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Ayer presencié como un periodista, que se había desplazado desde la capital para cubrir un mitin político celebrado en Galicia, era fustigado por el tortuoso carácter gallego.
El pobre desdichado, gran periodista y muy valiente, se acercaba al público allí reunido, durante los momentos previos al mitin, preguntando a los presentes en el recinto, gratamente camuflados por sus mascarillas, sobre su intención de voto ¡Pero hombre de Dios! ¡Eso en Galicia es un suicidio! ¡No sabes a qué te expones! Eso es información clasificada, no la tiene ni Tezanos.
¿Cómo se te ocurre preguntar a un gallego qué va a votar? En esta tierra no te dicen ni la hora porque creen que tiene consecuencias.
El periodista, en su ingenuidad, se empeñaba en conseguir una respuesta que jamás iba a llegar. Venía con la mente de Madrid, abierta, dónde la gente te responde. Allí, te vas a cubrir un mitin y preguntas directamente. Aquí, era como ver a alguien dar vueltas al mismo árbol, al principio lo coges con fuerza pero, después de una hora, empiezas a pensar por qué has tenido que ir al bosque. Y es que cuanto más se esforzaba en darle ritmo a su entrevista y más le insistía al cámara que lo siguiese entre las filas de asientos de los probables votantes, que allí se encontraban, porque simpatizaban con su color político, más dificultades encontraba en hallar respuestas.
Aunque les hubiese preguntado por el número de zapato que calzaban pistola en mano, no lo hubiese logrado.
En Galicia, si te pierdes y preguntas si giras a la derecha o la izquierda, te vas a encontrar con otra pregunta del tipo: “¿Y usted por qué lo quiere saber?” Es inútil. Lo más práctico es que te lances hacia un lado o hacia el otro y reces para no terminar al borde de un acantilado o dando vueltas a la misma roseta.
Ir a un mitin y preguntar la intención de voto en Galicia es un suicidio, pero el periodista no terminaba de pillarlo, aunque los signos del público eran claros, sólo que hay que saber traducir las señales que emiten los gallegos, como las de tráfico: “Gire aquí y ya veremos donde acaba”. Hasta la señal es todo un misterio.
Ya no digamos tener la osadía de acercarte a alguien antes de un acto de este tipo, sentado en su butaca, pertrechado con una mascarilla e incluso con gafas en un recinto cerrado, a la espera de que salga su líder político. Cuando te diriges al sujeto en cuestión, que inclina su cuerpo hacia una pared vacía para dejar de mirar al escenario, es que no te va a contestar. No es que no te vaya a contestar a: “¿Tú a qué partido votas?” Es que no te va a soltar ni lo que comió ese día, no vaya ser que saques conclusiones.
Ya lo he mencionado muchas veces, en Galicia, todo depende y también he dicho que por mucho que tortures a un gallego, aunque vengan los mismísmos nazis, como le pasó a Manolo, no vas a obtener respuesta.
- ¿Qué va a votar usted, señor?
- Ay, pues no sé, a ver, ya se verá…
- Pero usted ha venido a este mitin del partido X, por algo será ¿está interesado…?
- Venir vine… ¿y usted quién es?
- Soy X periodista de X medio y quería saber su opinión sobre cómo están las cosas en Galicia. Algo opinará…
- Ay, sí, sí opiniones tengo muchas… ¿Y usted quien viene siendo?
- Bueno, ¿sabe usted si aquí cerca hay alguna cafetería para tomar algo?
- Haber habrá…supongo. Yo no le sé decir…
Los gallegos están muy entrenados, entrenados de tal modo que, aunque los tortures, no les sacas nada. Interpreta y vete. Si están en un acto político para escuchar a alguien, es que, probablemente lo van a votar. Lo mejor es que escribas… “Ayer, en Galicia hubo gran afluencia de público en el mitin de X” y el resto, te lo inventas. Si hoy en día eso de contrastar la información es algo “osoleto”, que diría un paisano mío. Tú dices, hoy han muerto X personas de Covid 19 y si resulta que aparecen más, sonríes y dices que hubo un accidente de tráfico que se llevó por delante a 15.000, aunque no haya coches en las carreteras. Pero si no pasa nada, hombre, tú escribe algo y ya está, pero no vengas por aquí poniendo a la gente en aprietos sobre lo que van a votar.
Por cierto, dicen por ahí, que nuestro frustrado periodista y el cámara que lo acompañaba, siguen dando vueltas a una roseta de la provincia de Pontevedra. Se van a quedar unos días, hasta que se recuperen. Ambos opinan que aún no saben cómo escribir el artículo sobre el mitin, pero que hace más fresquito que en Madrid. Y es que, quieras o no, Galicia engancha.
