
Te conozco desde hace muchos años, por eso no puedo evitar intentar salvar, si es que aún llego a tiempo, lo que queda de tu vida.
Aunque para ello deba hacer lo que una amiga hace: decirte lo que pienso.
Sé que peleas a diario, parecen siglos, por convertirte en un gran escritor, buscas fama y fortuna.
Para lograrlo, soportas ese trabajo por horas en el bar de un barrio cualquiera que te permite sobrevivir.
Cada madrugada te observo llegar por la calle ya de madrugada, cansado, dando tumbos e introducir la llave del portal que lleva a tu piso.
Alcohol y escritura han estado unidos en muchas ocasiones a lo largo de la historia, sin embargo, sólo puedes permitirte el lujo de escribir borracho si eres un genio. Y aún así, muchos genios han conseguido escribir verdaderamente mal a causa del alcohol. Tanto es así, que han confesado que la escritura era trabajo, rutina y voluntad diaria.
El potencial, por muy bueno que seas, no te hace famoso, sólo lo hace el trabajo.
Llegas a casa borracho no sólo de alcohol, sino también de ideas. Entonces escribes febrilmente, poseído por lo que tú crees que es tu verdadero yo de escritor. Las palabras fluyen de tu mente sin esfuerzo, casi no te da tiempo a escribirlas.
Después de unas cuantas horas vomitando ideas sin cesar, te vas satisfecho a la cama. Has conseguido llenar páginas y páginas de las palabras que tú querías inmortalizar y que te harán rico y famoso.
Después de haber saciado tu cansancio con unas cuantas horas de sueño, te levantas para volver a tu trabajo en el bar.
Antes de irte, te paras y miras de reojo al ordenador y sin poder evitarlo lees con ojos ilusionados los pensamientos y conversaciones de tus personajes que escribiste anoche. No puedes evitar pensar que tu obra maestra por fin está tomando forma.
Y mientras lees con una gran taza de café caliente entre las manos, el mundo comienza a hundirse, se torna oscuro y estéril.
Allí no hay nada, es tierra baldía. Páginas y páginas llenas de palabras vacías que anoche brillaban solas. Las estupideces escritas por un borracho.
Y te das cuenta de que por mucho que repitas que eres escritor, el único arte que dominas a la perfección es beber.
Aun observando tu debilidad, no puedo evitar admirar tu humanidad. Tus lágrimas nunca brotan de tus ojos, pero sí de tu alma. Como si de un caballero herido mortalmente se tratase, sólo el orgullo te mantiene en pie, mientras tu sangre se derrama.
Te admiro porque sé que eres bueno escribiendo, te odio porque tu voluntad falla una y otra vez.
No soporto esas charlas llenas del brillo artificial que sólo te proporciona la ginebra. En ellas, hablas de cómo se deben hacer las cosas para convertirse en un buen escritor, hablas de disciplina, de esfuerzo. Y convences a todos.
Por unas horas el halo de luz que te rodea es tan brillante que ciega al mundo. Y, en esos momentos, dejas de ser ese camarero que se niega a sí mismo que lo es. Porque uno es lo que hace, no lo que desea ser.
Y cuando tu miserable sueldo te lo permite, en vez de escribir, te vas a dilapidarlo en algún restaurante caro o alguna fiesta estúpida donde alimentas tu ego, explicando a todo el mundo que tú eres escritor. Esa profesión que no ejerces.
Estás vacío de ideas porque te mueves en círculos iguales que recorres un día tras otro, pero te niegas a ver la realidad.
Los litros de alcohol presagian la negrura de tu futuro que, en realidad, es tu presente.
Esa alegría de los felices años en los que despuntabas, en los que llegaste a publicar artículos en los cuales la gente sólo veía a un escritor en ciernes, te cegaron. Cegaron tu ego y te quedaste en lo que podías llegar a ser, pero no eras aún.
Ahora lo único que veo es que todos los espejos reflejan tu vacío, un vacío existencial. Y revelan la verdad de la vejez prematura del fracaso.
Tu perpetua borrachera hace que cada día desciendas a un abismo de derrota vital.
Alivias tu frustración castigando tu cuerpo con un exceso de alcohol, del que eres ya un adicto.
Eras fuerte, joven, seguro, descarado y ahora te has vuelto inseguro, destructivo hasta un punto en el que me doy cuenta de que, cuándo las brumas ciegan tu entendimiento, la sombra del suicidio se pasea tentadora por tu mente.
Tu dañada autoestima, tu fragilidad emocional, producto de una infancia demasiado fácil en el que lo tenías todo y eras la promesa que alimentaba el ego de tu familia, desbocaron tus adicciones, único acicate que encuentras para desconectar de una realidad que detestas.
La vida te engulle pero, querido amigo, aún no está todo perdido.
Recuerda todo aquello que probaste por primera vez, recuerda capítulos en los que sufrías a pelo sin necesidad de mitigar tu dolor con ninguna droga, atrapa de nuevo lo que viviste y que te hizo feliz.
Existe un mundo lleno de matices entre estar vivo o muerto. Tú ahora vives muerto.
Elige de una vez, pero suspende el alivio momentáneo que te ayuda a deshacerte de tu depresión, porque te hunde sin remedio.
Sal de ese infierno permanente.
Nos estamos perdiendo a un gran escritor. No nos dejes a oscuras.
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