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Livia de Andrés

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Puedo prometer y prometo

08 jueves Dic 2022

Posted by Livia de Andrés in crítica, Ensayos, Política, Reflexiones, Uncategorized

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crítica, Política, Reflexiones

Prometer se puede prometer de todo y siempre.

Imaginaos que yo os digo que a cada uno que me lea voy a mandarle cincuenta mil euros, os veo leyendo aunque escriba qué he desayunado hoy ¿Me equivoco?

Con los políticos funciona igual, ellos prometen en sus programas electorales con desahogo, son elegidos y sus promesas quedan en el olvido sin más consecuencia.

Nunca lo he entendido, porque, a mi modo ver, puede equipararse a un incumplimiento de contrato pero sin consecuencias. 

Los días preelectorales sueltan lo que quieren en sus encendidos discursos y en cuanto se acomodan al día siguiente, pactan con quien les viene bien o hacen absolutamente lo contrario a lo que han venido proclamando durante meses. 

No hay consecuencias para nuestros representantes públicos porque la mayoría los españoles olvidan, vuelven a sumergirse en sus rutinas diarias y en sus quejas de desahogo en los bares. Verdaderamente desalentador y deprimente.

La resignación de los españoles paga los sueldos de los políticos.

Por esa razón, nunca he entendido por qué los programas electorales no se firman ante notario.

Sería lo más lógico. Si no se cumplen todos y cada uno los puntos que se prometen a los ciudadanos, simplemente, el partido en cuestión tiene que abandonar su escaño, su sueldo y buscarse la vida en otra cosa. Se acabarían las promesas al aire.

De esta manera, prometerían sólo y únicamente lo que fueran a cumplir. 

Supongo que en esta tesitura sólo habría un par de puntos en sus programas pero, por los menos, no tendríamos que votar un cheque en blanco y pagar durante cuatro años para que lleven a cabo todo lo contrario a lo que, en realidad, queremos que arreglen. De paso, y ante notario, nos libraríamos del noventa por ciento de los mentirosos y sus mentiras de un plumazo, nunca mejor dicho. 

Y de esta forma, sólo permanecerían los que cumpliesen lo que llevan en sus programas electorales, lo que reiteran con fruición por todas partes de España hasta el día anterior a las elecciones, día en el que nuestros representantes sienten una gran liberación, la de saberse pagados durante cuatro años más, sin tener que realizar el esfuerzo de ir de pueblo en pueblo, besando, saludando y prometiendo. 

Bajo mi punto de vista es de una lógica aplastante. 

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El tamaño importa

22 lunes Ago 2022

Posted by Livia de Andrés in crítica, Humor, Política, Reflexiones, Uncategorized

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crítica, humor, pensamientos, Reflexiones

El arte del camuflaje ha llegado a los productos que nos venden. Todo está encogiendo.

No hace mucho tiempo tardaba meses en terminar mi dentífrico y aunque no suelo fijarme en este tipo de cuestiones, esta mañana he estado investigando concienzudamente el tubo y he podido observar que estaba lleno de aire pero que la pasta era harto escasa.

En la calle ocurre otro tanto, todo es más pequeño. Las enormes tapas que antes substituían con facilidad a una comida, también han visto reducido su tamaño.  

Si antes te presentaban unos albondigones del tamaño de una pelota de tenis, ahora te sirven unas miserables pelotillas, o lo que antes era un cuarto de tortilla, ha pasado a ser un tercio. Sin embargo, los precios no se reducen, más bien al contrario.

Hasta los gramos de los productos que vienen en los envases o envoltorios son menores, aunque resulta algo más complicado enterarse, ya que suelen centrifugar las letras hasta que hacerlas totalmente ilegibles.

Somos más pobres y menos libres. Vivimos bajo el mandato del decreto, de la restricción, casi todo está prohibido y casi todo, lo está, fuera de la ley.

Nos dictan cuando debemos hacer las cosas, cómo debemos hacerlas, nos sugieren mil formas de ahorrar y permanecemos sentados, quietos callados y acatando. Por eso estoy tan ocupada, hay tanto a lo que desobedecer.

Vivimos encogidos y encogiendo, nos encogen la cartera y nos encogen la mente, cautivos entre el mandato del miedo y el insultante decreto.

Estamos más enfadados, no más fuertes, pero sí más cansados.

Todo se hace más pequeño, menos nuestro cabreo, que es el único que no encoge.

Las dimensiones de los abusos a los que nos han sometido y siguen sometiendo es considerablemente grande, de un tamaño que, desde luego, importa.

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El datáfono

22 domingo May 2022

Posted by Livia de Andrés in crítica, Ensayos, Humor, Idiomas, relatos, Vida

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crítica, humor, recuerdos, relatos, vida


Son las once de la mañana. La terraza está vacía aunque, no creo que por mucho tiempo, porque he visto un trasatlántico atracado en el muelle y los turistas no tardarán en desperdigarse por la ciudad. 


Me siento en una terraza al sol con intención de desayunar y marcharme en cuanto empiece a llenarse. La dueña se apresura a acercarse a mi mesa. Sabe que, además de habituales como yo, hoy tendrá mucho trabajo, tanto por los turistas, como por el cálido día.


Disfruto de mi desayuno mientras observo como la primera pareja de cruceristas se sienta en una mesa. El resto, se encuentran vacías.


Él pide una Coca-Cola. Ella pronuncia tímidamente: «Apfel Saft», a ver si hay suerte y la dueña la entiende en alemán. No hay suerte. Entonces dice que no importa y opta por pedir lo mismo que su marido.


Como estoy cerca, no he podido evitar oír la conversación y en un intento de ayudar a la frustrada dueña, le digo que le está pidiendo un zumo de manzana. Su rostro se ilumina, aunque no me da ni las gracias y regresa apresurada sobre sus pasos. Entonces, observo cómo comienza a gesticular con las manos, en un intento de imitar a alguien que exprime una naranja. Creo que ha asociado la palabra «Apfel» a la palabra inglesa «Apple» «Manzana». 


«Ya entiendo», «¿Quiere Affe?» Mientras mueve las manos haciendo un zumo imaginario ante la pareja que la mira entre horror y asombro. Y así permanece un rato, repitiendo el término «Affe» con insistencia. 


La pareja, ya entrada en años, la observa sin decir nada. En realidad, la palabra «Affe», significa «Simio» en alemán. Parece que eso de que les traigan un simio exprimido no les hace demasiada gracia. Ya se sabe, con las leyendas que circulan fuera de nuestras fronteras sobre los españoles, la mayoría falsas, a estas alturas, los no muy leídos, aún creen que somos capaces de llevar un simio, exprimirlo allí mismo y después cobrarles.


– «Nein, nein, nein, Cola, Cola!», repite la mujer alemana con insistencia para dejarlo meridianamente claro.


La mujer se retira con la bandeja hacia dentro del local, bastante frustrada, sin entender lo que ha ocurrido a pesar de sus esfuerzos e insistentes gesticulaciones.


Decido dar por finalizado mi desayuno en cuanto las mesas adyacentes comienzan a llenarse. Son casi las doce y ya ha empezado el despliegue de sangrías y cervezas.



