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Feliz Navidad y Año Nuevo
26 domingo Dic 2021
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in26 domingo Dic 2021
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13 domingo Sep 2015
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Los pasos del atardecer, sobre el silencioso muelle, enredan a todos los que paseamos por sus orillas.
Mientras, el sol, con sus destellos de un cálido anaranjado, se posa con pausada lentitud en todos aquellos rostros que, al cruzarnos, entrelazamos miradas y jugamos a regalarnos pensamientos. Unos miran a los ojos, otros al suelo, al tiempo que, la gran mayoría, los entrecierra para sumergirse en las luces, los olores y las palabras de conversaciones tan sueltas como inacabadas.
No es momento de hablar, sólo de sentir que existen otros lenguajes en la mirada de otras personas, aquellas que caminan junto a ti por las estrechas y prosaicas calles empedradas en las que la antigüedad de sus piedras, de tacto áspero, invitan a seguir puliendo esos adoquines rozados por los siglos.
Deseamos atrapar aquellos instantes de lucidez que sólo aparecen cuando te permites mirar de frente a lo que se desnuda ante tus ojos.
Un escenario, que parece un sueño, hace más obvia aquella realidad compuesta por gotas negras que se arremolinan para que te pierdas por zonas oscuras que no valen la pena.
Son instantes para aprender los matices de las luces del día, ocasiones para apreciar la melancolía que acompaña a la caída del sol mientras esperas, ansiosa, la llegada de la noche.
En ese puerto, de miradas errantes con historias propias, nos hallamos atrapados en ese mágico muelle de ebrios barcos tambaleantes.
Un lugar de pasiones decadentes, cartas de amor y odio garabateadas en servilletas salpicadas por gotas rojas de sangre y vino. Y, por supuesto, un sitio en el que las fotos jamás logran arrancar esos trozos a la realidad.
Después de unas horas, una luna rosada y ambarina cuelga su luces en un cielo claro que ha perdido su batalla con el día.
Es entonces, cuando las piedras centenarias guían, una vez más, mis perdidos pasos hacia el hotel de la colina. Desde allí, me permitiré, una noche más, el lujo de observar la ciudad desde lo alto.
Y cuando las luces se hagan pequeñas, el sueño se tornará más grande, cubierto por el esplendor de la belleza nocturna.
Queda mucho por salvar, no todo está perdido, excepto un pequeño centro de quietud en mi corazón que se ha rasgado un poco más, cortado por esa serpiente rellena de agua que divide la ciudad, y mi alma, en dos partes.
Parece un sueño, pero no lo ha sido. He estado allí y ahora, entre brumas, recordaré para siempre esa ciudad que contemplé desde lo alto de la colina.
25 miércoles Feb 2015
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Alemania, Europa, extranjero, Fotografía, Munich, Reflexiones, vida
Nunca me han gustado los paraguas.
Me niego a llevar un objeto en las manos que me impida moverme con libertad.
Si el frío o la lluvia son excepcionales, me inclino por los gorros, los sombreros, las capuchas o las boinas. Si llueve o hace una frío moderado, me mojo el pelo o me meto en una cafetería.
El tiempo nunca me ha impedido salir. En todos los países y ciudades en los que he vivido ha hecho frío, mucho frío. No esperaba otra cosa. Es verdad también que me he quejado del calor. No sabía cómo luchar contra él, es cierto.
Ahora, a medida que pasan los años, eso del frío se me hace más cuesta arriba.
Hace unos días estuve en Munich. El frío era justo el que esperaba, ni más ni menos. Un frío poco acogedor. Implacable. Mi frío. El de siempre. Si vas a Munich en febrero y esperas otra cosa, es pura ingenuidad.
Cuando el avión tomó tierra, una densa niebla nos esperaba en la pista. Normal. Todo muy normal. Aterrizar sin ver es lo que se lleva por esas tierras. Para eso están los radares. Cada vez que aterrizo así, sé que el suelo estará conmigo antes de lo que espero. Y me gusta que sea así. Que me sorprenda rozar la pista.
Sabía que era un viaje hacia el frío y éste no desaparece por quejarse, si lo hiciera, me quejaría.
Un cielo plomizo e inmóvil, no me impidió disfrutar de los muchos placeres de la ciudad. Una grandiosa urbe llena de todos los olores y sabores en los que deseaba hundirme de nuevo.
Nunca he soportado el Glühwein, ese vino tinto caliente para deshacerse del frío. Prefiero la sopa. Opté por un café.
La ventaja de los sitios en los que hace tanto frío es que la calefacción siempre te acoge, si pasas más del tiempo necesario en el país, también te cansa. Ocurre otro tanto con el aire acondicionado y el calor. Nada es perfecto en la vida. Las cosas son así y adaptarse es de sabios. Quejarse no.
Ahora busco climas más gratos, más cálidos, con luces que me tienten y en las que no te espere esa temprana oscuridad diurna, que antes me bastaba suplir con velas.
