• Contacto
  • Sobre mí

Livia de Andrés

Archivos mensuales: junio 2014

Rainy Mood

24 martes Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Literatura

≈ 2 comentarios

Etiquetas

Literatura, poesía

rain

 

Speak and I will answer.

Your silence is too noisy.

 

Don´t let me down again.

And let me read your pain.

 

Your silence is the end.

I will not ask again.

 

I long for the sound of your voice.

Cause I´m obsessed by its noise.

 

The past is too crowded.

And the present is haunted.

 

Fear the rainy days without me.

And the shadows of our tree.

 

Break your ice

And let me in.

 

Or I´ll let you go forever.

And you know I won´t be back.

 

Dare to be yourself again

And I´ll be your lover till the end.

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Superman y yo

24 martes Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Humor, Vida

≈ 5 comentarios

Etiquetas

Cine, humor, recuerdos, vida

supermanUno de los momentos más felices de mi infancia fue el día que fui a ver la reposición de Superman con mi tía Elena.

Me encontraba casi en la pre-adolescencia cuando a mi tía, que adoraba a los niños, se le ocurrió llevarme a una película que ella había disfrutado hasta la última escena.

Mi tía Elena era infantilmente feliz, una persona animada, a la que le gustaba comprar cosas y, sobre todo, regalar. Tenía un espíritu joven y generoso y esto hacía que disfrutase de todo.

Era capaz de convencer a todo el mundo para embarcarse en un viaje en coche en una tarde aburrida. En mitad de una conversación nos decía que conocía un sitio muy chulo que nos quería enseñar. El viaje siempre se convertía en una aventura, lograba que nos perdiésemos en algún lugar desconocido. De eso se trataba.

Solíamos llegar a un bosque en medio de la nada o a un pueblecito perdido que no figuraba en los mapas. Entonces nos veíamos obligados a dormir en algún lugar del camino.

Y ella sonreía, mientras su marido refunfuñaba. Y a mí, secretamente, me encantaba.

Por desgracia, por aquel entonces, mi timidez era casi enfermiza. Mi pudor impedía que expresase mis sentimientos en voz alta. Odiaba que alguien supiese qué me gustaba o qué no.

Y Superman, como a casi todos los adolescentes, me gustó y mucho.

Como era de esperar, y a pesar de ser la segunda vez que veía la película, ella salió pletórica. Con su entusiasmo habitual intentaba arrancarme algún “sí, me ha gustado” que yo soltaba a duras penas y con cara pétrea. Con razón, se desesperaba.

Lo que ella no sospechaba en aquella época es que cuando salí de ese cine mi vida había cambiado para siempre.

Estaba totalmente enamorada de Superman.

Tanto es así que, durante meses, no podía pensar en otra cosa. Miraba al cielo esperando que apareciese en cualquier momento. Me fijaba en todos los hombres que eran tímidos y llevaban gafas, esperando ver el traje de mi Superhéroe debajo de su camisa.

Ya a mi corta edad, el hecho de haber visto esa película me llevaba a pensar que, cuando él apareciese, sólo se fijaría en mí, como si me hubiese hecho un guiño en alguna de las escenas y ya tuviésemos un acuerdo tácito para nuestro posterior compromiso.

Pensaba para mis adentros que jamás consentiría estar con un hombre que no volase.

Es más, recuerdo haberme prometido a mí misma que hasta que no encontrase un hombre que volase, no querría a nadie.

Debo confesar que, hasta ahora, no he encontrado a ninguno que vuele.Sí he salido con alguno que caminaba, pero la mayoría de los hombres con los que he salido, reptaban.

Incluso algunos no se limitaban a reptar, sino que se arrastraban de tal modo que desaparecían bajo tierra. Y yo, como es lógico, dejaba de verlos.

Hoy en día, me conformaría con uno que caminase.

 

 

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Mi blog cumple un año

23 lunes Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Vida

≈ 4 comentarios

Etiquetas

blog, vida

24a4d1934fb58d557687172eacff30f0

Hoy se celebra el solsticio del verano, la noche más corta del año en la que se saluda al verano con fuego y se alejan los malos espíritus.