Le pido que me cobre con tarjeta, pero a estas alturas su mente sólo registra mesas, bebidas, mientras calcula mentalmente los ingresos que los turistas van a generar ese día. 


A pesar de ser cliente habitual, mi presencia había pasado a un segundo plano. Los extranjeros y su poder de atracción con sus shorts. Lo de siempre.


Cuando por fin paso mi tarjeta por el aparato pita dos veces. La mujer, inclinada encima de mí, teclea de nuevo el importe, con cara visiblemente contrariada.


– «¡Injerte, injerte!», me grita ansiosa refiriéndose a mi tarjeta.


Como filóloga, aquello duele, de hecho me deja sin habla unos segundos. No sé si le ha ido la cabeza a Extremadura y está pensado en el Valle del Jerte o lo que quería era injertarme un cuchillo en alguna parte del cuerpo, a ver si se libraba de mi presencia de una vez. Mi tarjeta funciona, algo está mal con su datáfono o con el Wifi y así se lo digo.


En todo caso, la mujer está tan concentrada en las mesas adyacentes, que cada vez inclina más su cuerpo y bandeja hacia mí, con lo que las bebidas empiezan a deslizarse peligrosamente hacia mi blusa.


Inserto la tarjeta, en vez de pasarla por el lector, aunque algo me dice que aquello no va a resolver el problema. Quizá ese presentimiento, que he desarrollado a lo largo de los años tras intensas peleas con diversos aparatos instalarlos, reiniciarlos, leerme de diez a doce webs de tecnología, para llegar a la conclusión de que si nada funciona, es que el aparato está poseído por algún ente que ni los programadores entienden y, en un acto de fe, hay que desconectarlo para «que olvide», suele funcionar.


Es un deporte que practico unas cuantas veces al año, si resulta un caso muy grave o muy urgente por trabajo, recurro a un amigo holandés, que es programador, y nos ponemos al lío con «Timeviewer». Esta solución es la más humana, ya que charlamos sobre cómo están su mujer, su hija y podemos terminar hablando sobre miles de asuntos. Siempre es mejor el trato humano que insultar en soledad a un aparato.
 
Paso la tarjeta de nuevo. Nada, dos pitidos.


«¡Es tu tarjeta! ¡No funciona! «¡Yo no puedo perder el tiempo contigo!», me grita desesperada, perdiendo completamente los estribos, obsesionada por atender las otras mesas, mientras los extranjeros, que prácticamente acaban de sentarse, ríen y toman el sol disfrutando del día. 


Reconozco que aquello me enfada, en especial esa última frase me llega al alma: «¡No puedo perder más el tiempo contigo!» Soy consciente de que muchos españoles siguen quedándose extasiados ante una panda de guiris, pero esta señora, extasiada ante tanta sandalia, pretende que me vaya a casa a buscar el dinero. No. Ni soñarlo.


Me levanto y me voy hacia el interior del local. Allí me atiende su marido y enseguida aparece ella para explicarle «que no puedo pagar». 


Él me ofrece otro datáfono en el que no tengo que «injertar» nada y la tarjeta pasa sin problema, mientras el hombre me explica, calmado: «es que en la terraza, no funciona el Wifi».


Mi mirada se clava en ella: «Haber empezado por ahí», pensé. Espero una disculpa, pero nada. No era el aparato, ni tampoco mi tarjeta y un cliente espera una disculpa después de haber gritado ante toda la terraza que no podía pagar la cuenta. Nada. Impertérrita. Muda.


Meto la tarjeta en un bolsillo y me dirijo a ella: «Por cierto, ¿Sabe la señora alemana de la Coca-Cola con la que he intentado ayudarla? Pues la consumición que le ha ofrecido ha sido «Un Simio exprimido». «Espero que no se corra la voz de que en este sitio, se maltrata a los animales». Me mira tan estupefacta como espantada mientras doy media vuelta y salgo del local. 





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Un tranquilo paseo

15 domingo May 2022

Posted by Livia de Andrés in crítica, Ensayos, Humor, Reflexiones, Uncategorized, Vida

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crítica, humor, Reflexiones, vida

Camino por una acera ancha bajo un día azul con luz y sol, ya que, como siempre, han anunciado lluvias.

Tres personas se acercan de frente, las tres vienen hacia mí, mientras me miran fijamente. No sé por qué me miran, lo que me pregunto es si realmente me ven, porque cuando nos crucemos, no habrá sitio para que pasemos todos. Echo un vistazo hacia el mar e intento respirar profundamente porque me huelo lo que va a ocurrir y no quiero enfadarme.

Nos cruzamos, ninguno de los tres se aparta, no cabemos y yo tengo que bajar de la acera a la carretera. Procuro no irritarme pero no puedo evitar pensar si su cerebro ha registrado que yo existo y dejar algo de espacio.

No importa. Es cotidiano. Sigo mi camino hacia la farmacia. Cuando llego veo que están atendiendo a tres personas en tres mostradores distintos, por tanto, opto por esperar en la calle, ya que, aunque espere dentro, no me van a atender antes.

Noto una presencia detrás de mí y la pregunta de rigor: «¿Estás esperando para entrar en la farmacia?» Le contesto que sí amablemente. Noto que se acerca algo más a mi cuello y otea hacia dentro de la tienda. Empiezo a sentir el acoso, ese acercamiento continuo por detrás, ese desasosiego del que cree que si estamos todos apelotonados dentro de la tienda las cosas van a ocurrir con más celeridad.

Hay que esperar y no me muevo de la puerta de la farmacia, soportando con estoicismo la presión de la susodicha, a la que parece que le resulta imposible esperar fuera, a pesar del espléndido día. Su estrés le debe de estar soplando al oído que está lloviendo. 

Por fin, dejan de atender a una señora que está a punto de salir. Entonces mi acosadora me sopla al oído: «Creo que ya puedes entrar». Le contesto: «No, no puedo, tengo que dejar salir a esta señora por la puerta para poder entrar», le digo con una voz contenida.

Hay mucha gente que piensa que si te abalanzas justo en el momento en el que alguien sale por la puerta de una tienda puedes volverte un cuerpo tan etéreo, que traspasa a todos los seres con los que te cruzas sin tropezar. 

Por fin, entro con paso rápido. Cuando me están atendiendo, la farmacéutica le habla a alguien que no soy yo. «Por favor, le dice: Apártese y espere en la puerta, tenemos aforo limitado». Mi acosadora parece estar convencida de que si se pega a mí, ganará la carrera de Fórmula Uno de a quién le despachan antes el Paracetamol. Idiota.

Ya en la calle, me dirijo hacia mi último recado. Esta zona está bastante llena por las numerosas tiendas que llenan la calle, pero como no son ni las once de la mañana, no tengo que pelearme por pasar y puedo terminar lo que tengo que hacer sin perder demasiado tiempo.

Unos metros más adelante veo a varias señoras delante de mí que no me dejan avanzar, intento ir por un lado pero, justo cuando procuro adelantarlas, se paran en seco, las cuatro, todas al tiempo, como si estuvieran guiadas por el chip de la sincronización. Se quedan paralizadas porque están acabando una frase y ya se sabe que eso de caminar y hablar, es tarea difícil. 

