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libertad-de-expresionMe sorprende que en una sociedad que ha luchado tanto por vivir en libertad y democracia, casi nadie se atreva a desviarse de los senderos previamente trazados.

Prácticamente no existe ningún medio de comunicación que no se exprese bajo consignas, que se aburran a sí mismos, por no mencionar a nosotros los ciudadanos.

Y los periodistas ejercen de siervos incapaces de poder ejercer su profesión con libertad para no engrosar las listas del paro.

El panorama actual se encuentra dibujado por caminos invisibles de los que es difícil escabullirse sin salir perjudicado de una u otra manera. El simple hecho de expresar nuestra opinión con libertad puede ser duramente castigado.

Una libertad tan básica como es pensar por nuestra cuenta, se nos ha ido negando con el paso del tiempo.

Seas de un color u otro, siempre has de expresarte bajo los mismos términos sin salirte del guión de la secta a la que pertenezcas.

Pero, ¿qué ocurre si estás de acuerdo con las ideas de un grupo y, al tiempo, lo estás también con algunas de las del grupo de enfrente?

¿Por qué hemos de decantarnos por el blanco o el negro?

Desde mi punto de vista, se han ido creando habitáculos cerrados. Matando la libertad de las personas como seres individuales.

Si no perteneces a uno o a otro estás fuera y, si estás fuera, estás solo.

Si contemplamos esto desde la perspectiva de la Psicología estaríamos hablando de un tipo de movimiento que se caracteriza por la adscripción de personas totalmente dependientes de las ideas de un dirigente o varios, que los adoctrina. Es decir, una secta.

Este tipo de pensamiento es radicalmente opuesto a la libertad individual como el más alto valor social e impide el derecho a disentir.

Sin apenas percatarnos escuchamos a diario frases que se repiten como una especie de gota incesante que cae sobre nuestros pensamientos y los va minando.

En este caso, el bando del que provengan no es importante, pero sí lo es que este persistente adoctrinamiento nos llegue a impedir pensar, desarrollar y razonar pensamientos por nuestra cuenta. Este mantra consiste en consignas, que la mayoría no asimila, pero repite y a causa de esta repetición, da como válidas.

Si me niego a leer periódicos por el simple hecho de que tengan un color político u otro, me privo de exponerme a diferentes perspectivas. Si siempre leo o escucho lo que quiero oír, estoy cerrándome a escuchar otro tipo de opiniones con las que podría estar de acuerdo o no. Para ser capaz de opinar con argumentos sólidos debo abrir todos los canales de comunicación que formen mis teorías.

Tampoco por pertenecer a un grupo debo estar de acuerdo con todas y cada una de las ideas de ese grupo.

Es necesario defender que cada ser humano es dueño de sí mismo y que, en consecuencia, tiene total soberanía sobre su cuerpo y su pensamiento. Desde el momento en que nos negamos a ver otro tipo de perspectivas estamos dejando que merme nuestra percepción de la realidad y que disminuya nuestra flexibilidad mental. Estamos siendo adoctrinados.

Hoy en día se afirma que vivimos en una democracia, pero cada día que pasa me asaltan más dudas sobre si ésta forma parte de una falacia repetida hasta la saciedad. Cada día veo a una sociedad más sometida por la presión social y a la que se le impide expresarse en libertad, como si de un acuerdo tácito se tratase.

Esta presión social provoca el miedo a quedarse sin empleo,  sentirse excluido o rechazado y hace que la gente actúe de una determinada manera.

Estamos ante lo que hemos denominado “lo políticamente correcto”. Si vives en una sociedad que cada vez canaliza más sus fuerzas hacia este sometimiento es muy difícil que el individuo se rebele contra la presión de los diversos grupos. Por este motivo, pocas personas logran resistirse y otras, llevan ya tantos años bajo este tipo de influencias que ni se dan cuenta de que no desarrollan pensamientos propios sino que repiten de forma automática lo que su “secta”, “grupo”, “color” o “partido” les ha dictado durante generaciones.

Y no nos engañemos, todos estos grupos de presión que llevan dirigiendo a la mayoría durante años, tienen siempre una intención.

Cada día asistimos a una representación teatral, cada día estamos más desilusionados y somos más conformistas. Disentir siempre ha sido tarea ardua.

Y sin embargo, yo sigo creyendo en la gente y cuando empiezo a perder la fe en el libre pensamiento y en la libertad individual, recuerdo grandes tragedias, como la del choque de ese tren en Angrois, Galicia, en la que nadie preguntaba el color de nadie o a qué grupo pertenecía, simplemente ayudaban unidos por una causa común.

Así tendría que ser, en lugar seguir permitiendo que se genere odio y que se enfrente a la gente. Y este odio tiene como única finalidad que, siempre los mismos, sigan pasándose el testigo a través de los años. Y por ende, que no tengan la mínima intención de trabajar por el bien común.

Creo que ya les hemos regalado suficientes años.