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Al abrir los ojos un enorme haz de luz se cuela entre sus pestañas.
Ha ocurrido otra vez. Se despierta desorientada.
Durante los primeros segundos del nuevo día y tras largas horas de un sueño profundo, no puede recordar dónde se encuentra esta vez. No reconoce la habitación.
La sensación de desubicación es demasiado conocida como para tenerla en cuenta.
Esto es lo que suele suceder el primer día. Siempre ocurre.
Cierra de nuevo los ojos e intenta recordar qué ocurrió el día anterior… un avión, gente, un aeropuerto. Ya recuerda. Poco a poco todo va regresando a su mente, pero aún faltan escenas.
Vuelve a abrir los ojos. Es temprano y entra demasiada luz por la ventana. Puede afirmar con certeza que está fuera de España. Está claro. Durante ese mes no es posible que haya tanta claridad a esas horas.
Intenta pensar en un motivo para levantarse y se pregunta qué la ha impulsado esta vez a tomar la decisión de volver a hacer las maletas. Tiene que existir un motivo fuerte.
Aquella oferta de trabajo… ¿o era aquel hombre el que la había arrastrado esta vez? No recuerda. No, no, el hombre no era, era el trabajo. Menos mal, los errores, sólo una vez. Sí, el trabajo. Pagaban muy bien y era interesante. Algo sobre idiomas, traducciones, no está segura… ya recordará. Hay tiempo.
Debe levantarse… pero, qué pereza… no conoce las calles, tendrá volver a utilizar el mapa. Bueno, no está lejos ¿o sí?… Por cierto, ¿en qué idioma tenía que hablar esta vez? No está segura, pero una vez se haya duchado y tomado café, lo sabrá.
Descalza se dirige hacia la ducha, el café de aquella cafetera es malo, pero es café… hay que comprar una cafetera italiana, de las normalitas, de las que sale café, no agua. Es igual, ya lo hará.
Nada más salir a la calle, lo de siempre, ¿izquierda o derecha? Mapa. Vale, ya lo sabe, es a hacia la izquierda.
Las conversaciones de la gente que pasan por su lado le dan una pista sobre el idioma que debe utilizar en esta ocasión. Si no llega a oírlas se habría olvidado de este detalle y sólo se habría concentrado en el arrugado mapa que lleva entre sus manos.
Suspira y mira de nuevo al trozo de papel arrugado y que nunca sabe plegar de nuevo. A ver, el trabajo era… en el centro, no sabe. No logra acordarse. Es por culpa del café, no era fuerte, era agua teñida de algo. Eso es lo que le impide recordar. Antes de llegar a su destino tendría que tomar uno de esos cafés que te ponen a pensar aunque no quieras. Pero no quiere llegar tarde. Debe ser puntual y más el primer día, bueno todos, pero el primero más. Le molesta no acordarse. Es lo de siempre, es el primer día. Todo es nuevo y hay que arañar para hacerse un hueco en esa nueva realidad. Llegar con los ojos medio cerrados y que se abran de pronto y entre tanta luz en tus pupilas, no puede ser sano. Es por eso que no se acuerda.
¡No, no! ¡Sí se acuerda! ¡Acaba de recordarlo todo! ¡No era un trabajo! ¡Eran vacaciones, cinco días de vacaciones!
Tira el mapa mal doblado en una papelera dispuesta a perderse por las calles.
Esta vez procurará no encontrar trabajo, ni enamorarse. No vaya a ser que tenga que quedarse otra vez.
jajajajaja
eso me recuerda una vez que me vine una oficina un domingo… en mi defensa diré que era un puente… tardé como una hora en darme cuenta.
La verdad es que al final te llevas una alegría, y una vez que te has despertado pues ya aprovechas el día.
Hay que buscar los puntos positivos!!!
Tan despistado como yo, ja, ja…
O mas!!