El aparcamiento estaba vacío. Era amplio, luminoso y nuevo.
El hombre condujo hasta la salida, abrió la ventanilla para meter el ticket en la máquina y esperó hasta que se levantase la barrera.
La salida era ancha y por su amplitud, parecía diseñada para conductores inexpertos. Sin embargo, no era el caso ya que el hombre llevaba más de veinte años conduciendo.
Por fin, la barrera se abrió y él puso el pie en el acelerador. Se oyó un ruido sordo.
Siempre he pensado que la manera en que conduces da muchas pistas sobre cómo eres. Unos, son agresivos, como él, es decir, inseguros. Otros, son educados, con o sin coche. Otros dicen que no les gusta conducir porque son ecologistas y van en metro, esos son a los que les da miedo conducir. Otros, son calmados y pausados. Otros son nerviosos y dan volantazos…
Tras el ruido hubo una pausa. El ala derecha del coche tenía un arañazo considerable, tan grave que, una de las columnas, se había quedado sin parte de la pintura.
– ¿Es que en España no saben construir aparcamientos? ¿Por qué ponen columnas? – dijo él, en un ataque de cólera.
– Para que el techo no se te caiga encima- contestó ella.
Como los extranjeros son tan raros, quizá sujeten los techos con salchichas, que son más blanditas. Aquí, como somos más brutos, ponemos hormigón.
Era ya la cuarta vez en un mes que los españoles habían puesto algo en su camino para que él chocase. El recién estrenado coche se encontraba en tan mal estado que parecía ya de tercera mano.
Es lo que tiene vivir en España, no dejas de chocar, sobre todo si no sabes conducir.