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El hielo no es firme y piso con cuidado. Busco el camino más corto, pero es, al tiempo, el más arriesgado.
Dirijo la mirada hacia mis botas, intentando ver qué trozos de la inmensa masa blanca sobre la que camino son los más sólidos. Nunca se sabe. Es un acto absurdo.
Soy consciente de que estoy arriesgando mi vida. Pero ya estoy en mitad del lago y no puedo retroceder.
Ahora vivo una situación parecida en la que el retroceso, ya no es posible.
Hay que vaciar el lago y asegurarse de que el hielo que pisemos desarrolle una densa capa imposible de romper, para que no sintamos a diario que todos en masa, y no uno, podemos hundirnos.
Los vicios repetidos hasta el infinito, sólo afianzan la inseguridad. Las patrañas nos aburren hasta el hastío. Miramos hacia algún lado que no nos ponga enfermos.
Romper el hielo es arriesgar, pero esta vez nos lo han arriesgado todo, hasta un punto en el que la capa de hielo ya no aguanta el peso. Sólo resta empezar de nuevo. No hay más. No existe término medio.
Los inmovilismos acumulados constituyen un crédito imposible de saldar. Los pocos que lo disfrutan, mantienen la canción de cuna que nos adormila por cansancio sin que nuestros oídos sean ya capaces de captarla. Y otros, ofrecen soluciones que recuerdan viejas aventuras comunistas que no rozan la realidad actual.
Y nosotros, idiotas, aún sabiendo que el orden empieza por los que somos más, caminamos fraccionados en todas direcciones menos en la correcta, tan sólo para encontrar una solución rápida a lo que ya no la tiene.
Hay gente que empieza una y otra vez en su vida. Hay otra que se estanca y prefiere ir únicamente a la tienda que hace veinte años lo trató bien, muriendo así poco a poco.
Los proyectos recién nacidos producen nuevas sensaciones, abriendo paso a la vida, dando paso al entusiasmo. No se debe avanzar en busca de lo que una vez se sintió, pues es morir. Los momentos, los proyectos, las ideas, son únicos e irrepetibles y se hallan sujetos a las circunstancias que te rodean en ese momento.
Sólo el que posee la capacidad de asimilar el cambio y de estrenarse en situaciones, es capaz de vivir.
Aferrarse a un puñado de disculpas para no aceptar la realidad, es un absurdo.
Un país que se desplaza a la deriva sobre una fina capa de hielo y con un rumbo trazado por una minoría, se hunde irremisiblemente.
La reacción hacia el cambio está en los que somos más, que deben liderar lo que ocurre en los despachos y no en los que procuran no moverse para no romper un hielo que les resulta muy conveniente sin importar cuánta sangre o dolor cubra.
Se da la circunstancia de que, en este momento, aunque no os mováis ni un ápice, la capa de hielo ya se ha hecho demasiado fina.
No moverse resulta inútil.
Lo más sensato es apoyar a toda aquella persona o medio que vuelva a dejarnos opinar con absoluta libertad.
¿No lo echáis de menos? Pues despertad de una vez.
Excelente reflexión, un fuerte abrazo.
¡Muchas gracias, Julia!
Un saludo,
Livia