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Su caos se alimenta de los derrumbes emocionales. Proviene de esas avalanchas de ruinas y ensoñamientos interminables detonados por tantas tardes sin ambición.
No encuentra placer en la autocompasión, nunca lo ha encontrado, porque es esencialmente vital y posee cierta tendencia a la locura.
Todo ello hace que sea más interesante.
Sus discursos están plagados de ese torrente lingüístico caótico en el que te sientes un mero instrumento que utiliza para ordenar sus ideas.
En aquella época, exponía sus pensamientos en alto para llegar a la conclusión que llevaba horas buscando. Cuando ocurría el silencio, significaba que ya la había alcanzado.
Yo solía esperar sin atreverme apenas a respirar para saber cuál era la conclusión al acertijo que atormentaba su mente. Y era entonces cuando él solía salir corriendo hacia otra habitación sin mediar palabra para sentarse a escribir de forma febril.
Mientras aporreaba las teclas de su ordenador, en el que las letras habían casi desaparecido del teclado por su desmesurado uso, en su mente las palabras alcanzaban la velocidad del sonido, pues sus textos salían ardiendo de lo más profundo de sus entrañas. En aquellos momentos, se veía obligado a buscar las palabras, ellas venían en fila hacia él, a veces con demasiada prisa, a borbotones sangrantes que surgían sin cesar. Si en este estado de vehemencia se frenaba hubiese alcanzado la locura o hubiese buscado el suicidio.
No pensaba, escribía.
En esos momentos, era cuando te dabas cuenta de que nada podía arrancarlo de su tarea, tal era la ebullición de sus pensamientos. Como de costumbre, pasaría horas sin poder separarse de aquello y sin hablar.
A la mañana siguiente, publicaba en los mastodónticos medios de difusión donde volvería a seducir con su prolífico verbo.
Después, llegaban las mareas de críticas de toda aquella gente que, según él, no lo entendía, aquellos que pintarían su mirada de aquel negro profundo de la ira, la cual, aplacaba conmigo. Él sabía que yo iba a escuchar aquel desahogo con la mirada clavada en todos sus gestos, bebiendo una por una sus dilatada verborrea.
Solía decirme que no volvería a escribir, juraba que jamás dejaría que lo leyesen. Sin embargo, obsesionado por su ego y su afán, sabiéndose seductor mediante la palabra, preso por el ansia vital escribir, yo sabía que volvería a repetirlo sin pudor, sin retención y con mayor vehemencia.
Precisamente esa poca mesura era lo que hacía que le lloviesen las críticas y era también ella la que poseía a los lectores dependientes de sus textos, como si de una droga se tratase.
No era un escritor comedido, era un hombre de excesos en todos los sentidos. Desbordaba pasión e ideas y se apartaba, sin pretenderlo, de los cánones establecidos, en eso se basaba su carisma.
Conquistaba. Lo amaban, lo odiaban. No existía un término medio, tampoco en su manera de vivir. Él era así.
Y yo, escuchaba, desde mi silencio, observando cada movimiento de sus labios al hablar, cada sombra de sus ademanes en la pared, cada mueca o cambio en el tono de su voz.
Ahora esos feroces tiempos han fallecido. Él sigue escribiendo, pero, entre todos, lo han vuelto cuerdo y los escritores cuerdos tienden a ser aburridos. Hace tiempo que pone una palabra detrás de la otra despacio, ahora tiene que detenerse a pensar.
Por eso, cuando publica, ya no recibe críticas. Han conseguido domarlo.
« …y los escritores cuerdos tienden a ser aburridos». Ciertísimo. ¿Y sabrías decirme entonces por qué este país está plagado de ellos, de escritores previsibles y aburridos? ¿No será que la cordura es muy otra cosa -Cervantes en el Quijote, sin ir más lejos- y que estos otros de los que te hablo, más que cuerdos, son camaleones dispuestos a darle de comer a cada público lo que pide, es decir, merecerían ser llamados profesionales de la pluma, profesionales que, por cierto, a menudo desconocen su propia lengua? Ya me dices, rubia:-)
No podría estar más de acuerdo contigo. Los defines muy bien «camaleones dispuestos a darle de comer a cada público lo que pide».
Hay gente que podría dedicarse a la casi inútil lucha de entablar una batalla contra esa mafia, una persona que escribe mil veces mejor que ellos, educadora y profunda conocedora de la lengua.
¿Harías ese favor al mundo? 🙂
Un beso.
mmmmmm menos mal que nunca me he considerado un escritor, pero vamos que loco sí que estoy un rato!!!
Besos
Fer
Ja, ja…
Besos para ti también.