Cuando creo que se van a poner en marcha, algo les llama la atención, un cartel, miran hacia arriba y comienzan a leer en alto. No lo puedo creer. Yo sólo quiero pasar pero no existe ni un resquicio de espacio para mí. Intento ponerme de lado, muy arrimada a una pared. Entonces me convierto en su foco de atención, miran como estrujo mi cuerpo para poder adelantarlas. Incluso les pido que se aparten un poquito. Mi maniobra las entretiene más que el cartel, pero no por eso se mueven ni un ápice. Eso sí, me miran mucho. No entiendo nada, parecen zombis. Cuando ya he conseguido arrimarme todo lo posible a un escaparate para librarme del grupo, entonces deciden reanudar su marcha. Como sus movimientos no son precisamente hábiles, me obligan a retroceder y a situarme justo detrás de ellas, he regresado al puesto de salida.

Suspiro. No quiero estresarme. Es una mañana bonita y soleada, repito en mi cabeza, no hay para tanto. Por fin, han visto una cafetería y se apartan de mi camino.

Reanudo el paso, la calle está despejada y puedo caminar a mi ritmo. Respiro aliviada. Entonces veo que un hombre avanza de frente, con su perro, hacia mí. Sitio suficiente, no habrá problema esta vez. Sin embargo, noto que el dueño del perro deja la correa cada vez más suelta, hasta que al cruzarnos, mi única opción es ponerme a saltar o pararme de nuevo. Lo miro. Quiero que se dé cuenta de que no puedo pasar. Me mira, me mira mucho, no me ve, no se da cuenta de que está interrumpiendo mi paso. Me paro de nuevo, suspiro y miro al cielo. Por suerte el perro huele algo y se aparta.

No entiendo que la gente no sepa caminar por la calle, que no dejen pasar, voy pensando en rulo. No puedo dar un discurso a cada una de las personas con las que me cruzo pero mis pensamientos se apelotonan, hablo conmigo misma, parece que todos llevan orejeras, que no oyen ni ven, que no consideran que deban interrumpir su camino ante un obstáculo. Ellos van de frente, avanzan, por lo menos sus cuerpos, porque sus mentes no avanzan en absoluto, éstas se encuentran totalmente paralizadas.

Por fin alcanzo mi destino, realizo mi recado y salgo disparada hacia mi casa. Un hombre joven me adelanta por la derecha. Vale, tendrá prisa. Nada más pasarme, se cruza en mi camino para meterse por la izquierda en un portal y tengo que frenar en seco. Ha ganado un segundo y casi me ha hecho tropezar.

De pronto lo veo claro, no puede ser que la gente no sepa caminar, que no vea o que su egoísmo no les permita pensar más que en ellos mismos. No, la gente no es así. No se me había ocurrido ¡No son gente! ¡Son zombis! Por eso todo el mundo camina sin agilidad, sin sortear obstáculos, sin reaccionar ¡Están muertos!

Me voy a casa y cierro la puerta con llave, no vaya a ser que yo también me infecte y empiece a golpearme contra todos los muebles del piso.

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La manipulación de las masas

06 domingo Feb 2022

Posted by Livia de Andrés in crítica, Ensayos, Humor, Reflexiones, Uncategorized

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crítica, humor, Reflexiones

Como en todas las crisis existe un período de exaltación. 

Cuando empezó la pandemia la gente se quedaba en casa emocionada ante la novedad de ser encarcelados. Asomaban las cabezas por ventanas y balcones aplaudiendo a la hora estipulada.

Bailaban, se saludaban por las ventanas, salían en pijama a la calle, se prestaban los perros, no iban a trabajar. Party total. 

Miraban lo inmediato como el que mira unas vacaciones que paga con tarjeta de crédito y no quiere recordar que llegará el momento de regresar.  

Todo era juerga. No vivían una pandemia, eran vacaciones pagadas, estaban encantados de obedecer, de poder entrar por turnos para comprar papel higiénico y galletas. 

Sin embargo, tras la imposición de normas nuevas sin fin y del cambio de las mismas, de forma casi semanal por un sistema arbitrario, observo, que los tiene algo hastiados.

Esas miradas de alegría porque un virus estaba matando a tanta gente, se han transformado en miradas vacías, interrogantes, de tristeza a veces.

Me resulta extraño que no dejen de hablar de normas que van a cumplir o no, pero que no haya oído hasta ahora otro tipo de preguntas ante un fenómeno sin precedentes que afecta a todo el planeta.

Se habla de vacunación, de dosis nuevas, pero no se observa lo que en realidad está ocurriendo de forma global. No es que esto vaya a afectar sólo a sus vacaciones, lo extraño es que nadie se pregunte por qué un virus que afecta a la totalidad de la población mundial, mantenga un silencio también mundial. 

Un silencio que me resulta atrozmente atronador.

Se mencionan soluciones, picos, repuntes, bajadas, normas, lo desgranan yendo por países, nos dicen que va mejor, que la semana que viene tengamos más cuidado porque se prevé que el pico remonte.

¿Y el origen? Todos callan.

Todos los países permanecen callados sin atreverse a preguntar a la fuente, cómo se creó, con qué intención. Imagino que lo saben o que prefieren mantener un perfil bajo.

El negocio creado con mascarillas y fármacos es de magnitudes cósmicas y ante tal fortuna no hay quien se levante y hable, esa es otra poderosa razón.

Al resto de la población, la masa sin clasificar, se la mantiene entretenida con disquisiciones tales como si les ponen un poquito más de vacuna, si la mezclan con otra o no. Al final, si nos sienta mal o nos salen dos cabezas, dirán que fue porque teníamos mala genética o le echarán la culpa a que nos pilló una neumonía por no hacer suficiente deporte.

El deporte, otra de las consignas y una de las razones es ver a hordas de gente corriendo como posesos o paseando a sus mascotas, sintiéndose culpables si no dan todos los pasos que les han dicho que tienen que dar al día.

Es como cuando les dijeron que era muy bueno beber agua, la gente cruzaba de su portal a comprar el pan agarrados a un botellín de agua, por si se  deshidrataban durante esos cinco minutos en los que cruzaban la acera.

Mientras pagaban, chupaban del botellín, salían de la tienda y le daban otro sorbo, como si éste encerrase el secreto de la eterna juventud. Y si no llevabas botellín porque ya habías bebido en casa, te miraban con esa superioridad del que cree que sabe algo, que tú ignoras.

Eso sí, las empresas de agua se forraron. Hacían agua mineral, sin mineral, con mineral vitaminado o simplemente del grifo pero la botella era muy mona. La gente paseaba feliz con el bolso, el móvil y la botella en la mano bebiendo esos sorbitos de salud. 

Sin embargo ahora, les han cambiado el discurso, y corre el rumor de que sólo se debe beber agua cuando se tiene sed. Vamos, lo que decía mi abuela.

Lo del agua ha pasado, pero lo de la facturación y el marketing no, ya que han pasado a venderles ropa para mascotas, que hasta ahora tenían pelos contra el frío y ahora tienen gabardina. 

También los tienen muy entretenidos vendiéndoles ropa para el «running», o mascarillas de colorines, además, los vacunan cada semana un poquito por si les baja algún nivel.

La verdad, cada día que pasa es a mí a la que le bajan los niveles.