Es la fiesta de San Juan y por estas fechas se cumple también un año desde que comencé a escribir esta bitácora.

Mi blog y yo solemos pasar muy buenos ratos juntos, aunque no pasamos todo el tiempo que deberíamos por todas las obligaciones diarias que nos separan.

Vosotros, todos los que me leéis y hacéis comentarios en mi blog, formáis parte de él, por eso me gusta tanto veros por aquí y también visitaros.

Una vez dicho esto, debo confesar que, aunque hace tiempo en una entrada hablaba de escribir siendo fiel a mí misma, en algún momento no he mantenido este principio.

Es difícil huir de la vanidad y debo decir que he escrito algunas entradas porque sabía que iban a ser populares, y no porque fuesen lo que yo quería escribir.

Sin embargo, hace poco, una persona de vasta experiencia en el arte de escribir me recordó lo que yo me había propuesto hace tiempo: Escribir para mí misma.

Es bueno recibir este tipo de críticas cuya sinceridad tiene como único fin ayudarte, darte un pequeño toque de atención para que no te pierdas en el camino.

Esta misma persona me decía que la única manera de convertirse en escritor, en alguien que intenta serlo, o simplemente en alguien al que le gusta escribir, es desarrollar tu propio estilo y no pensar en lo que demanden tus lectores.

Ser fiel a ti mismo durante el trayecto y no traicionarte no es sólo difícil en cuanto a la escritura, sino en todos los ámbitos de la vida. Pues, bien sea por vanidad, bien por otro tipo de tentaciones, cedemos a lo que los demás quieren de nosotros.

Cada vez que cedes en tus creencias o convicciones, por poco que lo hagas o cuando tuerces tu camino, empiezas a perderte a ti mismo y si sigues cultivando esta trayectoria, finalmente dejas de ser tú para no saber ya quién eres.

Por este motivo intentaré luchar y no escribir en función de las visitas o los “me gustas”.

A mi juicio, y aunque a todos nos gusta ser leídos y recibir buenas críticas, un verdadero escritor escribe por escribir, como una finalidad en sí misma.

Y por último, me gustaría agradecer a todos vosotros vuestros mensajes, vuestras visitas, así como vuestras invitaciones a colaborar en otros blogs.

Espero que sigamos creciendo todos juntos. Quizá en algún momento de nuestras vidas, mientras no tengamos que firmar autógrafos por la calle :), tengamos la oportunidad de conocernos en persona.

Gracias a todos por hacerme feliz,

Una Meiga.

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Atrapada en Massimo Dutti

13 viernes Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Humor, Vida

≈ 4 comentarios

Etiquetas

humor, relatos, vida

images

 

Las informaciones que recibimos a través de los sentidos, se alojan en nuestro cerebro y graban en nuestras mentes situaciones agradables o no tanto.

Muchos de nosotros hemos evocado recuerdos al escuchar de nuevo una vieja canción que nos ha transportado a un momento del pasado.

Todos sabemos que tener un enfermo en casa es estar consciente, o inconscientemente, siempre en estado de alerta.

Evitar el estrés es recomendable, pero no siempre posible.

El comienzo de una situación de estas características parece en un principio pasajera, pero cuando se prolonga, produce un estado de agotamiento difícil de describir para quien no lo haya pasado.

El estado de alerta del principio hace que durante los  primeros meses te alarme cada sonido, cada chasquido y que, dejar al enfermo unos segundos te parezca un riesgo demasiado alto.

Al ver que la situación se estabiliza y se prolonga, aunque no bajes la guardia, decides facilitar en lo posible lo cotidiano.

Y así fue como, con el fin de evitar lanzarnos a recorrer el largo pasillo acompañadas de una agradable taquicardia y consiguiente susto, a mi madre y a mí se nos ocurrió hacernos con un aparato inalámbrico de llamada que tiene un receptor y un emisor.

En principio nos pareció muy cómodo, pues su señal atraviesa paredes, puertas o cualquier obstáculo físico, lo que no sabíamos es que nos iba a atravesar el cerebro y tampoco, que iba a ser de por vida.

