, tantos eran que se le apretó a la garganta y estalló en llanto.

Fue uno de esos momentos que te rompen el alma en dos.

De esos que quieres repetir a lo largo de tu vida, y lo haces, regresando una y otra vez para ver qué te has perdido y para averiguar, no sin cierto miedo, si puedes volver a sentir otra vez.

Salamanca