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«Amigos compatriotas…»

23 jueves Dic 2021

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Política, Reflexiones, Uncategorized

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crítica, Política, Reflexiones

Recuerdo un magnífico monólogo de Marlon Brando en la película «Julio César», cuando representaba a Marco Antonio, discurso de un político aplacando a la plebe y que para ello apela a sentimientos, no a argumentos y que comenzaba por «Amables romanos… amigos compatriotas…» 


Hoy en día diríamos algo más sencillo: » Hoy quiero transmitir a la ciudadanía, que estamos con ellos y que no vamos a dejar a nadie atrás, que los jóvenes podrán seguir vomitando en la calle durante los fines de semana y si les apetece los miércoles también». 


¡Ay el arte de la dialéctica! En la actualidad está tratado de forma tan burda, que se ha convertido en puras soflamas sacadas de antiguos manuales para destruir al individuo, creando así un pensamiento único y por tanto, mucho más manipulable. 


Imaginaos por un momento que la gente fuese capaz de pensar por su cuenta, sería todo un problema para el nuevo orden mundial.

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Crimen y castigo

02 jueves Jul 2020

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Humor, relatos, Vida

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crítica, historias, humor, relatos, vida

Imposible cenar contigo si no fotografiabas el plato que ibas a comer.

Un recuerdo de nuestra cena, pensaba yo entonces… hasta que lo ponías en Facebook.

Tristes eran los postres cuando observabas desolado que tenías un solitario “me gusta”. No se puede vivir para los “me gustas” de Facebook. Suele convertirse en algo trágico.

Sin embargo, los bogavantes te salían de unos colores fantásticos, he de reconocerlo. Claro que no podía ser de otra manera, porque si no te habías comprado el último iPhone que estaba a la venta no te atrevías a sacarlo del bolsillo. A ver si el camarero iba a pensar que no te lo podías permitir.

Cuando me decías que habías adelgazado unos treinta kilos porque habías pagado uno de los mejores hoteles expertos en adelgazamiento, de esos que preparan tu cuerpo con comidas regulares, paseos a ciertas horas y tiempo para la meditación, la verdad es que no mentías del todo. Me han dicho que la cárcel donde estuviste, tenía estas prestaciones.

Desde luego, a ti te había dado un aspecto bastante mejor. El que te hubiesen prohibido el alcohol y no te dejaran tomar hamburguesas a altas horas de la noche mientras veías, embelesado, películas de matones y mafiosos, a los que emulabas por las mañanas inventando alguna estafa por Internet… ¿Cómo llamabas tú a eso…? !Ah, sí, ya recuerdo! Ser empresario. En cierta manera tenías razón, creo que Vito Corleone tenía negocios parecidos y Tony Soprano también, sólo que él era mucho más simpático.

Siento haberte cortado el grifo de “emprendedor”, es todo un desperdicio, lo sé. Pero me enfadaba que dejases a tantas familias en la calle con tus estafas y cuando me enteré… En fin, siempre he sido mala para los “negocios”, hasta tú me lo decías.

Ahora con los treinta kilos otra vez a cuestas, y la poli pisándote los talones, se ha vuelto más difícil lo de los viajes, el champán y los spas.

Tu error fue pensar que las rubias éramos todas tontas.

Ahora el bogavante me lo voy a tomar yo, pero no voy a sacarle fotos, no vaya a ser que no me pongan un “me gusta” en Facebook y pase mala tarde.

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El mitin

22 lunes Jun 2020

Posted by Livia de Andrés in Humor, Política, Reflexiones, Vida

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crítica, humor, Política, Reflexiones, vida

Ayer presencié como un periodista, que se había desplazado desde la capital para cubrir un mitin político celebrado en Galicia, era fustigado por el tortuoso carácter gallego.

El pobre desdichado, gran periodista y muy valiente, se acercaba al público allí reunido, durante los momentos previos al mitin, preguntando a los presentes en el recinto, gratamente camuflados por sus mascarillas, sobre su intención de voto ¡Pero hombre de Dios! ¡Eso en Galicia es un suicidio! ¡No sabes a qué te expones! Eso es información clasificada, no la tiene ni Tezanos.

¿Cómo se te ocurre preguntar a un gallego qué va a votar? En esta tierra no te dicen ni la hora porque creen que tiene consecuencias.

El periodista, en su ingenuidad, se empeñaba en conseguir una respuesta que jamás iba a llegar. Venía con la mente de Madrid, abierta, dónde la gente te responde. Allí, te vas a cubrir un mitin y preguntas directamente. Aquí, era como ver a alguien dar vueltas al mismo árbol, al principio lo coges con fuerza pero, después de una hora, empiezas a pensar por qué has tenido que ir al bosque. Y es que cuanto más se esforzaba en darle ritmo a su entrevista y más le insistía al cámara que lo siguiese entre las filas de asientos de los probables votantes, que allí se encontraban, porque simpatizaban con su color político, más dificultades encontraba en hallar respuestas.

Aunque les hubiese preguntado por el número de zapato que calzaban pistola en mano, no lo hubiese logrado.

En Galicia, si te pierdes y preguntas si giras a la derecha o la izquierda, te vas a encontrar con otra pregunta del tipo: “¿Y usted por qué lo quiere saber?” Es inútil. Lo más práctico es que te lances hacia un lado o hacia el otro y reces para no terminar al borde de un acantilado o dando vueltas a la misma roseta.

Ir a un mitin y preguntar la intención de voto en Galicia es un suicidio, pero el periodista no terminaba de pillarlo, aunque los signos del público eran claros, sólo que hay que saber traducir las señales que emiten los gallegos, como las de tráfico: “Gire aquí y ya veremos donde acaba”. Hasta la señal es todo un misterio.

Ya no digamos tener la osadía de acercarte a alguien antes de un acto de este tipo, sentado en su butaca, pertrechado con una mascarilla e incluso con gafas en un recinto cerrado, a la espera de que salga su líder político. Cuando te diriges al sujeto en cuestión, que inclina su cuerpo hacia una pared vacía para dejar de mirar al escenario, es que no te va a contestar. No es que no te vaya a contestar a: “¿Tú a qué partido votas?” Es que no te va a soltar ni lo que comió ese día, no vaya ser que saques conclusiones.

Ya lo he mencionado muchas veces, en Galicia, todo depende y también he dicho que por mucho que tortures a un gallego, aunque vengan los mismísmos nazis, como le pasó a Manolo, no vas a obtener respuesta.

  • ¿Qué va a votar usted, señor?
  • Ay, pues no sé, a ver, ya se verá…
  • Pero usted ha venido a este mitin del partido X, por algo será ¿está interesado…?
  • Venir vine… ¿y usted quién es?
  • Soy X periodista de X medio y quería saber su opinión sobre cómo están las cosas en Galicia. Algo opinará…
  • Ay, sí, sí opiniones tengo muchas… ¿Y usted quien viene siendo?
  • Bueno, ¿sabe usted si aquí cerca hay alguna cafetería para tomar algo?
  • Haber habrá…supongo. Yo no le sé decir…

Los gallegos están muy entrenados, entrenados de tal modo que, aunque los tortures, no les sacas nada. Interpreta y vete. Si están en un acto político para escuchar a alguien, es que, probablemente lo van a votar. Lo mejor es que escribas… “Ayer, en Galicia hubo gran afluencia de público en el mitin de X” y el resto, te lo inventas. Si hoy en día eso de contrastar la información es algo “osoleto”, que diría un paisano mío. Tú dices, hoy han muerto X personas de Covid 19 y si resulta que aparecen más, sonríes y dices que hubo un accidente de tráfico que se llevó por delante a 15.000, aunque no haya coches en las carreteras. Pero si no pasa nada, hombre, tú escribe algo y ya está, pero no vengas por aquí poniendo a la gente en aprietos sobre lo que van a votar.