Ahora busco el sol. Voy entendiendo paulatinamente a todos esos turistas poseídos por la fiebre del sol. Siempre los había criticado y aún lo hago, pero el frío, que sigo llevando muy bien, cansa, sí es cierto, ahora ya cansa.
Y aunque es verdad que continuo alegrándome de estar rodeada de hielo y nieve, mientras dejo que esa brisa helada se pasee por mi rostro cuando serpenteo por las calles de Centroeuropa, ahora me arrimo al calor. Lo confieso.
Aun así, seguiré viajando hacia el frío sin paraguas. No me gustan los paraguas, nunca me han gustado, no los uso y nunca lo haré.
23 viernes May 2014
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Lucía el sol al llegar a Salamanca.
Iba calle arriba, presa de un calor abrasador, buscando el hotel que estaba cerca de La Plaza Mayor.
La Plaza que había cruzado tantas veces saludando al viejo de ojos azules y barba blanca, que sentado en uno de los brazos, vendía sus poemas. Sin él, la Plaza no era la misma.
Sin embargo, huir de los cambios es morir, por eso había regresado tantas veces.
España está hecha de plazas y bares.
Recordó sin querer las piedras rojizas que la sorprendían en primavera con sus cambios de color bajo el sol y la niebla que la acompañaba, rodeándola en invierno. Así como ese frío, que ella adoraba, y que muchas veces se adornaba a sí mismo con un manto blanco de nieve.
Años atrás lo había sentido casi todo en esa ciudad.
Por un momento, el sol le dio en plena frente.
No hay en Salamanca mares que mirar, pero hay tanto que ver y tanto que recordar.
Todo volvía a ser salmantino, hasta ella y su acento.
Se le atragantaron en la memoria las piedras seculares que la rodeaban.
Como siempre, todo era pequeño, acogedor, conocido y, sin embargo, no había tiempo suficiente para mirar todos los cambios, así como todo lo que seguía igual.
Volver era distinto cada vez.
Las sensaciones viejas regresaban y otras nuevas la envolvían.
Recordaba sonriendo, la universidad y un novio que había tenido.
El hotel estaba construido en la calle empedrada de la Plaza del Corrillo.
Allí está la fachada de la iglesia de San Martín y, como fondo, la colosal Plaza Mayor de la ciudad.
¿Quién llegará a la aquí mañana? ¿Quién se marchará?
Pidió la habitación que ya había reservado como quien pide amparo.
Daba a La Plaza Mayor, a la noche y a una paz rotunda.
Se alegró de estar allí.
Sobre la cama, un blanco albornoz, bueno dos, uno sobre otro, como haciendo el amor. Los miró y sonrió.
Se lavó las manos en agua fría admirando un precioso baño de mármol y piedra que traía ese frescor tan agradable que la protegía del calor de fuera.
Y se sorprendió mirándose en el espejo. La felicidad de quien cruza una frontera invisible que tiñe su alma de sentimientos necesarios.
Cruzó La Plaza una vez más de las miles que lo había hecho antaño, pensando en las que aún repetiría en el futuro. Le pareció aún más bella, más humana y más de verdad.
Se oía hablar a la gente iluminada por estrellas grandes como piedras, ésas tan propias de ese cielo castellano y el aire de la noche, limpio que llenaba sus pulmones.
Te he echado de menos… no sabía hasta qué punto.
Ya en la mesa de una de las muchas terrazas, la melancolía volvió por un instante y ésta dio paso a un vivo apetito. Pidió de todo un poco y su plato favorito. Mientras esperaba, entabló conversación con un soberbio tapiz que se veía al mirar el interior del restaurante.
En esta charla estaba cuando, de repente, llegó él.
Un enorme plato de jamón ibérico de bellota acompañado de una de las mejores botellas de vino de las tierras salmantinas.
Volvió a enamorarse, casi sin darse cuenta. Miles de párrafos de libros antaño leídos, regresaron sin previo aviso al unir esos dos sabores.
Amándote, muero.
Los olores, los acentos, la noche, los clásicos como Antonio de Nebrija que había estudiado en la misma Universidad que ella, su «Gramática castellana” de 1492, la primera lengua moderna de Europa que tuvo una gramática y cuya primera edición se hizo en Salamanca.
Y Miguel, también Miguel de Unamuno, tres veces rector de esta misma Universidad, cuidad donde los clásicos se mezclan con las copas de un lugar de decoración medieval llamado Cámelot, construido dentro del convento de las Úrsulas, por si te da por dar las gracias a Dios por estar allí.
Sitios en los que Niebla, no es sólo una obra de Unamuno sino también un lugar para estar toda la noche, una ciudad donde puedes sacarte un “Cum Laude” todos los días en su pista de baile y si quieres uno de verdad, vete a la Universidad, aunque ahí siempre han sido más difíciles de conseguir.
Ella se tragó todos estos recuerdos de golpe, tantos eran que se le apretó a la garganta y estalló en llanto.
Fue uno de esos momentos que te rompen el alma en dos.
De esos que quieres repetir a lo largo de tu vida, y lo haces, regresando una y otra vez para ver qué te has perdido y para averiguar, no sin cierto miedo, si puedes volver a sentir otra vez.
