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Como en todas las crisis existe un período de exaltación.
Cuando empezó la pandemia la gente se quedaba en casa emocionada ante la novedad de ser encarcelados. Asomaban las cabezas por ventanas y balcones aplaudiendo a la hora estipulada.
Bailaban, se saludaban por las ventanas, salían en pijama a la calle, se prestaban los perros, no iban a trabajar. Party total.
Miraban lo inmediato como el que mira unas vacaciones que paga con tarjeta de crédito y no quiere recordar que llegará el momento de regresar.
Todo era juerga. No vivían una pandemia, eran vacaciones pagadas, estaban encantados de obedecer, de poder entrar por turnos para comprar papel higiénico y galletas.
Sin embargo, tras la imposición de normas nuevas sin fin y del cambio de las mismas, de forma casi semanal por un sistema arbitrario, observo, que los tiene algo hastiados.
Esas miradas de alegría porque un virus estaba matando a tanta gente, se han transformado en miradas vacías, interrogantes, de tristeza a veces.
Me resulta extraño que no dejen de hablar de normas que van a cumplir o no, pero que no haya oído hasta ahora otro tipo de preguntas ante un fenómeno sin precedentes que afecta a todo el planeta.
Se habla de vacunación, de dosis nuevas, pero no se observa lo que en realidad está ocurriendo de forma global. No es que esto vaya a afectar sólo a sus vacaciones, lo extraño es que nadie se pregunte por qué un virus que afecta a la totalidad de la población mundial, mantenga un silencio también mundial.
Un silencio que me resulta atrozmente atronador.
Se mencionan soluciones, picos, repuntes, bajadas, normas, lo desgranan yendo por países, nos dicen que va mejor, que la semana que viene tengamos más cuidado porque se prevé que el pico remonte.
¿Y el origen? Todos callan.
Todos los países permanecen callados sin atreverse a preguntar a la fuente, cómo se creó, con qué intención. Imagino que lo saben o que prefieren mantener un perfil bajo.
El negocio creado con mascarillas y fármacos es de magnitudes cósmicas y ante tal fortuna no hay quien se levante y hable, esa es otra poderosa razón.
Al resto de la población, la masa sin clasificar, se la mantiene entretenida con disquisiciones tales como si les ponen un poquito más de vacuna, si la mezclan con otra o no. Al final, si nos sienta mal o nos salen dos cabezas, dirán que fue porque teníamos mala genética o le echarán la culpa a que nos pilló una neumonía por no hacer suficiente deporte.
El deporte, otra de las consignas y una de las razones es ver a hordas de gente corriendo como posesos o paseando a sus mascotas, sintiéndose culpables si no dan todos los pasos que les han dicho que tienen que dar al día.
Es como cuando les dijeron que era muy bueno beber agua, la gente cruzaba de su portal a comprar el pan agarrados a un botellín de agua, por si se deshidrataban durante esos cinco minutos en los que cruzaban la acera.
Mientras pagaban, chupaban del botellín, salían de la tienda y le daban otro sorbo, como si éste encerrase el secreto de la eterna juventud. Y si no llevabas botellín porque ya habías bebido en casa, te miraban con esa superioridad del que cree que sabe algo, que tú ignoras.
Eso sí, las empresas de agua se forraron. Hacían agua mineral, sin mineral, con mineral vitaminado o simplemente del grifo pero la botella era muy mona. La gente paseaba feliz con el bolso, el móvil y la botella en la mano bebiendo esos sorbitos de salud.
Sin embargo ahora, les han cambiado el discurso, y corre el rumor de que sólo se debe beber agua cuando se tiene sed. Vamos, lo que decía mi abuela.
Lo del agua ha pasado, pero lo de la facturación y el marketing no, ya que han pasado a venderles ropa para mascotas, que hasta ahora tenían pelos contra el frío y ahora tienen gabardina.
También los tienen muy entretenidos vendiéndoles ropa para el «running», o mascarillas de colorines, además, los vacunan cada semana un poquito por si les baja algún nivel.
La verdad, cada día que pasa es a mí a la que le bajan los niveles.