Por cierto, dicen por ahí, que nuestro frustrado periodista y el cámara que lo acompañaba, siguen dando vueltas a una roseta de la provincia de Pontevedra. Se van a quedar unos días, hasta que se recuperen. Ambos opinan que aún no saben cómo escribir el artículo sobre el mitin, pero que hace más fresquito que en Madrid. Y es que, quieras o no, Galicia engancha.

 

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Las cuadrículas

01 viernes May 2020

Posted by Livia de Andrés in Humor, Política, Reflexiones, Vida

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crítica, humor, Reflexiones, vida

oooooooooooooooo

Puede que esté perdiendo la cabeza por el cúmulo de sandeces que llevo escuchando día tras día, pero creo haber entendido que van a marcar las playas con cuadrículas para mayor seguridad de los arrojados que vayan cuando volvamos a “la nueva normalidad”. Aquí me pierdo, si es nueva ¿cómo puede se puede volver? Lo dejo ahí.

Van a “encerrar” a la gente que vaya a la playa dentro de una marca cuadrada de arena para después obligarlos a caminar en fila por un pasillo dibujado en la arena que los conducirá hasta el mar.

Qué bonito, de verdad, qué bonito. El calor, las filas, los cuadraditos que nadie va a desdibujar.

¿Y al llegar al mar? ¿Cómo se supone que deben comportarse los presos de esos barrotes invisibles? Quizá en el agua marquen su territorio rodeándose de pececillos, o con algas, qué idea tan magnífica aunque, personalmente, optaría por defenderme de la jauría de bañistas hambrientos de sol, sal y mar con un cangrejo o mejor, centolla en mano, que impresiona más.

Y a la salida sin que nadie haya osado tocarte o salpicarte o escupirte, lo cual es muy común mientras intentas nadar, te pones en fila en el pasillo de arena asignado para tales fines y regresas a tu cuadrado de arena.

Qué gozada debe de ser eso, qué relax para el cuerpo y para el espíritu. Los barrotes serán imaginarios, ningún niño se atreverá a saltarse la marca de arena, no habrá disputas por obtener uno de los cuadraditos en las que, seguro, te escupirá alguien, porque cuando te acaloras, ya se sabe, ¿o quizá será mejor tomar el sol con mascarilla? Qué marca tan bonita en la cara, sobre todo qué original y qué relajados van a estar: Cuadrados en la arena, pasillos hasta el mar y, una vez en el agua, vuelta a la lucha para defender tu territorio.

En fin, lo que sí aconsejo es que no suelten la centolla, por si acaso.

 

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Un chef con estrella

25 martes Jul 2017

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Humor

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crítica, humor, vida

Michelin

Las estrellas Michelin son el reconocimiento más deseado por los cocineros del mundo.

Es un excelente cocinero, trabaja mucho, todo lo que pasa por sus manos se convierte en mágico, además de ser todo un líder para su equipo.

Hoy me encuentro en uno de esos atardeceres de verano que se recuerdan en las frías noches de invierno.

Entramos en su casa. Su cocina es espectacular. No sólo a él le apetece cocinar ahí, a mí también. Se da cuenta por mi mirada de lo que siento al estar allí.

Me invita a coger dos copas situadas en un estante de madera, mientras las vistas de la cocina abierta a la terraza nos traen un intenso olor a mar.

El atardecer añade, si cabe, más belleza al momento. La última pizca de calor se nos escapa de las manos.

Descorchamos una botella de vino. Miro cómo sirve algo en ambas copas mientras sonríe.

Me da igual que cocine algo poco habitual. Comeré cualquier creación suya sin rechistar, por muy extravagante que me parezca. Sólo quiero disfrutar del atardecer entre ollas de lujo.

Me mira y me guiña un ojo, mientras pregunta:

  • ¿Hacemos huevos fritos con patatas para variar un poco?

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Los cobardes

15 lunes Ago 2016

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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crítica, Reflexiones

monos-sabios

Si los ves, diles que he estado aquí, que vivo aquí.

Y aquí llueve.

¿Has visto llover alguna vez?

¿Sabes leer las gotas de agua?

¿Te produce miedo y te ocultas tras los cristales, o sales para que el agua te rocíe la cara?

¿De qué modo ves llover?

¿Eres de los que llamas para hablar del tiempo o sabes escuchar?

¿Te ocultas tras tus ventanales, aunque eres consciente de que a ti también te va a llover?

Yo salgo a mojarme el rostro, a veces muerta de miedo, y otras, orgullosa de no ser de los que se oculta, intentando obviar la certeza de que, quiera o no, un día, me voy a mojar.

Todos nos vamos a mojar.

Por eso, en mi mundo, no existen opciones y los que están conmigo, están todos empapados.

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Uno de tantos

31 domingo Jul 2016

Posted by Livia de Andrés in relatos

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crítica, historias, relatos

Justicia 2

¡Debiste ceñirte a la primera versión!

¿Por qué dejaste que ese médico escribiera ese informe sobre tu mierda de dedo? ¡Eres una estúpida!

Si no hubieras ido a verlo, ni hablado por un dedo roto, tu mierda de dedo…

El juez, lo absolvió, basándose en que había sido tan solo una pelea. Ni siquiera influyó en él, ni en la fiscal o demás mujeres de la sala que ella apenas pudiera tenerse en pie después de su operación.

Supongo que todos ellos saldrán a la calle con algún lacito en cuanto la maten.

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Dos turistas ignorantes

26 domingo Jul 2015

Posted by Livia de Andrés in Humor, Sin categoría, Vida

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crítica, humor, vida

Dos turistas ignorantes

En cuanto los vi en el aeropuerto me di cuenta del error que habíamos cometido al invitarlos.

Él llegó borracho y ella enfadada.

Mike había preparado un viaje sorpresa a su mujer porque su matrimonio hacia aguas y mares desde hacía mucho tiempo. Y, realmente, el viaje resultó toda una sorpresa, sobre todo para él por el tremendo enfado de ella, que hubiese preferido gastar doscientos euros en un “todo incluido” hacia alguna playa llena de sol, donde se puede beber sin necesidad de sacar la cartera.

El índice alcohólico de él, se debía a dos motivos: el primero, que era una costumbre nacional; la segunda, le ayudaba a soportar el cabreo de su mujer.

Aún después de un mes, nunca he sabido en qué idioma se dirigió él a mí durante todo el trayecto desde el aeropuerto hasta el hotel que les habíamos reservado para la celebración de su aniversario. Domino varios idiomas y he hablado con mucha gente que había contado mal las copas que había ingerido, pero aquella jerga no alcanzaba el nivel de nomenclatura alguna que yo acertase a descifrar.