25 sábado Ene 2014
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inExisten distintas maneras de viajar:
– El viaje como mero desplazamiento.
– El viaje como búsqueda.
Sentimos la necesidad de cambiar de circunstancias y de probar cómo nos sentimos en un entorno que no nos conoce y que no conocemos.
Salir de nuestro medio conocido permite actuar con mayor libertad y, en la mayoría de las ocasiones, incidir sobre el yo adormilado que trasportamos de un sitio a otro a diario.
Muchos viajeros sienten la necesidad de hacer cosas que en su país no hacen.
Este tipo de personas sólo viaja para desatar instintos básicos y comportarse como nunca lo harían en su entorno. Poseen un yo superficial que no tiene demasiada curva de desarrollo.
Me refiero a los que huyen de sus países con el único fin de emborracharse, ligar o meterse en algún tipo de lío.
Viajan sin viajar, sólo se desplazan.
No aprenden nada en su viaje. Yo los denomino “viajeros vacíos de contenido”, aunque más propio sería decir, “personas vacías de contenido”, pues poco aportan a la sociedad o a ellos mismos. Son, a mi modo de ver, prescindibles.
Existe, otro tipo de viajeros, para los que viajar es un modo de ser, de existir y de vivir.
Para ellos viajar es un placer, pero puede ser también un proceso doloroso, pues forma parte de un aprendizaje, de su desarrollo interno.
El camino es visto por ellos como una aventura y un descubrimiento, no sólo en las cosas que encuentran por el camino, sino en cómo su verdadero yo reacciona a nuevas circunstancias y nuevos estímulos.
Viajar como necesidad y como acto compulsivo para indagar sobre lo que la cotidianidad tapa, lo que no muestras en tus circunstancias habituales.
El viaje es visto, de esta forma, como un sueño, una aventura en la que sabes que va a haber sorpresas, simplemente porque tu enfoque no es sólo moverte de un sitio a otro. Tu interés se centra en observar, integrarte en lo que tú decidas que quieres que forme parte de tu baúl de experiencias. Pruebas lo que se adapta a ti y te mueves en un abanico infinito de detalles que pasan inadvertidos para el viajero que sólo se desplaza.
La intensidad de la experiencia en estos viajes, no depende de la distancia. El recorrido se centra más en tu propio yo.
Viajar puede ser visto como una forma de ser, como una forma de desarrollarte que resulta imposible si permaneces en el mismo sitio y rodeado de los mismos estímulos.
Por mucho que pienses cómo te sentirías si estuvieras observando la luna desde Nueva York, Estocolmo o Checoslovaquia, o tomado un café perdido en mitad de un pueblo a cien kilómetros de donde vives, o cómo reaccionarías sin gasolina en la autopista de París a Bruselas, no lo sabes hasta que no lo haces. La sensación puede ser intensa, divertida, angustiosa o puedes odiar su recuerdo.
En los viajes surgen situaciones de las que deseas formar parte, que quieres probar, otras que no, y otras que ocurren sin que puedas hacer nada para evitarlo.
Es importante viajar sin traicionarte a ti mismo, es decir, obrar según tus propios criterios.
Durante tu viaje encontrarás viajeros clásicos, necesitados, huidizos, enfermos, agobiados, imaginarios, fantasiosos, insatisfechos, presuntuosos, famosos, desasosegados, fóbicos, compulsivos, poco realistas y locos. Habrá de todo, pero tú sigues siendo tú, aunque tu entorno haya cambiado.
Si viajas de esta forma, nunca vuelves siendo el mismo, sino que eres más… tú mismo.
07 sábado Dic 2013
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Estos días las temperaturas son muy bajas, y este frío me ha recordado una de las nevadas más grandes que he presenciado en mi vida y, han sido muchas.
No sé cuál es la razón por la que, desde pequeña, disfruto enormemente con los fenómenos meteorológicos. Todos ellos me hacen saltar de alegría como una niña pequeña.
Éstas son algunas de las fotos que tomé aquel día en Zúrich, en el que me levanté con este impresionante espectáculo, el cual disfruté desde primera hora de la mañana recorriendo y haciendo fotos a todos los sitios a los que pude llegar.
Y por supuesto, ésta es la mejor manera en la que se puede acabar un día así. Sobran las palabras…
09 miércoles Oct 2013
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in02 miércoles Oct 2013
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24 sábado Ago 2013
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An enormous area of sandy ground in the shape of a half moon, with turquoise water, next to the fishing port.
Laxe is a small town situated in the north west of Galicia, forming part of other municipalities in the Costa da Morte (Coast of Death).
The good food is one of the attractions that offers A Costa da Morte. In the waters of this coast, a large assortment of fish: hake, turbot, sea bass, sole, monkfish, … and excellent seafood: shrimp, lobster, crab, clams, barnacles … to be found in the varied menu of restaurants. We must not forget of the excellent meat from cattle raised with a juicy grass.
Since a couple of miles before entering Laxe, the view from the road is impressive, especially at dusk when the sun goes down behind the port.