Hombre, pues qué fastidio que los gallegos tiendan hacia esa cerrazón informativa por aquello de que en boca cerrada no entran moscas, porque ahora nos tendremos que quedar los demás españoles, desconocedores del secreto sobre si hay bruxas o no, sin poderles preguntar “Pero bueno, ¿hay o no hay brujas?”, no sea que por ese carácter enigmático y ambiguo que se les atribuye –y algo tendrá el agua cuando la bendicen–, lo mismo que no puedes saber al verles en una escalera si suben o bajan, te contesten con rodeos y evasivas, o yéndose directamente por las ramas en lugar de informarte claramente con un rotundo “Eu non creo nas meigas, pero habelas, hailas”.
Imposible no leer este artículo sin, como mínimo, y por muy poco sonriente que se sea, esbozar una sonrisa. Y, si se es de risa fácil, a carcajadas. Muy bella y saludable esta escritura. Si es cierto lo de que se escribe como se es, como creo recordar que le he leído a alguien que sabe de estas cosas, menuda tarjeta de presentación.
(Postdata: Soberbio, sobre todo, ese “Venir, vine” del diálogo. Ja, ja).
Muchas gracias por tu generoso comentario, Marcelino.
No todos los gallegos somos así, pero sí es verdad que en esta tierra «habelas, hailas», ni yo misma sé, a veces, si suben o bajan 🙂
Un saludo y nos vemos por aquí,
Livia
Esto sí que es estar en las antípodas de don Fulano de Tal. Y ya que hago esta periodística mención, me permitiré contarte, por si lo encuentras interesante, unas palabras de Jaime Campmany que me vinieron a las mientes al leer tu exhibición de finísimo humor, y las cuales, contra todo pronóstico, no he tardado en encontrar tras probar a ver si caía la breva y lo podía lograr en una búsqueda rápida basada en un vago recuerdo. Refiriéndose al más importante pontevedrés de España a la sazón, escribió este destacadísimo cultivador del humorismo en el ABC del 1 de junio del 2005: “El silencio no es precisamente lo que suele meter la pata. Tampoco es que responda a las preguntas con otra pregunta, que es costumbre muy gallega”. Y añade poco después el cachondo murciano: “Cuando a un gallego se le pregunta algo, lo primero que se plantea..es una pregunta previa: “¿Para qué querrá saber éste lo que me pregunta?”, e intenta adivinarlo antes de responder”.
Eso se llama recelo. ¿Recelosos los gallegos? Pues supongo que más o menos como todo el mundo, que a nadie le faltan por estos lares buenos motivos para serlo. Sea como fuere, menudo jardín, ¡como para meterse en él! No, gracias. Los gallegos lo que sí que son, aunque me imagino que no todos lo serán, es difíciles de entender, pero de entender al hablar. Recuerdo que de Manuel Fraga decía un articulista de prensa valenciano, algo atípico e igualmente ya fallecido (responde al nombre de Manuel Lloris y falleció en el mismo año que el anterior: 2005): ya no se le entendía al hablar en español, y ahora va y no hay quien lo apee del gallego. Por referirme al extremo geográficamente opuesto del famoso trío regional que todos sabemos, los catalanes son todo lo contrario: hablan el español con mayor claridad que la mayoría de los mesetarios (al menos ésa es mi opinión, fundamentada en lo que llevo visto hasta ahora).
No, ya me imagino que no todos los gallegos serán así, como en la parodia. De hecho lo que opino es que aunque puedan poseer esos rasgos de personalidad algo más acusados que el resto de los españoles, simplemente sucede que como estas cosas dan mucho de sí para la parodia, pues se va haciendo chiste de ello, no necesariamente en absoluto con mala intención, y al final pues te quedas con esa idea tópica adjudicada: los gallegos son tal, los andaluces cual, etcétera. Los catalanes, por supuesto, peseteros. Son los tópicos. Probablemente basados en una realidad pero a la cual, en todo caso, se ha pasado por el tamiz de la exageración. Es que la jocosidad y el humor son así, tienen en la exageración una de sus formas de consecución, y las peculiaridades regionales son propicias a su explotación por las ganas de cachondeo, así como por ese estadio superior del mismo que es el humor.
¡Y qué difíciles son los equilibrios ahí para no caer en la sal gorda, el mal gusto, la caricatura grotesca, el tiro por la culata, etcétera, cosa que –y no es por regalarte el oído– consigues tú en este finísimo artículo de forma admirable! ¡Bien por Livia!
Muchísimas gracias por tu extenso, acertado y divertidísimo comentario, Marcelino con el que estoy muy de acuerdo.
Sólo quiero añadir que yo tampoco alcanzaba a entender a «Don Manuel», ni en castellano, ni en gallego. A mi entender su cerebro iba mucho más rápido que su lengua.
El humor ha sido, desde que tengo uso de razón, y quizá antes, mi compañero de toda la vida. Sí, tiendo a exagerar, basándome, la mayoría de las veces, en la realidad.
Gracias otra vez.
Un saludo,
Livia
Vale, un saludo. Nos vemos.