Un hotel de cinco estrellas para dos turistas ignorantes y mal educados, que alguien, en su ingenuidad, una vez llamó amigos, era igual que meter a dos cerdos en una bañera de mármol y oro con vistas al Atlántico. Y eso era lo que habíamos hecho.

La espera en el bar del hotel para que se repusieran del viaje en avión resultó un sacrificio del todo inútil. Mientras tanto, no podía sacarme de la cabeza los tres días de desafío que me esperaban. Puedo lidiar con gente perversa, cuyo cerebro asimile respuestas, pero lidiar con ignorantes que  mezclan Godello con Sprite, me resulta tarea harto complicada. Sin embargo, desde que vislumbré a estos dos personajes, supe el sacrificio que, como anfitriona,  se me exigía. En aquellos momentos, hubiese preferido repetir la carrera.

El hotel reservado, así como la mesa en la que les esperaban los más exclusivos y apetitosos majares de la tierra, no hicieron reaccionar a nuestros huéspedes en ningún sentido.

Ella se sentó en un sofá con nariz de ofendida al tiempo que, su marido monologaba en una ímproba lucha por mantener los ojos abiertos. Aquello resultaba toda un pérdida de tiempo. En cualquier caso, él se mostraba más propenso a probar los manjares que habíamos encargado, borracho o no. Por el contrario ella, se dedicaba exclusivamente a echarle Sprite al Champagne, ya que el alcohol no le iba mucho. Perdón, el alcohol que no contuviese algún sabor dulce. De ahí que, con los mojitos, las Caipiriñas, o cualquier bebida con alcohol de unos cuarenta grados con sabor azucarado, no tenía problemas. Según parece, ciertas personas piensan que el alcohol se encuentra sólo en el vino, la cerveza y el Champagne.

También noté que, al ser instructora de fitness, cuidaba en extremo su figura  y la de su marido con el método “esto es lo que no se debe comer”. Su alimentación se basaba en una serie de grasas industriales y preparados con azúcar añadido que mantenían en perfecto estado la bien conservada grasa de su barriga y la de él, de paso.

De hecho, su forma de caminar con aquellos shorts apretados, me inducían a pensar que no se percataba de que su figura no motivaba a que sus programas para gente obesa tuvieran mucho éxito. Y, aunque no hablaba demasiado, por aquello del enfado, al que todos teníamos que estar muy atentos, cuando lo hacía, solía criticar a la gente que no cuidaba su alimentación. En cuanto abría la boca se dedicaba a censurar a esa gente que no probaba el pescado, marisco o ensaladas frescas. Resultaba extraño escuchar estas palabras de alguien que no fue capaz de llevarse nada de esto a la boca durante el tiempo que tuve el placer de conocerla. Todo lo cual, me inducía a pensar que sufría de algún fallo cerebral, que su retina fallaba a su favor, o que su casa carecía de espejos. Jamás he visto a nadie contonearse de forma tan provocativa, colocándose siempre delante del grupo para que observásemos con detalle el resultado de sus sesiones de entrenamiento.

Claro que era peor que el marido se quedase atrás porque se dedicaba a recoger colillas del suelo y llevárselas a la boca, puesto que ella le prohibía fumar. Si tenías más suerte, también podía lanzar ruidosos escupitajos a las aceras diciendo, al tiempo, que la gente lo miraba porque sentían envidia de que fuese una persona tan libre. Deberían incluir esto en algún programa electoral, nunca se me había ocurrido relacionar tales actos con la libertad.

Como era de esperar, los días siguientes a esta visita se tiñeron con los andares chulescos de ambos, sus actitudes desafiantes, sus malos gestos y su falta de cortesía. Con aquel panorama, si hubiese dependido sólo de mí, después de llevarlos al hotel, me hubiese “puesto mala” durante los tres días siguientes. Esto, habría servido de alivio a nuestros forzados huéspedes que, durante su estancia, lucharon con uñas y dientes, sobre todo ella, por pasarse los tres días entre la playa, que es gratis, y el McDonals, que es barato.

En aquellas circunstancias, no me quedaba otro remedio que aferrarme a la medicina familiar, el humor. De otro modo, no hubiese podido sobrellevar ciertos momentos ni con un botellazo en la cabeza. En general, cuando deseo explicarle a alguien lo estúpido de su comportamiento, sonrío con dulzura e imagino mi contestación. En estas circunstancias aquello me ayudaba y al tiempo, desencadenaba unas tímidas lagrimillas en las pupilas, que contenían mis silenciosas carcajadas.

Durante los tres días en los que les mostramos vistas paradisíacas; Cenamos en restaurantes de los que no me echaron porque me conocen; Escuchamos críticas hacia mi idioma de dos seres que no saben ni escribir su nombre en el suyo, pero que dominan un inglés de la calle, ya que en su país llevan años viendo al Pato Donald en versión original; Observamos malas caras el par de veces que tuvieron que abrir la cartera casi a punta de pistola; Aguantamos desplantes en sitios públicos; Callamos pacientemente mientras la pareja mantenía conversaciones a través de  mensajes del Whatsapp o miraban fotos de Facebook; Tragamos disculpas mal pensadas, pues pensar no era lo suyo. Después de todo aquello, confirmé que aquellos dos personajes situaban a su país a la altura de una cloaca y, lo peor, sin saberlo.

Lo más gracioso es que, como mencioné, el propósito de su visita tenía como objetivo salvar su matrimonio. Todavía no me ha quedado claro si lo intentaban mezclando el vino con el Sprite, o si les resultaba más efectivo mirar para el móvil, o quizá la  terrible cara de enfado de ella, cada vez que los dejábamos solos, ayudaba a mantener la llama del amor encendida. Más bien, me inclino a pensar que ahora, que están otra vez con la suegra, los niños, y no hay más peligro que ir al super a comprar golosinas que, al fin y al cabo, son más baratas que la centolla y el bogavante, el matrimonio seguro que se salvará.

Y a mí, sólo me queda el bogavante. Asco de vida.

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Continuo sin ser un fantasma

01 lunes Jun 2015

Posted by Livia de Andrés in Vida

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crítica, recuerdos, vida

Continuo sin ser un fantasma

 

Ya os he contado que, a lo largo de mi vida, ha habido una constante: Me parecía que las personas que me rodeaban no me veían, ni me oían.

Escribí sobre este tema en mi entrada “Antes era un fantasma”.

Ayer, cometí el error de salir de mi madriguera en domingo, algo que, por normal general, no suelo hacer.

En mi estupidez, animada por la creciente temperatura y los rayos implacables del astro sol que me tenían abandonada, opté por una terraza muy popular.

Me senté en una mesita al borde del mar donde podía oír cómo los yates chocaban contra el muelle. Me encontraba en uno de esos puntos de la ciudad que me resultan tan agradables los días laborables cuando están casi vacíos, pero jamás los domingos.

Mientras conversaba animadamente, bastante molesta por la cantidad de gente que gritaba a mi alrededor, podía sentir una sensación incómoda a mis espaldas. Una presencia poco agradable. No quería volverme, pero sabía que detrás de mi había algo irritante.

