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Livia de Andrés

Archivos mensuales: febrero 2017

Después de la tempestad

06 lunes Feb 2017

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Reflexiones

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Literatura, pensamientos, Reflexiones, relatos

Soledad

Estoy sentada en la mesa de madera frente a mi ventana. Veo cómo el océano se torna de un gris oscuro que anuncia tormenta. Me duele todo el cuerpo. No ha sido un día fácil y regresar a casa tampoco lo es.

Me voy a la nevera, la luz blanca me da en los ojos como un faro en mitad de la niebla, saco una lata de cerveza fría. La miro y me pregunto por qué tengo las cervezas en la nevera con el frío que hace en la calle. Enciendo la calefacción. Mi mente deja de pensar en la temperatura de la lata que tengo en las manos para regresar al dolor del pasado, invisible para el mundo, pero supurando lentamente en imágenes de lo ocurrido que se incrustan en mi mente cuando menos las espero.

La ayuda ha desaparecido sin previo aviso y un manto negro de silencio me rodea. A veces, el dolor remite, pero vuelve con fuerza en los momentos más insospechados. La tormenta ha pasado y me han dejado sola. La calma es peor que cuando luchaba contra olas de siete metros.

Me siento frente al ordenador y abro Facebook, una de las aplicaciones más absurdas y aburridas que conozco, ideal para días en los que no quieres pensar en nada serio o para personas que no quieren involucrarse en nada, sino sólo dar una imagen de sí mismas que les permita conciliar el sueño.

Observo como muchos de mis contactos pinchan enloquecidos que ayudemos a los refugiados y a los que sufren enfermedades. Vuelvo la mirada hacia mi móvil, justo encima de mi mesa. Hace días que no suena, la tormenta ha pasado, o por lo menos, eso creen ellos, o no.

Toda mi vida he sabido que los cobardes huyen en cuanto pueden. Sin embargo, sé que saben que cuando las olas te han destrozado el barco, cuando tienes el cuerpo lleno de arañazos de las maderas que has arrancado con tus propias manos para no ahogarte, o cuando los troncos inertes a los que te has agarrado, cuando tus heridas aún son muy dolorosas, de un dolor casi insoportable, no es el momento de desaparecer.

Soy consciente de que es más fácil hacer click en tu teclado desde la comodidad de tu casa a favor de los refugiados, que ayudar a las personas que tienes cerca. Hay poca gente dispuesta a oír que, después de las tormentas, sobreviene una calma tan solitaria, que es prácticamente insoportable. También huyen conscientes de que, cualquier día, el mar entrará oscuro y negro en su salón, por mucho que se empeñen en cerrarle las puertas.

Mis pensamientos sobre el ser humano amenazan con desestabilizar mi fe en las personas cercanas, ésas con las que cuentas, en tu ingenuidad, y que, al final, se refugian en su torre, rodeados de costumbres inútiles que los aferran a una periodicidad segura, de horarios apretados, hundidos en una soledad virtual pintada de colores por amigos inexistentes, seguros de que ésos no van a llamar a su puerta.

Bebo un sorbo de cerveza, aún demasiado fría, mientras contemplo cómo se irritan en Facebook por gente a la que no conocen, leo sus comentarios enfurecidos, escandalizados, pidiendo ayuda al que lo necesita. Piden ayuda al que lo  necesita siempre que sea alguien anónimo, que esté lejos, que no les importe nada.

No puedo evitar sonreír pensando que, si un refugiado llamase a su puerta, todos los que hacen click en su defensa, no la abrirían. Lo sé, porque, sino, no habría tanta gente hundida en la angustiosa calma que dejan tras de sí las tormentas.

 

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Integración

05 domingo Feb 2017

Posted by Livia de Andrés in Humor

≈ 2 comentarios

Etiquetas

humor, Idiomas, Suecia

 

Business dinner

Nada más entrar en el restaurante ya sabía que se iba a tratar de una cena aburrida. Una de esas cenas cordiales, en las que se iba a hablar mucho sobre nada. Lo fundamental entre los suecos era no hablar de nada. Sin embargo, era consciente de que no me quedaba más remedio que asistir.

Reconozco que el restaurante era de una belleza sobrecogedora, lo cual, en cierta medida, me consolaba.