El aparato en cuestión disponía de tres melodías y escogimos la más discreta. Un sencillo “Ding, Dong”, que sonaba cuatro veces y en un tono muy alto.

Cuando lo hicimos, desconocíamos que esa melodía iba a cambiar nuestras vidas.

El timbre que se utilizaba para llamar en caso de urgencia, pasó a tener otras funciones.

Pasados unos meses, el enfermo lo utilizaba alegremente para llamar a «sus mayordomos», que seguíamos recorriendo el enorme pasillo a trote y con taquicardia.

Como digo, el sonido significaba urgencia, un desmayo o una bajada de algo o una subida de lo otro, pero poco después, la cosa se desvió hacia fines más banales, tales como averiguar qué había esa noche de cena, o preguntar si sabíamos el horario de algún partido de fútbol.

Fuera lo que fuera lo que ocurría dentro del salón, ese sonido para nosotras seguía significando alarma. El mal estaba hecho.

La alarma, que nos iba a servir de ayuda, se convirtió en un castigo, en una obsesión. Ese sonido penetrante, impertinente, que interrumpía todo para disparar el pánico y que llegamos a odiar.

Durante tres días a la semana, mi madre y yo tenemos unas tres horas libres para estar juntas y solas. No sin sentido de culpa, las exprimimos para reponer fuerzas, tomarnos un café en una terraza, hacer recados, arreglar papeles o visitar médicos.

Un día, sabiendo que necesitábamos un descanso de todo aquello, se me ocurrió regalarnos algo agradable y que no significase esfuerzo.

Y en las pocas horas libres de aquel día nos decidimos a introducir algo de frivolidad en nuestras vidas. Nos fuimos de compras. Estaba segura de que aquello nos haría desconectar.

Algo agobiadas por el calor entramos en la tienda más cercana a nuestra casa y con el aire acondicionado más frío: Massimo Dutti.

Cruzamos el umbral de la tienda y nada más entrar…

¡DING, DONG, DING DONG!

¡El mismo sonido! ¡No podía ser! Aquella tienda tenía el sonido del timbre que nos atormentaba a todas horas.

Ese sonido alto, impetuoso, alarmante con su efecto devastador.

Nos quedamos paralizadas en la puerta y por eso mismo, no sonó cuatro veces, sino ocho.

No hubo más remedio que entrar. Y lo hicimos, pero porque nos quedamos en blanco. Lo sensato hubiese sido salir de allí corriendo.

Ya en mitad de la tienda nos mirábamos aterradas pensando en la salida.

¿Por qué habíamos entrado en la única tienda de Inditex que tenía el mismo sonido que oíamos a las tres de la mañana o a las cinco de la tarde, día y noche y del que sólo pretendíamos descansar unas horas?

Dimos unos tímidos pasitos e hicimos como que nos fijábamos en unos pantalones, pero en realidad nuestras neuronas estaban disparadas como si preparásemos la fuga de Alcatraz.

Nos miramos incrédulas, derrotadas.

No había esperanza, aquel sonido nos perseguiría para siempre. Sabíamos que las tiendas de Massimo Dutti estarían vetadas para nosotras de por vida.

¿Y cómo íbamos a salir de allí? Aquello era ridículo y dramático.

Paseábamos nuestros rostros teñidos de tristeza, la tristeza del que se siente atrapado en una situación de la que no sabe salir sin pasar por lo que no quiere.

Deambulábamos sin rumbo por la tienda como si nos hubiesen enjaulado, con la sensación de tener una alarma colgada del cuello que saltaría al cruzar la salida.

Atrapadas en Massimo Dutti. Qué triste.

Mi madre me miraba cabizbaja, incrédula, con mirada entre enfadada y deprimida. Tenía los brazos caídos a lo largo del cuerpo y apenas podía sostener el bolso ante aquel estrepitoso fracaso.

El acuerdo fue unánime. No había otra solución. Ambas miramos a la puerta y un sudor frío recorrió nuestro cuerpo mientras enfilábamos con paso firme la salida.

¡Ding, Dong, Ding, Dong!

“Hasta luego, que pasen una buena tarde. Vuelvan cuando quieran”, llegamos a oír tras nosotras. Ambas nos volvimos y le lanzamos una mirada asesina.

