Estoy sentada en la mesa de madera frente a mi ventana. Veo cómo el océano se torna de un gris oscuro que anuncia tormenta. Me duele todo el cuerpo. No ha sido un día fácil y regresar a casa tampoco lo es.
Me voy a la nevera, la luz blanca me da en los ojos como un faro en mitad de la niebla, saco una lata de cerveza fría. La miro y me pregunto por qué tengo las cervezas en la nevera con el frío que hace en la calle. Enciendo la calefacción. Mi mente deja de pensar en la temperatura de la lata que tengo en las manos para regresar al dolor del pasado, invisible para el mundo, pero supurando lentamente en imágenes de lo ocurrido que se incrustan en mi mente cuando menos las espero.
La ayuda ha desaparecido sin previo aviso y un manto negro de silencio…
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Pues nada ha cambiado ¿No? Aquí (en México), hace unos días he visto un vídeo de una muchacha que señalaba los datos oficiales de adopciones efectivas a lo largo del 2018 y 2019; y el número por año era de ocho. Sí, ocho adopciones de niños en un año. La muchacha hacía referencia, en este caso, a los pro-vida y su doble discurso; pero leyendo tu texto vemos que ello bien puede aplicarse a muchos aspectos de la realidad. Vamos, que la hipocresía está a la orden del día.
Un abrazo.
Gracias por tu comentario.
Otro abrazo,
Livia