Tras las presentaciones de rigor, nos sentamos en una amplia mesa redonda con magníficas vistas a toda la ciudad de Gotemburgo, cuyo cielo se iba tiñendo de rojo según avanzaba el atardecer.

Después de una somera charla, sirvieron los vinos y, poco más tarde, una sopa de pescado. Todo transcurría según lo previsto.

Varios hombres elegantemente vestidos, dos mujeres y yo. Todos ellos, procurando olvidar su sueco materno para expresarse en inglés, por deferencia a mí.

Miré hacia mi plato de sopa y cogí despacio la cuchara con intención de probarla, cuando escuché un sonido que no pegaba del todo con la elegancia que me rodeaba. Era una especie de sorbido, como una inhalación rápida y sonora, que, aunque he estudiado fonética en profundidad, me resulta difícil de describir.

La persona que me había llevado a la cena se acercó a mi oído despacio y me aclaró que el que acababa de emitir ese sonido era del norte, con la intención de disculparlo. En aquel momento no entendí qué me había querido decir con su explicación, pero mi curiosidad ya se había despertado. Lo primero que pensé fue: «Yo también soy del norte y no por eso me dedico a sorber la sopa».

Pronto escuché un segundo sonido igualmente sorprendente, aunque distinto. Éste se había escapado de los labios de otro de los circunspectos suecos sentados a aquella mesa. Levanté mis ojos del plato por segunda vez. Se trataba del sonido que se efectúa cuando alguien te toca el hombro por detrás y te llevas un susto. Esto ya me resultaba más intrigante ¿Qué era lo que había asustado a aquel hombre que al tiempo parecía tan relajado?

Resultaba del todo imposible no querer catalogar el fenómeno lingüístico al que, sin duda, estaba asistiendo. Dejé de mirar hacia el plato y empecé a observar que los sorbidos, con los labios juntos, y los «sustos», con los labios abiertos, no cuadraban. Pues no coincidían, ni con las veces que se llevaban la cuchara a la boca, ni tampoco tenían nada que ver con la conversación, porque allí la única asustada era yo.

Según parecía, para el grupo de suecos, su emisión representaba una manera de afirmación o aseveración en la conversación. Como si decimos: “Sí» «Ya, entiendo” o “Efectivamente, tienes razón”.

Tras mi segunda copa de vino, decidí lanzarme a probar si mi teoría poseía alguna base científica. En cuanto se dirigieron  a mí, en vez de responder afirmativamente en la lengua de Shakespeare, me atreví a soltar una ligera aspiración de aire. Abrí la boca, procurando dejar una rendija suficiente entre mis labios, aspiré aire y permanecí con la boca abierta.

Esperé una reacción, pero no la hubo. Tampoco me preguntaron si me había llevado un susto. Nadie se sorprendió, es más, provoqué una reacción en cadena de sonidos en serie en todos los invitados, unos absorbían aire y otros se “llevan sustos” continuos. Aquello constituía todo un descubrimiento fonético.

Parecíamos una reunión de focas en el Ártico, claro que allí no habría tanta gente como en ese restaurante y no me hubiese dado tanta vergüenza. Por eso, eché un tímido y ligero vistazo a mi alrededor, temiendo que nuestra sonora conversación hubiese sido objeto de burlas en la sala. Sin embargo, comprobé, con gran satisfacción que el resto de los suecos que había en el comedor cenaban sin inmutarse.

Me sentí, por tanto, libre para abrazar por completo la integración a Suecia, y, según me iban llenado el vaso con más vino, mi emulación fonética alcanzaba ya los límites de la perfección. Sorbía, me llevaba sustos y todos se mostraban encantados «¿Quieres más vino?» Sorbido, con un guiño al del norte «¿Te gustan las gambas?» Susto, con un guiño para el resto.

Siempre he dicho que, para hablar cualquier idioma, hay que perder la vergüenza y desde luego, éste era uno de esos momentos clave en el aprendizaje de un idioma. O te soltabas o te cambiabas de país.

Si es que siempre se me han encantado los idiomas, hasta sé hablar como las focas 🙂

P.D. Mucho cuidado con sorber la sopa en Suecia o llevarse un susto, podríais meteros en un lío 🙂

Reproducción fonética: Integración

 

 

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