Me encontraba esperando y paseando por un inhóspito pasillo, antesala de lo que me habían prometido iba a ser una prueba sencilla y rutinaria. Un examen tan sencillo, que podía llevarse a cabo encima de una camilla y en cinco minutos, si no fuese porque el protocolo del centro hospitalario exigía que se llevase a cabo en un quirófano.
Meterse en un quirófano no le hace gracia a nadie, sin embargo, armada por infinita paciencia y resignación, yo paseaba por aquel desolado corredor a la espera de que alguien se dignase aparecer y me sacase aquello de encima, de una vez, para poder marcharme cuanto antes.
Sumida en mis pensamientos y contando las espantosas baldosas del suelo, acerqué la nariz a una cartelillo que se encontraba justo a la entrada de la puerta del quirófano.
La primera frase rezaba de esta manera:
- Mantenga la calma.
Sencillamente, me pareció una frase…
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