Escuchó un zumbido ronco y penetrante. Miró a su alrededor. La sala parecía vacía y tranquila. Torció la cabeza y siguió golpeando el teclado de su ordenador.
Sin embargo, aquel aterrador zumbido regresó a sus oídos. Se levantó de la silla y miró hacia el blanco techo. Allí estaba. Jamás había visto ante sus ojos una abeja de semejante tamaño. No lo entendía, no era verano, ¿Por dónde había entrado? Entonces recordó haber dejado la ventaba parcialmente abierta durante la media hora que bajó a la calle.
Sintió terror, pues no tenía ningún tipo de spray con el que luchar contra aquel bicho. Y a ella le daban terror los bichos, sobre todo de ese tamaño.
Miró a su alrededor, pensando cómo podía deshacerse de aquella bola peluda, que pronto daría con ella y le picaría. Su pulso se iba acelerando a medida que los pensamientos se agolpaban en su mente. Recorrió la casa en busca de algo que pudiera servirle. Miró a las servilletas de papel de la cocina. Ridículo. Aquel bicho peludo le atravesaría la mano con su aguijón.
Aterrada, se fue a Internet para comprobar el saldo de su cuenta bancaria. No podía pensar con claridad. El terror le impedía razonar de forma lógica.
Descolgó el teléfono y llamó al hotel de cinco estrellas que había justo enfrente de su casa.
– Buenas tardes, me gustaría reservar una habitación para esta noche.
Un pensamiento súbito la detuvo.
– Un momento, por favor.
Con las gotas de sudor resbalando por su frente y la mirada siempre en los vuelos cada vez más rápidos y agresivos de aquel insecto, se acercó, aterrada a su ordenador y escribió en Google:
“Esperanza de vida de las abejas”
Google le espetó la respuesta: “Al igual que ocurre con las avispas, el ciclo de vida de las abejas depende, principalmente, del tipo de abeja. Las abejas obreras viven una media de 45 días, una abeja reina vive de 3 a 5 años.”
Angustiada, volvió a coger el teléfono.
– ¿Tienen alguna libre por un período de 45 días? Quería hacer una reserva urgente , después de ese tiempo, si mi problema no se ha solucionado, me iré de viaje.
Pero, queridiña, ¿cómo no me consultaste en lugar de resolver por tu cuenta en un estado de nervios que, se quiera o no, genera confusión? Ante un caso así, y más contando con un cinco estrellas cerca, lo lógico no es haber reservado habitación para ti, sino para la abeja. Envían a recogerla a un apicultor de hotel y, como puedes imaginar, el polen y el néctar se lo sirve el servicio de habitaciones.
Ja, ja… es mucho mejor tu comentario que mi entrada.
Un beso,
Livia
¿Tú crees? Pues será, pero a mí me suena un montón que aprendí de ti en aquella otra ocasión en la que te entró, no precisamente una abeja, sino un abejorro pestilente. En fin… sería otra.
Y no sabes hasta qué punto…
Tengo una habitación de invitados… 😉
Ja, ja… Lo tendré en cuenta.