Etiquetas
Agotados por el esfuerzo de vaciar los escombros, actuábamos sin pensar.
Nadie se paraba a pensar quién era el que tenía al lado, no había tiempo.
Todo podía derrumbarse en cualquier momento.
Estábamos al límite de nuestras fuerzas, sólo queríamos descansar, que nos dejasen llorar por lo irrecuperable.
Y por todos los que se habían quedado en el camino y a los que nos negábamos a olvidar.
Éramos un grupo de desconocidos unidos por unas circunstancias adversas y actuábamos tan coordinados como si llevásemos siglos trabajando en grupo.
Cada movimiento, cada músculo, cada frase, cada idea, llevaba a una solución que surgía espontáneamente dejándonos llevar por el sentido común y el bien de todos.
Lo prioritario era que el grupo no se perdiese para siempre.
Todos sabíamos que aquello que teníamos entre las manos se derrumbaba.
El peligro era inminente. Éramos conscientes.
Las grietas nos cercaban anunciando el hundimiento.
El cansancio se reflejaba en nuestros rostros.
Nos dolía cada músculo, cada centímetro de piel estaba perlado de sudor pero seguíamos, ante la certeza de que aquello era lo único que nos podía salvar.
Nunca antes la unión había sido tan férrea, ni nuestra determinación tan clara.
Había otros grupos rodeándonos, pero cada uno se ocupaba de lo suyo, de los suyos, aunque todos mirábamos hacia el exterior, sin perder de vista lo nuestro.
Esa coordinación, esa unidad, nos hacía cada vez más fuertes, rápidos, sagaces y eficientes.
El engranaje funcionaba.
Después de un esfuerzo continuado en el que todos, en algún momento, deseamos abandonar, rotos por dentro y por fuera, al fin lo conseguimos.
Y así fue cómo logramos volver a vivir en el país que nos merecíamos, el que habíamos construido juntos.
Eso sí, tardamos siglos.
3 pensamientos sobre “Entre ruinas y escombros”