Etiquetas

,

El lector

Ferdinand Hodler

Hoy he vuelto a tropezarme con el anciano de ojos burlones que trabajó, desde que recuerda, en el gris anonimato de una oficina cualquiera.

Mi anciano amigo, ya jubilado, pasea por las calles en busca del único amigo con el que puede hablar. Se reúnen dos veces a la semana para darse consejos sobre libros y películas. No conversa con nadie más que con él y, de tarde en tarde, conmigo.

Ávido lector desde su niñez, volcado en los libros de la biblioteca de sus padres con pasión incontrolada, afirma, inseguro, que quizá le guste tanto leer porque lleva toda la vida leyendo mal.

Según él mismo cuenta no es capaz de entonar bien lo que lee cuando tiene que hacerlo en voz alta para otros y piensa que, quizá, cuando lee para él mismo, lo hace con tal rapidez que no se para en ningún signo de puntuación. Como si un conductor de vasta experiencia dijese que no presta la más mínima atención a las señales de tráfico.

Y por esta extraña costumbre de leer sin pausa para sí, piensa que interpreta los libros a su manera. Cree que para él tienen otro significado que ni el autor, ni los lectores son capaces de ver porque no “leen tan mal como él”.

Un lector tan ávido, jamás ha osado escribir una sola línea, porque al compararse con Sófocles, Aristóteles, Ovidio, Dante, Ezra Pound, Garcilaso, Shakespeare, Cervantes Lope, Tirso, Calderón, Stendhal, Balzac Hemingway, Faulkner, Passos, Scott Fitgerald, Cela, Sartre, Camus, Verne, Proust, Pushkin, Dostoievski, Turgueniev, Tolstói, Chéjov, Pérez Galdós, Pardo Bazán. Clarín, Unamuno, Charles Bukowski, Walt Whitman, Henry Miller, Kerouac, James Joyce, Kafka, Yeats, Keats, Dylan Thomas, Borges, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Aleixandre y un sinfín de autores más, se paraliza.

Habla perdiendo el hilo y enlazando un tema con otro, relacionando libros con cine, ópera o ballet. Mezclando palabras que pugnan por salir de su boca a borbotones.

Sin embargo, no por ello deja de hablar con mesura, despacio, meditando, buscando las palabras exactas. Me gusta escucharlo. Y a él no le importa que intercale preguntas u opiniones. Quizá por su avanzada edad sabe que escuchar es importante.

La gente lo define como un hombre raro. No lo entienden. Él confiesa que, cuando habla con estas personas, suele echar mano de temas como el tiempo o el estado de las carreteras.

Los raros nunca han sido aburridos. Se distinguen por esa mirada que delata que hay algo más que el simple color de sus ojos. Ese destello que sólo algunos captan. Son personas que hablan susurrando.

Gente que, por su cultura, es más consciente de sus inseguridades y piensa que encaja tan poco con el mundo, que cree que ni siquiera lee bien los signos de puntuación.