Efectivamente. Dos de “mis antiguos fantasmas”, en forma de señoras gordas y viejas se hallaban cuchicheando detrás de mí. Dos antiguas compañeras de un sitio de cuyo nombre no quiero acordarme y que, aún siendo de mi edad, parecían tener quince años más que yo.

Mis dos fantasmas se encontraban sentados charlando en una mesa justo detrás de la mía. Podía verlos reflejados en un cristal sin necesidad de volverme.

Hace tiempo que toda esa caterva de personas de una mala fe incompresible para mí y que convirtieron algunas etapas de mi vida en algo de lo que sólo pude huir, no sé por qué motivo trajeron a Sartre a mi mente.

Recordé aquellas teorías perdidas en mi memoria… “Sartre denominaba la indiferencia ante el otro como conducta cosificadora…”. Jean Paul, afirma también que una de las primeras conductas ante el otro es una conducta que ha llamado de “mala fe” (mauvaise foi), y se expresa en la “Indiferencia hacia el Otro”, en tanto en cuanto éste aparece como “cosa entre las cosas”.

Pues bien, he de confesar que ayer, practiqué una “cécité vis-a-vis des autres”, una “ceguera respecto del otro” con muy mala intención.

Y como el mismo Sastre decía jugué, saltándome normas que antes siempre había respetado, “jugué a ser”, jugué a ser mala. Esta vez, y para hacer una excepción, no practiqué “Indiferencia hacia el Otro”, como tengo por costumbre.

Aquellos fantasmas de antaño que miraban hacia otro lado cada vez que faltaba a clase y les pedía los apuntes o que ignoraban mi presencia cada vez que me veían sola en algún pasillo burlándose sin piedad de mi aislamiento, o aquel enorme grupo de cien personas ciegas ante la posibilidad de saber que una en el grupo no era como debía ser, es decir, no era como ellos, continuaban, hoy en día, considerándome una amenaza.

Hoy alcanzo a comprender el porqué, antes no lo entendía.

Aquellos mismos fantasmas de mi pasado, a los que ahora a duras penas veo y que se muestran a mis ojos casi irreconocibles, no podían despegar sus miradas de mí, igual que en el pasado cuando “no me veían, ni me oían”. En esos años en los que una adolescente demasiado tímida era objetivo fácil.

Sé que ser diferente, en cualquier sentido, se paga, y más si te hayas rodeada de gente obtusa, necia, cerril, lerda y zafia. Sé que no están dotados del don de los sentimientos, la ternura y la solidaridad, porque son, sencillamente, idiotas, porque veían competencia donde no la había.

Ayer, como muchos otros días de mi presente, vivo satisfecha de la victoria del que ha permanecido fiel a sí mismo.

Feliz, contemplaba, pues, cómo mis dos ex compañeras habían alcanzado lo que se habían propuesto en la vida, esto es: Un buen puesto de trabajo y un marido, aunque tuviese tres piernas, dos narices, y tres ojeras. Es decir, uno, cualquier cosa y digo “cosa” con toda intención.

Así, con el paso de los años, habían logrado ese toque tan especial de belleza que proporciona el haber sido retorcida, rencorosa y viperina en tu vida. Pues, al final, quieras o no, todo se refleja en la cara. Y puedo asegurar que todo el daño provocado se había volcado en sus acabados, desteñidos y tristes rostros.

Todo ese esfuerzo inútil por aislarme, por mandarme lejos, que es lo único que puedo agradecerles, ha dado sus frutos en mí y en ellas, que se habían convertido en dos señoras viejas cuando aún eran jóvenes. Sin embargo, la imagen que daban era la de dos personas totalmente acabadas, sin sueños, resesas, resecas, abandonadas, aunque cómodas en su molicie, ocupadas en detalles que, por absurdos, daban risa. Inmersas en conversaciones para mentes cerradas, obtusas.

A lo largo de mi vida he ayudado a muchos idiotas y ellos, por idiotas, me han apartado de sus vidas. Hay personas que van por el camino equivocado y, como son idiotas, se niegan a reflexionar.

Además, los idiotas no se rinden jamás, defienden su idiotez hasta extremos que van mucho más allá del sentido común. Luchan por puntos de vista sin argumentos sólidos, por muy absurda que sea su posición. No se puede ayudar a los idiotas del mundo porque no se dejan y, siempre digo, que son muchos. Lo único que podemos hacer es apartarnos de ellos para no perder el tiempo.

Sigo pensando que ayer domingo no debí haber salido porque esos días los fantasmas del pasado suelen salir a pasear. Sin embargo, reconozco que es toda una satisfacción ver en qué han convertido sus esfuerzos y su vida, “mis fantasmas”. Dudo, por supuesto, que ellos se den cuenta, aunque sé que siguen encontrándome rara, distinta y siguen sin poder evitar mirar sin comprender. Y lo que no comprenden, les asusta.

Por último, no publico esto más que dos motivos, lo que Sartre llamaba “mala fe”, y es que sé, cuál es el primer nombre que van a teclear y buscar en Internet durante los próximos días. El otro es para apoyar a todas aquellas personas que se hallen rodeadas de gente necia y sin sentimientos.

Y, por último, debo confesar que estoy muy contenta de que esa clase que, por suerte abandoné, constaba de más de cien personas.

¿Por qué creéis que mi blog tiene tantos pinchazos? ¿Por que escribo bien? No, son los fantasmas, les gusta leerme 🙂

 

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Los peatones

22 viernes May 2015

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones, Sin categoría

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crítica, Reflexiones

 

 

Los peatones

Juro que he hecho todos mis ejercicios de respiración, de autocontrol, de mediocridad, pero no puedo aún caminar entre ellos. Son demasiado molestos.

Se paran sin importarles que haya gente detrás de sus trabajosos pasos. Son lentos. Carecen de reflejos. Están atontados por tantas sesiones ante la televisión o Internet. No están dotados de ningún reflejo, ni de visión lateral. Deberían ponerles espejos retrovisores en las orejas y ni aún así creo que torciesen la cabeza un ápice para mirar lo que tienen detrás.

Y me tienen a mí, siempre a mí, sorteándolos, saltando por las aceras entre estos obtusos zombis cerriles, siempre tropezando a causa de paradas inesperadas, siempre arriesgando la vida por intentar sortearlos para que no interrumpan mi camino.

No ocurre sólo en las aceras, ni en las calles peatonales, es en general, en mi vida porque son idiotas y es imposible que un idiota claudique o se fatigue. Además, hay muchos idiotas.

Me he portado bien. Me he mantenido alejada. He procurado interiorizar que no van a caminar con algún orden lógico, que no van a dejar fluir el tráfico de los peatones, que sólo pretendemos avanzar hacia nuestro destino. Ellos no tienen. Sé que se pararan cada vez que necesiten decir una frase, porque no pueden hacer dos cosas al tiempo.

No creo que existan como individuos, son masa, pues se comportan al unísono y si los miras de lejos no distingues uno de otro.