Esa noche, ya en casa, casi no recordábamos el incidente. El cerebro suele defenderse bien cuando quiere olvidar y conseguimos relajarnos.

Cocinábamos tranquilas mezclando risas con pimienta, cuando de pronto, todo regresó.

Cuando sonaba el cuarto “Dong”, yo ya me encontraba en el salón con el corazón a cien y dispuesta a todo.

“¿Qué te pasa? ¿Estás bien?” grité.

Entonces, con mirada entre risueña y relajada, él me preguntó: ¿Sabes qué hay de cena esta noche?

 

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Mi isla privada

12 jueves Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Uncategorized, Vida

≈ 3 comentarios

Etiquetas

recuerdos, vida, Zúrich

zurlindenstr-c04f61c6b6ef3380af58631cf1501909 (1)Recuerdo con nitidez las cenas al lado de nuestra ventana abierta de par en par y los árboles casi rozando mi rostro.

Solía sentarme en el cenador de nuestro piso y veía como la lluvia y los truenos borraban por fin el aplastante sol del día.

Suiza era un horno en verano. Una olla a presión a punto de estallar, pero por las noches siempre nos daba un respiro.

Esos momentos en los que todo cedía eran mágicos.

Nuestras cenas interminables en las que tú luchabas por hablar alemán alto y, después de la segunda copa de vino, ganaba tu dialecto de Zúrich.

Esas cenas tenían esa mezcla de locura que yo necesito para sentirme viva.

Cuando me conociste no sabías que no lo hago a propósito, me sale así, transformo una vida corriente, en otra que no lo es.

En un país lleno de normas que tú me enseñabas y que yo seguía, nuestra vida llegó a discurrir de forma paralela a ellas.

Eran normas razonables, bien pensadas, que seguíamos religiosamente para, en secreto, seguir las nuestras.

Y tú, te pasabas a las mías, sin darte cuenta. Y eras más tú mismo de lo que nunca habías sido.

Reservado como una piedra, no podías evitar contarme historias que habías enterrado hacía tiempo.

Todo aquello que te ardía en el pecho.

Había miradas que lo decían todo ¿recuerdas? Y risas más españolas que suizas.

Cocinabas tus pasiones.

Yo bajaba al sótano a por más vino o a por aceite.

Al regresar, te parecía que había tardado horas, en vez de unos minutos.

Me mirabas, sonreías y seguías cocinando.

Y la lluvia hacía sonar esas campanillas que tenías colgadas de la ventana.

Ese ruido no iba contra las normas.

Recuerdo el tintineo y su paz.

Y esos días de insoportable calor cuando cruzábamos El Lago en Ferry, el coche, tú y yo.

Para llegar a esa bodega en la que nos vendían esas cajas de nuestro vino favorito, ¿te acuerdas?

Nuestro Riesling-Silvaner, aunque acabáramos bebiendo vino español.

Y los dos sabíamos que ese calor implacable, arreciaría en forma de una lluvia copiosa con la llegada de la noche.

Esperábamos impacientes a escuchar el sonido de las campanillas de nuestra ventana y del viento doblando los árboles. Siendo la reverencia de éstos la antesala de la tormenta.

Y un millar de sonidos.

El calor y las normas cedían mientras del cielo caía agua, no gotas de lluvia, sino un torrente.

Las normas suizas dejaban de tener vigencia y sentados en el pequeño cenador de mármol, pasaríamos horas interpretando los sonidos que nos traía el ruidoso silencio.

Un silencio cargado de conversaciones ocultas que nos divertíamos en descifrar.

Recuerdo esas noches en las que, en una de las ciudades más ricas de Europa, el dinero carecía de importancia y sólo dejábamos paso a la vida.

En esos momentos en los que tu país es el que tú mismo creas, no en el que vives.

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Si quieres ser escritor, escribe

10 martes Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Literatura, Reflexiones

≈ 6 comentarios

Etiquetas

escritores, Literatura, Reflexiones

c98e1a11e4bf18c634108ad0e5c40f07

Son muchas las personas que se apuntan a cursos, seminarios o talleres para aprender a escribir y que se arrepienten de haberlo hecho.

