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No hacer nada no es fácil.
Muy poca gente lo consigue, requiere mucha práctica y un don especial.
Sin embargo, algunos lo logran e incluso lo convierten en su trabajo.
No hacer nada exige sacrifico y un buen entrenamiento.
Debes formar parte de una casta y desarrollar ahí tu carrera.
Dentro de este sistema inmutable de castas, no todos los individuos son aptos para no hacer nada.
La clave está en la resistencia.
Tienes que saber resistir la tentación de hacer algo y no hacer nada.
Si eres hábil y sabes usarlo a tu favor, puedes no contestar preguntas, ser capaz de abstenerte en la toma de decisiones o presidir un país entero, sin que apenas se note que estás ahí. Si dominas todo esto, eres el hombre apropiado.
Eres un líder y, como tal, tienes que rodearte de fieles seguidores para que se ocupen de entretener a la masa. Esa cosa tan molesta con la que debes tener contacto cada cuatro años.
Debes delegar en tus seguidores. Ellos se encargarán de detener el molesto encontronazo con la cantidad de individuos que te ha otorgado la mayoría absoluta, con la que tú no haces absolutamente nada.
También tienes que ofrecer distracciones a esa masa de votantes desagradecidos, ya que no aprecian la escarpada labor que realizas siendo el centro de todas las miradas, y no hacer nada.
Lo sé, no es fácil.
Te preguntan y debes evitar a toda costa contestar.
Te miran y tienes que poner cara de idiota.
Quieren que gobiernes y debe parecer que lo haces.
Sólo que tú sabes que, como dirigente, debes abstenerte de resolver cualquier problema que surja.
Sé que no es fácil estar en una reunión y tener la habilidad de mirar hacia el suelo con ojos vacíos. Esa expresión que te ha llevado años conseguir y que ellos, simplemente, no aprecian.
Precisamente por eso, tú estás tan arriba y ellos tan abajo.
No se dan cuenta de tu esfuerzo cuando miras, pero no atiendes.
No saben lo que es no ceder ante la presión del grupo y rechazar los intentos de otros para convencerte. Por eso, si lo intentan, tienes que deshacerte de ellos.
El hecho de tener a todo un país mirando hacia ti y no hacer nada, no es tarea sencilla.
Sin embargo, tú sabes bien que no debes moverte. Jamás. Pase lo que pase. Ni hacia un lado ni hacia otro, ni hacia arriba ni hacia abajo. No manifestarte. Mantener esa lejanía tan poco apreciada y, al tiempo, tan difícil de conseguir.
Has aprendido a aguantar sin doblegarte, aunque para conseguirlo, te hayas doblado muchas veces hasta tocar el suelo con la nariz.
Y ahora, ya en el culmen de tu carrera, que sabes durará cuatro años y ni un segundo más, te sientes orgulloso de aguantar. Aguantar sin hacer nada.
No gobiernas, pero presides.
Nadie como tú conoce el arte de no hacer nada.
Y así estamos todos, asombrados diariamente por la nada en la que estamos.
Y es que, hasta haces que parezca fácil.
Gracias por nada.
¡Excelente! Aunque tal vez, por ponerle alguna pega a la excelencia, se te hayan quedado en el tintero un par de cosillas: ser capaz de mantener la boca abierta como si fueras un idiota -no digo que se sea, córcholis, digo como sí, ¿lo pillas?, no sea que me manden una pareja de los de alma de charol y de plomo las calaveras- y, por si ello fuera poco esfuerzo, babarse a la vista de todos, tan espontáneamente…
¡Tienes razón! Pues sí que se me han pasado ese par de cosillas, ja, ja, ja… Gracias por añadirlas 🙂
Por cierto, tú también tienes mucho éxito «Chez nous»
Un beso.