No se apartan, no se disculpan si te dan un golpe, sólo miran y miran mucho, miran a mi cara con la sorpresa e intensidad descarada de la estupidez y yo, les devuelvo la mirada en espera de esa pequeña disculpa por haberme empujado. Ese acto de comunicación que cuenta tan poco y que nos hace más humanos: La comunicación. Pero no pueden, les resulta imposible, sus cerebros no dan para tanto. Están concentrados en seguir arrastrando los pies, cambiado de ruta, ni izquierda, ni derecha, nada les convence. Es normal, a mí tampoco.

Juro que he hecho todos mis ejercicios de respiración, de autocontrol, de mediocridad. Me he portado bien. Me he mantenido alejada, pero no puedo evitar que sigan cruzando por mi vida.

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Pura ambición

24 viernes Abr 2015

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Humor, Política, Vida

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Bruselas, crítica, Europa, humor, Parlamento Europeo, Política, recuerdos, vida

Pura ambición

Hay personas que nunca tienen suficiente. Quizá sea que se acostumbran a acumular y, a fuerza de repetición, se convierte en un vicio imparable. No sé.

Resulta que hay gente que por más que les sobren los recursos, siempre quieren más.

Hoy me he acordado repentinamente de ellos al ver un jamón en el supermercado.

Aún puedo ver aquella escena con nitidez. Una extensa cola de eurodiputados del Parlamento Europeo de Bruselas, cuando regalaban jamón de Guijuelo o cualquier otro producto.

En cuanto les llegaba la hora de la invitación al despacho, salían disparados, se metían a empujones en el ascensor y, nada más salir de él, se atropellaban para conseguir un plato.

Toda la tercera planta se llenaba de hombretones trajeados. Jefazos insaciables de mando, y de jamón, que ocupaban su escaño durante un mínimo de cinco años. Los mismos hombres a los que había que obligar, pagándoles un extra, a que bajasen unos cuantos pisos y apretasen el botón cuando debían votar en el pleno, si no, les daba una tremenda pereza. Era más sustancioso acudir a una comisión o cambiar una coma en alguna pregunta parlamentaria.

Y allí estaban ellos, sosteniendo aquel ridículo plato entre sus manos, ansiosos por llegar al final de la cola en la que les esperaba un habilidoso muchacho cortando jamón con sumo cuidado. Después de la larga espera llegaba el premio y éste les servía unas cuantas jugosas y finas lonchas, sin poder evitar cierta mirada de desprecio.

Esa fila no la hago yo ni por un jamón ibérico de bellota de cuatro mil euros.

Era una cola tan gratuita como interminable, que yo evitaba para ocupar, reposadamente, una mesita del comedor y pagar por mi almuerzo.

Aún hoy en día, no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en los labios al recordar las caras de políticos tan conocidos. Personas que, hoy en día, poseen sustanciosas fortunas, acostumbrados a ser invitados o a obtener todo gratis.

Quizá ese sea el problema, a los niños hay que educarlos desde el principio.

Si pudieseis ver quienes permanecían de pie en estas filas, os estaríais divirtiendo tanto como yo ahora.

Quizá por eso no sea rica, pero me he librado de esas interminables horas en humillantes colas gratuitas y de varices en las piernas.

 

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Depende

13 martes Ene 2015

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Humor, Vida

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crítica, Galicia, humor, vida

Depende

Galicia es un territorio ajeno al orden en el que, en muchas ocasiones, la realidad y la ficción no se distinguen fácilmente.

No es un fenómeno que se extienda a todos los ámbitos, ni a todo el territorio, pero doy fe de que restan muchos agujeros negros en los que el tiempo aún no se ha movido desde hace varios siglos.

En mi tierra es fácil encontrar señales en las carreteras que indiquen direcciones contrarias, si no eres gallego te asaltarán las dudas. Si lo eres, como siempre las tienes, te resignarás a estar inmerso en continuos interrogantes.

No lo sabemos y, si lo sabemos, no te lo vamos a decir, o sea que no preguntes.

Por ello, es aceptable que la mente de los gallegos se halle repleta de tantas historias entrelazadas como bifurcaciones de carreteras sin explicación, como para poder organizarlas con cierta lógica. En los agujeros temporales gallegos no sólo no existe ni el tiempo, ni las explicaciones. Simplemente es así.

Siempre llueve en Galicia. Mentira, pero dejamos que el resto se lo crea, por aquello de seguir anclados en aquella imagen típica que nos conviene  para que no vengan a husmear a nuestras tierras y se enteren de demasiados secretos. Por lo mismo, los millonarios gallegos hacen casas feas por fuera o las acotan con muros descuidados. Pues, con la lluvia pasa lo mismo. En Galicia llueve, siempre, por eso no nos molestan cuando vamos a la playa.

Existen personas que salen de los cuentos, personas que aún te venden el pan mientras hacen las cuentas a lápiz, que te entregan sucios y manoseados billetes mientras sacuden contra sus mandiles la harina sobrante del trozo que has elegido. En Galicia existen personajes así y escenas así. Además, aquí nunca nadie se ha muerto por culpa del pan que le compraba su abuela.

No es difícil apreciar el vínculo de esta tierra con la locura, cierta excentricidad y mucha desconfianza.

Y la desconfianza, lógicamente, engendra dudas y, éstas, mentiras, de ahí  las respuestas no directas hasta que no sepan cuál es el verdadero motivo por el que les preguntas la hora. Y hasta que lo piensan, pasa un rato y después responden: “Depende”. Hasta al presidente del gobierno se le ha pegado, claro que es gallego. Es extraño, porque Franco también y era mucho más directo. Con Fraga no se sabía, ni siquiera nosotros sabíamos lo que respondía por profusa que fuera su respuesta, ya que, simplemente, no se le entendía ni una palabra. Por tanto, todo su discurso lo considerábamos un gran “Depende”. Y nos resignábamos porque, lo peor, es que nunca se sabe de qué depende.

Se dan muchas situaciones irreales que pueden dar paso a grandes novelas colmadas de magia, superstición, esnobismo e irrealidad.

En estas brechas temporales con las que te topas a veces no existe el tiempo y si crees que existe, vete, escapa, apaga el móvil o sumérgete en tu silencio. Pero no preguntes, ni presiones para que las situaciones se desarrollen a un ritmo normal.

La cola del super tiene que esperar a que la cajera escuche el desenlace de la historia que le está narrando, con parsimonia, la señora que paga. Y si interrumpes, toda la cola te hará callar para que les permitas terminar de escuchar la historia entera. En estas tierras, la realidad no puede luchar contra la ficción.

Por otra parte, los gallegos, se agobian por todo, se agobian por la simple sensación de ser. Dudan, están confusos, descentrados, desconfían, lo cual es normal en un territorio que es ajeno al orden. Una tierra en la que los senderos, tanto reales, como irreales, se bifurcan continuamente y sin compasión.

Tierras de sol y mar, de vida y muerte, de puestas de sol que arrancan el aliento, o de voraces temporales de huellas imborrables para las almas de sus desconfiados habitantes.

Un territorio tan mágico en el que es normal encontrar un trasatlántico distinto cada día atracado en la misma puerta de tu casa cuando simplemente te diriges hacia el contenedor a bajar la basura. Entonces, sonríes y comprendes, que todo forma parte de la misma magia, de los mismos cuentos con sus extravagantes personajes.

Y es que en Galicia, nunca se sabe lo que puede ocurrir y, háganme caso, habelas hailas.

 

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