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Al otro lado del móvil, me dicen:
-Ya está ¡Los tengo!
En ese momento me viene a la cabeza las palabras que me dijiste en nuestra última conversación.
-No seas fría. Pareces nórdica.
Comienza a hablar y tras unas cuantas frases, me repite lo mismo.
Le respondo que los “whatsapps” carecen de tono y que no me parece serio poner emoticonos a este tipo de mensajes.
-¿Seguro que eres gallega? ¿No se te habrá pegado algo de vivir en el extranjero?
Le gusta picarme. Una reacción muy gallega para un gallego medio suizo.
Empiezo a caer en sus redes y a decirle que la lluvia no me amilana, que sé perfectamente que en junio a las once es aún de día, que sé cómo se hace una ajada, que estoy acostumbrada a beber vino en cunca, que conozco los misterios de los pimientos de Padrón, que soy fan de Estrella Galicia, que de Lugo a Vigo no se debe ir en tren a no ser que lo único que busques sea fotografiar el paisaje, que no me fío de los veranos de 30 grados y siempre llevo una chaqueta, que sé lo que son esas cosas de madera cuadradas en medio de las rías, que el agua del mar no está fría…
Oigo cómo se ríe de mis esfuerzos al otro lado del teléfono.
Reflexiono un momento. Creo que es más gallego que yo. Vale. No pienso entrar más en su juego. Yo también soy de la tierra. En un arranque de orgullo, me río a carcajadas de sus críticas.
Èl insiste en tono burlón. No me contesta y sigue con la pregunta.
-Son buenas noticias, ¿no? ¡Por fin!
Y yo, abandono la lista de tópicos para, también por fin, hablar sin mensajes, con entonación, poniendo todo mi acento y mis risas.
Quizá mañana, empiece a convecerse de que ambos hemos nacido en la misma tierra.
Aunque no puedo evitar tener mis dudas. Al fin y al cabo, soy gallega.
Un saludo R. 🙂