La práctica, la disciplina y la pasión te llevarán a tu meta.

Si quieres ser escritor escribe, hazlo todos los días, aunque no publiques.

Tampoco pongas excusas para no leer a diario.

Todas las recomendaciones para escribir que se dan en los talleres de escritura, me parecen bien para quien quiera perder tiempo en no escribir.

Los escritores buenos escribían a diario sin excusas, con problemas, con falta de medios y de dinero.

Sé que lo ideal es alquilarse una cabañita cerca del mar o la montaña para crear tu propio espacio y dedicarte a escribir. Pero, a no ser que quieras crear una imagen de lo que aún no eres, además gastar todos tus ahorros, lo normal es que escribas rodeado de un montón de cosas que te molestan y que no puedas evitar perder la concentración a causa de problemas no resueltos.

La base de ser bueno en lo que haces, suele ser el trabajo y la constancia.

Estaréis pensando ahora en toda esa gente a la que le publican libros, sean buenos o malos. Esa gente vende, pero no porque escriba bien, ni escriben, sólo encargan el libro y luego lo firman. No me refiero a ellos, porque a mi juicio, no son dignos de un oficio como el de escritor.

Sin embargo, sí sé que existe mucha gente en la sombra de una habitación vacía, peleándose con letras, hojas y problemas, como en su época hicieron Stephen King o J.K. Rowling, Stieg Larsson  y otros muchos, que sí trabajaron mucho para convertirse en lo que hoy son.

Esta entrada va dedicada a la gente que lucha a diario y paso a paso por salir de esas tinieblas y tener el éxito que, con toda probabilidad, se merecen.

No estáis solos, aunque lo parezca y, quiero pensar, que yo tampoco.

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Yo y las moscas

09 lunes Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Reflexiones, Uncategorized, Vida

≈ Deja un comentario

Etiquetas

crítica, Reflexiones, relatos, vida

10

El silencio de la mañana me envolvía al salir de casa.

La calle comenzaba a llenarse de gente que también se dirigía al trabajo.

Los ojos de una mosca en forma de hombre de mediana edad, me miraron curiosos desde la oscuridad de un portal.

Era Pancho el portero que se empeña en salir a decirme todas las mañanas si le parece que he acertado con la ropa.

Cuando paso cerca de él suele darme su opinión sobre si va a llover y voy a pasar frío o si, por el contrario, hoy voy a pasar calor.

No lo conozco y nunca le he preguntado.

Suelo cruzar de acera porque me cansa oírlo.

Solo que en esta otra acera hay otra mosca, una mujer que me dice lo que ella haría con mi vida, de la que no sabe nada, si fuera yo.

Ambas moscas me molestan, pero lo que más me cansa es escuchar las mismas frases.

Hay moscas que me visitan por mail y me mandan mensajes, hasta del extranjero. Sólo me recuerdan vidas anteriores, capítulos cerrados que estas moscas quieren reabrir.

El pasado no se cambia y no contesto.

Hay moscas en forma de personas que me paran por la calle para preguntarme por cosas privadas.

En este caso suelo contestar algo incongruente o citar a algún escritor o poeta. Aquí se pierden. Piensan que estoy loca. Y creo que tienen razón.

La única manera de tratar con moscas es parecer idiota, porque con las moscas no se puede razonar…

¿O es que a vosotros alguna mosca os ha contestado algo congruente alguna vez?

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Entre ruinas y escombros

08 domingo Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Política, Reflexiones

≈ 3 comentarios

Etiquetas

crítica, Política, Reflexiones

My_destroyed_city_by_badherer

 

Agotados por el esfuerzo de vaciar los escombros, actuábamos sin pensar.

Nadie se paraba a pensar quién era el que tenía al lado, no había tiempo.

Todo podía derrumbarse en cualquier momento.

Estábamos al límite de nuestras fuerzas, sólo queríamos descansar, que nos dejasen llorar por lo irrecuperable.

Y por todos los que se habían quedado en el camino y a los que nos negábamos a olvidar.

