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Se incorporó rápidamente y miró a su alrededor. Estaba demasiado oscuro para alcanzar a ver nada. Dio unos pasos hasta que comenzó a notar que la tierra se ablandaba bajo sus pies.

Se arrodilló y comenzó a palpar con las manos hasta que una de ellas, no rozaba nada semejante a la tierra en la que se apoyaba la otra.

En un esfuerzo supremo por vislumbrar algo en una noche tan oscura, y aún temblando tras el accidente, pudo ver un enorme agujero a tan solo unos centímetros de sus rodillas.

Se asomó al borde de un precipicio. Un agujero abismal aún más oscuro que la noche en la que se encontraba preso.

Se alejó cuanto pudo y volvió a ponerse en pie. Estaba desorientado.

La luz de la luna comenzó a alumbrar con tenues rayos una especie de sendero que parecía hallarse a kilómetros de distancia. Nada, excepto esto, servía como punto de referencia, ni un árbol, ni una casa, ni una persona…

Trató de escuchar algún ruido de los muchos que existen en la noche, pero sólo oyó el viento en sus oídos. Lo que le produjo una sensación de soledad que casi no recordaba.

No sabía si había supervivientes, aunque era bastante improbable.

Un deseo violento y repentino de volver corriendo al camino se apoderó de él. Al mismo tiempo, se palpó suavemente el móvil en el bolsillo del pecho. Un absurdo pensamiento se coló en su mente y lo intentó. Sin señal.

Empezó a caminar para intentar acercarse al sendero y alejarse del abismo.

Curiosamente, no sentía vértigo, una sensación que sí se había apoderado de él en aquella ridícula y vieja avioneta en la que los habían trasladado.

Tuvo la prudencia de no mirar a la derecha, pues allí se hallaba el temido borde, de bajada constante y empinada.

La monotonía de sus pasos lo llevó a un estado mental no muy diferente al que lo había llevado la conferencia escuchada el día anterior. Un viaje tan lejano para escuchar a alguien que no había dicho nada. Absolutamente nada, en una de esas charlas repetidas hasta la saciedad en la que, los diversos conferenciantes, sólo se dedican a pasarlo bien a costa de la institución que los envía.

Ese hastío constituía la mejor arma para luchar contra el miedo. No sabía si prefería perderse para siempre en esas llanuras luchando por su vida, rodeado de un oscuro abismo, o si regresar al vacío del abismo en el que hacía años se había convertido su vida.

Había caminado ya un buen trecho de la gigantesca llanura y, ahora, la luna, que estaba justo encima, daba la luz suficiente.

Podía ver ya claramente el camino terroso que lo conduciría de nuevo a la civilización y sus conferencias.

Giró la cabeza y miró los pasos que lo separaban del enorme abismo al que había estado a punto de caer. Miró hacia la enorme luna que pendía de un cielo plagado de sonrientes estrellas.

Y regresó sobre sus pasos para encaminarse, de nuevo, al abismo sin perder de vista la suave luz de la luna.