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Hoy lunes, he salido de casa dispuesta a empezar otra semana.

Bajaba hacia mi trabajo distraída, pensando lo tranquila que estaba la mañana y que era una pena no disponer de tiempo para tomar café en una terraza bajo los primeros rayos del sol que empezaban a irrumpir en el recién estrenado día.

Mientras caminaba, me cruzaba con “los de primera hora”. Todos recién salidos de la ducha. Ellos con sus trajes, ellas con sus sandalias de rebajas luciendo unas piernas bronceadas. Todos dispuestos a su lucha particular. Nada especial, un lunes cualquiera.

Sin embargo, a medida que me iba fijando en sus caras, notaba ese aire de lunes tan característico.

Sé bien que los lunes son el comienzo de la semana, pero no entiendo bien por qué eso dibuja caras tan largas a todos los que se dirigen a trabajar.

Es verdad que, lo más probable, es que sus trabajos estén mal pagados o que se hayan topado con un jefe inepto, que es lo que hay en general.

La zona por la que voy hacia mi trabajo no es una en la que la gente tenga el tipo de trabajo por el que podrías tirarte por un puente pero, aunque así fuera, llevar esa actitud no arregla mucho.

Y es que sus caras no reflejan depresión a causa de que sea lunes. El problema es que concentran su felicidad en un trozo de sus vidas, bien sea el fin de semana o unos cuantos días de vacaciones. El resto del año toca caminar con cara de perro con malas pulgas. No sé si esta forma de protesta les sirve para mejorar sus vidas. Para mí que no.

En el trabajo, a todos nos pueden esperar problemas muy diversos, es cierto. A mí no, yo ya los llevo puestos de casa. No por ello me cambia la cara, ni en casa ni en la calle. Simplemente, porque llevar cara de enfadada no me arregla nada, sólo me pone más fea. Lo único que puede reflejarse en mi rostro es un día de cansancio o algún dolor molesto. Por lo demás, los días, son días, sin importar demasiado cómo se llamen, lunes, martes o viernes.

Unos, llevas a cabo cosas que te hacen más ilusión, otros, parecen más iguales, pero nunca se sabe si pueden mejorar y siempre se puede esperar que traigan algo que merezca la pena.

La gente tiende a enfadarse, pretende que todo sea bonito, fácil y empaquetado con un lacito.

No hay nada que hacer al respecto porque han sido acostumbrados a eso desde que nacieron. Muchos creen que se les debe todo, otros viven en el pasado recordando continuamente cuando sus padres les facilitaban la vida hasta puntos insospechados y ahora no pueden asimilar que son ellos los que tienen que poner la lavadora.

El único antídoto contra las depresiones de los lunes es vivir durante una temporada por tu cuenta, mejor si es fuera de tu país. A ser posible, marcharse con lo imprescindible, sin que mamá te busque un amiguito para aliviar la soledad del viaje, llegar y buscarte la vida. Andar corto de dinero aún te vacuna más. Y si, además, no sabes explicar en el mismo idioma del farmacéutico, bajo una intensa nevada, que necesitas algo para ese catarro que te ha bajado al pecho y que te impide respirar, pues mucho mejor.

Una vez pasadas situaciones de este calibre o parecidas, sin contar con que mamá te solucione la papeleta, tener trabajo los lunes casi te hace llorar de felicitad.