Éramos un grupo de desconocidos unidos por unas circunstancias adversas y actuábamos tan coordinados como si llevásemos siglos trabajando en grupo.

Cada movimiento, cada músculo, cada frase, cada idea, llevaba a una solución que surgía espontáneamente dejándonos llevar por el sentido común y el bien de todos.

Lo prioritario era que el grupo no se perdiese para siempre.

Todos sabíamos que aquello que teníamos entre las manos se derrumbaba.

El peligro era inminente. Éramos conscientes.

Las grietas nos cercaban anunciando el hundimiento.

El cansancio se reflejaba en nuestros rostros.

Nos dolía cada músculo, cada centímetro de piel estaba perlado de sudor pero seguíamos, ante la certeza de que aquello era lo único que nos podía salvar.

Nunca antes la unión había sido tan férrea, ni nuestra determinación tan clara.

Había otros grupos rodeándonos, pero cada uno se ocupaba de lo suyo, de los suyos, aunque todos mirábamos hacia el exterior, sin perder de vista lo nuestro.

Esa coordinación, esa unidad, nos hacía cada vez más fuertes, rápidos, sagaces y eficientes.

El engranaje funcionaba.

Después de un esfuerzo continuado en el que todos, en algún momento, deseamos abandonar, rotos por dentro y por fuera, al fin lo conseguimos.

Y así fue cómo logramos volver a vivir en el país que nos merecíamos, el que habíamos construido juntos.

Eso sí, tardamos siglos.

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Las promesas de un nuevo día

02 lunes Jun 2014

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

≈ Deja un comentario

Etiquetas

pensamientos, Reflexiones

1163916ea51f78dfb018435309288dff

La mañana es el nuevo comienzo que anuncia lo posible del día.

Las horas en las que ese silencio deja paso a lo que aún no es, pero puede llegar a ser.

Esa sensación al tomar el primer café en tu balcón abandonándote a los primeros rayos de Junio.

Y sentir sin pudor cómo acarician tu cara de nuevo.

Cerrar los ojos a los planes para dejar que el día te lleve.

Desnuda ante los acontecimientos que esperan escondidos en todas las esquinas, silenciosos, con una lentitud casi imperceptible.

El olor del pan recién hecho.

Una llamada inesperada que pone del revés tu día.

Un beso inesperado.

El regalo de ese libro que no esperabas ese día, en el que cada una de sus páginas espera a ser interpretada por ti y sólo por ti.

El anuncio de todas esas cosas que no sabías que ibas a descubrir ese día, pero que ya los rayos del sol de la mañana te anuncian.

Deja que esos rayos de la mañana inunden tus pensamientos, cierra los ojos y respira la promesa de esos instantes, es lo que tienes.

Share this:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...
← Entradas anteriores

Entradas recientes

  • Sobre prácticas antiestrés
  • Olor a nieve
  • Puedo prometer y prometo
  • El tamaño importa
  • El datáfono
  • Un tranquilo paseo
  • Sólo puede quedar uno
  • La manipulación de las masas
  • Feliz Navidad y Año Nuevo
  • «Amigos compatriotas…»

Archivos

  • marzo 2023
  • diciembre 2022
  • agosto 2022
  • mayo 2022
  • febrero 2022
  • diciembre 2021
  • octubre 2021
  • julio 2020
  • junio 2020
  • mayo 2020
  • abril 2020
  • octubre 2018
  • julio 2018
  • junio 2018
  • febrero 2018
  • enero 2018
  • diciembre 2017
  • septiembre 2017
  • julio 2017
  • junio 2017
  • marzo 2017
  • febrero 2017
  • enero 2017
  • diciembre 2016
  • noviembre 2016
  • septiembre 2016
  • agosto 2016
  • julio 2016
  • junio 2016
  • mayo 2016
  • abril 2016
  • marzo 2016
  • febrero 2016
  • septiembre 2015
  • agosto 2015
  • julio 2015
  • junio 2015
  • mayo 2015
  • abril 2015
  • marzo 2015
  • febrero 2015
  • enero 2015
  • diciembre 2014
  • noviembre 2014
  • septiembre 2014
  • agosto 2014
  • julio 2014
  • junio 2014
  • mayo 2014
  • abril 2014
  • marzo 2014
  • febrero 2014
  • enero 2014
  • diciembre 2013
  • noviembre 2013
  • octubre 2013
  • septiembre 2013
  • agosto 2013
  • julio 2013
  • junio 2013

