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El evento

 

El evento

Entro en el enorme recinto.

Corros de gente se arremolinaban charlando sobre nada tras largos años cultivando la superficialidad de sus conversaciones en las que no se podía hablar sobre nada. Soltaban frases que caían en la nada. Una nada forjada a base de una escrupulosa hipocresía que debes mantener si te quedas. Hipocresía de la que, un día, yo me permití la osadía de escapar.

Hay un gran revuelo. Algunos no pueden disimular y aunque no se acercan, tampoco pueden cerrar la boca. Lo cierto es que todo el asunto está resultando más divertido de lo que pensaba.

Mentiría si dijese que fui a ese acto para cumplir con lo que debía. No fue así. Me presenté allí porque esa mañana me desperté pensando que ya era hora de reaparecer, por lo menos, para poder desaparecer otros tantos años.

Me siento en un banco de primera fila, por ser familiar directo. Puedo percibir las miradas de todos los bancos en mi nuca, no miro pero sé que me examinan y observan. No es algo que lleve bien. Suspiro.

Mi pelo, mi traje chaqueta, mis labios pintados, mis manos colocadas inmóviles encima de mi regazo, todo se halla bajo minuciosa observación. Me parece que todo aquello se prolonga toda una eternidad y no puedo más que pensar en que aquel suplicio termine.

Sin embargo, tampoco quiero ocultar que siento cierto grado de satisfacción por estar allí, por saber que estoy molestando a la mayoría de los presentes, habituados a mis repetidas ausencias.

He cogido un avión desde Berlín sólo para asistir. Nadie lo esperaba, ni yo misma. Y ahora, me gusta el olor a sorpresa de la sala entera. En realidad, no sabía que iba a gustarme tanto.

Por fin acaba. Resta la charla de despedida en pequeños y peligrosos grupos de gente que se agolpan a la salida. Me esperan preguntas que me da pereza responder, pero lo hago con paciencia.

Me parece como si estuviera siendo engullida por una nebulosa lejana de acentos olvidados y palabras que no recordaba. Estructuras gramaticales aburridas y gastadas por las incontables veces que han sido repetidas. Innumerables preguntas se agolpan en los labios de todos y son éstas, las que me ayudan a comprender toda la hostilidad del pasado.

Hay dos personas en especial tienen que venir a saludarme por mucho de deseen no hacerlo, lo hacen. No logro que ninguna de las dos me mire directamente a los ojos. Observo que sus problemas, lejos de resolverse, se han agravado con los años. Mantenemos una corta e incómoda charla.

Pasado ese trance, se disculpan y se alejan. El resto de los presentes se acerca a mí rodeándome y yo procuro acercarme a la salida poco a poco atravesando ese molesto tramo de mi pasado y poder olvidarlo otra vez.

Ante este tipo de situaciones yo antes optaba por desaparecer, ahora ya, a veces, no me da la gana.