Categorías

  • crítica
  • Educación
  • Ensayos
  • Fotografía
  • Humor
  • Idiomas
  • Literatura
  • poesía
  • Política
  • Reflexiones
  • relatos
  • Sin categoría
  • Traducción
  • Uncategorized
  • Vida

Alemania Berlín blog Bruselas Budapest Cine crítica Debería economía educación English escritores Estocolmo Estrasburgo Europa extranjero Fotografía Galicia Hannover hipocondría historias humor ideas Idiomas Literatura Londres Luxemburgo Munich música Oporto Parlamento Europeo París pensamientos Plymouth poesía Política recuerdos Reflexiones Reino Unido relatos Salamanca Suecia Suiza traducción Universidad USA vida Zúrich

Introduce tu dirección de correo electrónico para seguir este Blog y recibir las notificaciones de las nuevas publicaciones en tu buzón de correo electrónico.

  • RSS - Entradas
  • RSS - Comentarios
Follow Livia de Andrés on WordPress.com

Entradas y Páginas Populares

Sobre prácticas antiestrés
Olor a nieve
Puedo prometer y prometo
El tamaño importa
El datáfono
Un tranquilo paseo
Sólo puede quedar uno
La manipulación de las masas
Feliz Navidad y Año Nuevo
"Amigos compatriotas…"

Comentarios recientes

Antonio Rodríguez Mi… en Sobre prácticas antiestrés
Livia de Andrés en Sobre prácticas antiestrés
Antonio Rodríguez Mi… en Sobre prácticas antiestrés
Livia de Andrés en Sobre prácticas antiestrés
Gustavo Catalán en Sobre prácticas antiestrés
Gustavo Catalán en Puedo prometer y prometo
Livia de Andrés en Puedo prometer y prometo
Gustavo Catalán en Puedo prometer y prometo
Livia de Andrés en Un tranquilo paseo
Santiago Pérez Malvi… en Un tranquilo paseo
Livia de Andrés en Un tranquilo paseo
bustodelavega en Un tranquilo paseo
Livia de Andrés en Sólo puede quedar uno
sabiusblog en Sólo puede quedar uno
Livia de Andrés en Sólo puede quedar uno

Comentarios recientes

Antonio Rodríguez Mi… en Sobre prácticas antiestrés
Livia de Andrés en Sobre prácticas antiestrés
Antonio Rodríguez Mi… en Sobre prácticas antiestrés
Livia de Andrés en Sobre prácticas antiestrés
Gustavo Catalán en Sobre prácticas antiestrés
Gustavo Catalán en Puedo prometer y prometo
Livia de Andrés en Puedo prometer y prometo
Gustavo Catalán en Puedo prometer y prometo
Livia de Andrés en Un tranquilo paseo
Santiago Pérez Malvi… en Un tranquilo paseo
Livia de Andrés en Un tranquilo paseo
bustodelavega en Un tranquilo paseo
Livia de Andrés en Sólo puede quedar uno
sabiusblog en Sólo puede quedar uno
Livia de Andrés en Sólo puede quedar uno

Creative Commons Licence

Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

Blog de WordPress.com.

Privacidad y cookies: este sitio utiliza cookies. Al continuar utilizando esta web, aceptas su uso.
Para obtener más información, incluido cómo controlar las cookies, consulta aquí: Política de cookies
  • Seguir Siguiendo
    • Livia de Andrés
    • Únete a 50 seguidores más
    • ¿Ya tienes una cuenta de WordPress.com? Accede ahora.
    • Livia de Andrés
    • Personalizar
    • Seguir Siguiendo
    • Regístrate
    • Acceder
    • Denunciar este contenido
    • Ver sitio web en el Lector
    • Gestionar las suscripciones
    • Contraer esta barra
 

Cargando comentarios...
 

    A %d blogueros les gusta esto: