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Livia de Andrés

Archivos de etiqueta: Galicia

Sólo puede quedar uno

15 martes Feb 2022

Posted by Livia de Andrés in Humor, relatos, Vida

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Galicia, humor, recuerdos, relatos, vida

«Puede que te estrelle contra un muro, pero lo que no va hacer es soltar el volante.»

Esto ya lo decía su padre siendo ella aún muy pequeña.

Siempre he admirado esta cualidad en ella.

Existe un Monasterio en Galicia en lo alto de una montaña, uno de los Paradores con las vistas más impresionantes que he contemplado jamás.

Hay dos maneras de acceder a él por dos caminos distintos que antes desconocía: el primero, una ancha carretera perfectamente asfaltada; y la segunda, un angosto camino de tierra escoltado, a un lado por la pared de una montaña y al otro, por uno de esos precipicios no aptos para personas con vértigo.  

A la entrada del camino que nos esperaba, ví a un monje inclinado en una fuente llenando un cántaro, le pregunté si se podía subir con el coche por allí al Monasterio. Asintió con la cabeza y un atisbo de sonrisa me hizo sospechar que el asunto escondía algo más.

Decidimos seguir su recomendación y comenzamos el ascenso en coche por el camino de tierra, preguntándonos si realmente no existía otra manera, pues de sobra son conocidos la gran cantidad de eventos y visitas a aquel majestuoso Hotel-Monasterio de impresionante belleza.

Mientras íbamos subiendo la enorme montaña, inmersas en profundas disquisiciones sobre el intrigante rostro del monje, nos encontramos con un coche que venía de frente. Ambos vehículos nos desplazábamos a muy poca velocidad, tanto por lo desconocido del trazado, como por las incontables curvas con las que contaba.

El coche que se acercaba a nosotras en sentido contrario bajó la escasa velocidad a la que avanzaba hasta pararse. Nosotras hicimos lo mismo.

Era evidente, para ambas conductoras, que los dos coches no podían pasar. 

Eran ellas o nosotras. 

Parecía un western en el que alguien tenía que caer. Nunca mejor dicho, por desgracia. Sin embargo, era nuestro coche el que se encontraba del lado de un abismal desfiladero, mientras que el de las otras dos mujeres se encontraba pegado a la montaña rocosa.

El coche que iba en sentido contrario intentó pegarse más hacia su lado, pero se encontró con que, además del enorme muro de piedra, existía una profunda cuneta, en la que si metían la rueda el hueco las atraparía.

El movimiento siguiente, nos tocaba a nosotras.

Yo iba sentada en el asiento del copiloto y tenía la mejor vista. Una vista mortal. 

Abrí la ventana situada a mi lado y eché un vistazo. Asomé la cabeza y observé que nuestra rueda se encontraba justo al borde del precipicio y así lo comuniqué a la conductora que no apartaba la vista del coche que tenía enfrente.

«No puedes moverte ni un centímetro porque la rueda está justo al borde», le dije.

Ambos coches frente a frente, sin poder avanzar.

Mi estado de ansiedad, se incrementó al observar que la persona que conducía pronunciaba frases muy cortas y secas. La conocía bien. Estaba pensando, y, desde luego, no estaba pensando en pasar la noche mirando a los ojos del conductor que tenía delante.

Empecé a intentar convencerla de que la mejor opción era que el otro vehículo metiese la rueda en la cuneta, a que nosotras nos matásemos desfiladero abajo.

No respondía. No soltaba el volante, ni miraba hacia los lados. Mala señal. Yo sabía que estaba pensando cómo sacarnos de allí. Yo sabía que ella sufre de vértigo, otra de las razones por las que sólo miraba al frente.

Movió el coche unos centímetros hacia delante y yo, asomada a la ventana, perdí la calma y grité:

– «¡Ahora tenemos media rueda fuera!»

– «Ya, pero hay que hacer algo. No podemos quedarnos así», dijo en un tono seco y bajo que me hizo entrar en pánico.

Estaba muy rara, tanto ella como yo cuando estamos nerviosas hablamos, en eso, y en otras cosas, compartimos los mismos genes. Sin embargo, hay una preocupante excepción que he presenciado varias veces en ella, y es que cuando la situación es de vida o muerte, ella no despega los labios.

«Hay que hacer algo», repitió.

Mi pánico iba en aumento, mi voz era baja, ya no era mi voz e intentaba por todos los medios convencerla. Mi incesante parloteo no cesaba.

Apretó lentamente el pedal del acelerador, miraba al frente, la mirada recta hacia ese camino de tierra que nos engullía, estirando el cuello, concentrada, sujetando el volante, calculando hasta el último milímetro de la máquina que estaba manejando.

«De aquí a la eternidad», pensé.

Y pasamos.

Pasamos casi rascando la puerta del otro coche. Pasamos y yo me quedé muda. 

Y cuando nos cruzamos con el otro coche, tras darnos las gracias, éste pudo proseguir su descenso.

Entonces ella paró el coche. Nos miramos.

Mis pulsaciones fueron descendiendo poco a poco hasta que dijo:

– «Voy a dar la vuelta. Yo por aquí no sigo».

– «¿La vuelta? ¿Qué vuelta?» ¡En un camino con espacio para un coche no se puede dar ninguna vuelta!

La miré horrorizada.

Era evidente que ninguna de las dos queríamos seguir subiendo por ese camino medieval, pero no había espacio alguno para la rectificación. Era como el camino del no retorno, como esas decisiones que tomas con las que tienes que vivir. Una especie de castigo o purgatorio. No se me iba de la cabeza aquel monje y su consejo.

Avanzó un poco con el coche para ver si encontraba un sitio algo más ancho, mientras yo sólo pensaba que, en la próxima curva, iba a aparecer otro coche, sólo que esta vez iba a ser un todoterreno.

Como si de un milagro se tratase, de pronto la oí decir: «No se puede».

«Gracias», pensé, por lo menos no subirá más, pero va a hacer algo. Eso seguro. Ella sabía que tenía que sacarnos de allí cuanto antes. Ya sé, pensé, dejamos el coche y nos vamos andando. A pesar de mi pánico, ni me atreví a proponérselo.

«Voy a ir hacia atrás».

Creo que en ese momento dejé de sentir miedo. Algo bloqueó mi sistema nervioso central o mi cerebro. Recuerdo vagamente que empezó a retroceder manejando el volante con sumo cuidado, acariciando cada curva muy lentamente, con calma, procurando no acercarse más de lo imprescindible al borde de aquel escarpado cañón.

Llegamos al principio del camino donde todo se hizo deliciosamente ancho.

Una vez a salvo, detuvo el coche, me miró y ya en un tono colérico, me espetó:

– «¿No decías que conocías el camino? ¡Pues la próxima vez conduces tú!».

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Otra Noche de San Juan

23 martes Jun 2015

Posted by Livia de Andrés in Política, Reflexiones

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Galicia, Política, Reflexiones

Otra noche de San Juan

Volveremos a reunirnos con los que no están entre nosotros.

Alumbrados por la oscuridad de la noche, rodeados de fuego.

Millones de murmullos y brasas ardiendo que intentan quemar infructuosamente lo que hemos vuelto a hacer mal este invierno.

Por mucho que nos empeñemos en conjuros y quemas, lo cierto es que las palabras fluctuarán por el aire carentes de significado. Sólo formarán parte de un sonido más de otra Noche de San Juan que, por alguna razón que no alcanzo a comprender, me empecino en vivir. Esa noche que me trae esos olores y recuerdos, no puedo decir si buenos o malos, que cada año se vacían más de sentido y me acercan más a la certidumbre.

En algún momento todo fue mucho más fácil, ese lugar perdido en el tiempo en el que todos cantaban al unísono, ahora cada uno va por su cuenta. Sé que ese lugar existió.

Las hogueras harán que el ambiente se vuelva asfixiante, mientras, unos pocos, nos empeñamos en recordar eso que no sabemos recuperar, mientras nos dejamos rodear por gente que no se molesta en comprender, almas vacías que no ven más allá de una fiesta, donde la Queimada deja de ser tradición que rememora esos espíritus, que regresan cada año en esta noche, y la convierten en sólo una manera más de emborracharse. Qué imbéciles, las mejores borracheras carecen de motivo.

Cuando oigo mi nombre en la oscuridad, puedo sentir que han regresado para compartir la magia, que se mueven entre nosotros. Nos honran con su presencia, acercándose a saludar a los que dejaron vivos, pero vacíos.

Y esta vez no sólo las almas de los marineros fallecidos en la oscuridad del mar, que una vez los engulló porque formaba parte de su trabajo, sino también, todos los que dejaron de ser por una estúpida curva que un tren tomó a demasiada velocidad.

Siempre, todo se hace demasiado deprisa, sin pararse demasiado a vivir. Hay que acabar cuanto antes, pisar el acelerador de la vida sin pararse a sentir la lentitud de cada curva ¿Y eso quién lo dice? Quizá, los que aceleran, lo que busquen es alcanzar la muerte más pronto. Son como los que tragan sin saborear lo que tienen en la boca.

Necesitamos que alguien nos encuentre y nos lleve de regreso porque, por muchas hogueras que encendamos esta Noche de San Juan, estamos totalmente ciegos.

Nos asfixiarán lo justo para que podamos seguir de fiesta en fiesta y no oigamos el silencio que hay entre éstas. Intentando que nos olvidemos de todos nuestros muertos, recuerdos y pasado, de los que formaron parte, de unos cuantos cuentos sobre marineros y de otros tantos accidentes con más muertos. Vivamos el presente, no vaya a ser que desenterremos recuerdos que interrumpan la fiesta, pero no la nuestra, sino la de ellos.

Sé que se muere escribiendo tantas palabras y se muere más sintiendo o poniéndose en pie cada día, pero, quién sabe si, entre el incendio, los gritos y el humo, en realidad somos más los que recordamos que los que no recuerdan.

El amanecer cincelará el nuevo día en medio de un mundo de verdad, cruel, caluroso y asfixiante.

Sin embargo, y por experiencia, sé que volveré a escuchar las conversaciones a media voz de los espíritus de La Noche del Veintitrés donde todas las tragedias que fueron, estarán presentes alrededor de las hogueras.

Por lo menos, ellos tienen una causa común, los que seguimos aquí cada vez tenemos menos.

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Depende

13 martes Ene 2015

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Humor, Vida

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crítica, Galicia, humor, vida

Depende

Galicia es un territorio ajeno al orden en el que, en muchas ocasiones, la realidad y la ficción no se distinguen fácilmente.

No es un fenómeno que se extienda a todos los ámbitos, ni a todo el territorio, pero doy fe de que restan muchos agujeros negros en los que el tiempo aún no se ha movido desde hace varios siglos.

En mi tierra es fácil encontrar señales en las carreteras que indiquen direcciones contrarias, si no eres gallego te asaltarán las dudas. Si lo eres, como siempre las tienes, te resignarás a estar inmerso en continuos interrogantes.

No lo sabemos y, si lo sabemos, no te lo vamos a decir, o sea que no preguntes.

Por ello, es aceptable que la mente de los gallegos se halle repleta de tantas historias entrelazadas como bifurcaciones de carreteras sin explicación, como para poder organizarlas con cierta lógica. En los agujeros temporales gallegos no sólo no existe ni el tiempo, ni las explicaciones. Simplemente es así.

Siempre llueve en Galicia. Mentira, pero dejamos que el resto se lo crea, por aquello de seguir anclados en aquella imagen típica que nos conviene  para que no vengan a husmear a nuestras tierras y se enteren de demasiados secretos. Por lo mismo, los millonarios gallegos hacen casas feas por fuera o las acotan con muros descuidados. Pues, con la lluvia pasa lo mismo. En Galicia llueve, siempre, por eso no nos molestan cuando vamos a la playa.

Existen personas que salen de los cuentos, personas que aún te venden el pan mientras hacen las cuentas a lápiz, que te entregan sucios y manoseados billetes mientras sacuden contra sus mandiles la harina sobrante del trozo que has elegido. En Galicia existen personajes así y escenas así. Además, aquí nunca nadie se ha muerto por culpa del pan que le compraba su abuela.

No es difícil apreciar el vínculo de esta tierra con la locura, cierta excentricidad y mucha desconfianza.

Y la desconfianza, lógicamente, engendra dudas y, éstas, mentiras, de ahí  las respuestas no directas hasta que no sepan cuál es el verdadero motivo por el que les preguntas la hora. Y hasta que lo piensan, pasa un rato y después responden: “Depende”. Hasta al presidente del gobierno se le ha pegado, claro que es gallego. Es extraño, porque Franco también y era mucho más directo. Con Fraga no se sabía, ni siquiera nosotros sabíamos lo que respondía por profusa que fuera su respuesta, ya que, simplemente, no se le entendía ni una palabra. Por tanto, todo su discurso lo considerábamos un gran “Depende”. Y nos resignábamos porque, lo peor, es que nunca se sabe de qué depende.

Se dan muchas situaciones irreales que pueden dar paso a grandes novelas colmadas de magia, superstición, esnobismo e irrealidad.

En estas brechas temporales con las que te topas a veces no existe el tiempo y si crees que existe, vete, escapa, apaga el móvil o sumérgete en tu silencio. Pero no preguntes, ni presiones para que las situaciones se desarrollen a un ritmo normal.

La cola del super tiene que esperar a que la cajera escuche el desenlace de la historia que le está narrando, con parsimonia, la señora que paga. Y si interrumpes, toda la cola te hará callar para que les permitas terminar de escuchar la historia entera. En estas tierras, la realidad no puede luchar contra la ficción.

Por otra parte, los gallegos, se agobian por todo, se agobian por la simple sensación de ser. Dudan, están confusos, descentrados, desconfían, lo cual es normal en un territorio que es ajeno al orden. Una tierra en la que los senderos, tanto reales, como irreales, se bifurcan continuamente y sin compasión.

Tierras de sol y mar, de vida y muerte, de puestas de sol que arrancan el aliento, o de voraces temporales de huellas imborrables para las almas de sus desconfiados habitantes.

Un territorio tan mágico en el que es normal encontrar un trasatlántico distinto cada día atracado en la misma puerta de tu casa cuando simplemente te diriges hacia el contenedor a bajar la basura. Entonces, sonríes y comprendes, que todo forma parte de la misma magia, de los mismos cuentos con sus extravagantes personajes.

Y es que en Galicia, nunca se sabe lo que puede ocurrir y, háganme caso, habelas hailas.

 

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El evento

10 miércoles Dic 2014

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones, Vida

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Galicia, Reflexiones, vida

El evento

 

El evento

Entro en el enorme recinto.

Corros de gente se arremolinaban charlando sobre nada tras largos años cultivando la superficialidad de sus conversaciones en las que no se podía hablar sobre nada. Soltaban frases que caían en la nada. Una nada forjada a base de una escrupulosa hipocresía que debes mantener si te quedas. Hipocresía de la que, un día, yo me permití la osadía de escapar.

Hay un gran revuelo. Algunos no pueden disimular y aunque no se acercan, tampoco pueden cerrar la boca. Lo cierto es que todo el asunto está resultando más divertido de lo que pensaba.

Mentiría si dijese que fui a ese acto para cumplir con lo que debía. No fue así. Me presenté allí porque esa mañana me desperté pensando que ya era hora de reaparecer, por lo menos, para poder desaparecer otros tantos años.

Me siento en un banco de primera fila, por ser familiar directo. Puedo percibir las miradas de todos los bancos en mi nuca, no miro pero sé que me examinan y observan. No es algo que lleve bien. Suspiro.

Mi pelo, mi traje chaqueta, mis labios pintados, mis manos colocadas inmóviles encima de mi regazo, todo se halla bajo minuciosa observación. Me parece que todo aquello se prolonga toda una eternidad y no puedo más que pensar en que aquel suplicio termine.

Sin embargo, tampoco quiero ocultar que siento cierto grado de satisfacción por estar allí, por saber que estoy molestando a la mayoría de los presentes, habituados a mis repetidas ausencias.

He cogido un avión desde Berlín sólo para asistir. Nadie lo esperaba, ni yo misma. Y ahora, me gusta el olor a sorpresa de la sala entera. En realidad, no sabía que iba a gustarme tanto.

Por fin acaba. Resta la charla de despedida en pequeños y peligrosos grupos de gente que se agolpan a la salida. Me esperan preguntas que me da pereza responder, pero lo hago con paciencia.

Me parece como si estuviera siendo engullida por una nebulosa lejana de acentos olvidados y palabras que no recordaba. Estructuras gramaticales aburridas y gastadas por las incontables veces que han sido repetidas. Innumerables preguntas se agolpan en los labios de todos y son éstas, las que me ayudan a comprender toda la hostilidad del pasado.

Hay dos personas en especial tienen que venir a saludarme por mucho de deseen no hacerlo, lo hacen. No logro que ninguna de las dos me mire directamente a los ojos. Observo que sus problemas, lejos de resolverse, se han agravado con los años. Mantenemos una corta e incómoda charla.

Pasado ese trance, se disculpan y se alejan. El resto de los presentes se acerca a mí rodeándome y yo procuro acercarme a la salida poco a poco atravesando ese molesto tramo de mi pasado y poder olvidarlo otra vez.

Ante este tipo de situaciones yo antes optaba por desaparecer, ahora ya, a veces, no me da la gana.

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Sueña con lo imposible

23 domingo Nov 2014

Posted by Livia de Andrés in Vida

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Galicia, vida

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Me encuentro en la línea de salida.

Espero.

No dejo de hacer mil cosas al tiempo sin dejar de esperar.

Espero, te espero.

Desde la galería veo cómo el mar se tiñe de los cálidos colores del atardecer.

En mi nuevo mundo he logrado fundir el pasado y el futuro para que configuren mi presente.

Desde mi nueva ventana la vida adquiere una perspectiva distinta.

El cambio incluye elementos y personajes nuevos en la misma novela, en la misma vida.

Observo detenidamente cada rincón de este nuevo lugar.

Es un lugar sin muebles, vacío, repleto de nada hasta los bordes, lleno de promesas. Un espacio ansioso por dejar de estar ahí, sin vida, que pide a gritos empezar a ser. Quiere ser llenado, pero no de objetos, sino de momentos.

Mi mente vaga y mis ojos se deslizan por cada esquina de la estancia. Me hundo poco a poco en un océano de posibilidades. Los caminos son infinitos y están listos para ser recorridos, sin tener que dejar atrás, sin abandonar, sin olvidar.

Mis ojos se abren a un proyecto que se ha convertido en la conjunción perfecta de todos los elementos que quería unir y no lograba encontrar ni el modo, ni el lugar para completar un puzle que parecía tener pocas piezas que encajasen.

Todo lo que parecía imposible, resulta posible ahora.

El trayecto ha sido largo, infinito, agotador, extenuante y no parecía tener fin o solución.

Un proyecto de vida en el que me he quedado paralizada un millar de veces sin saber hacia dónde seguir. Mirando a un lado y a otro, detenida en innumerables encrucijadas sin ser capaz de optar por una trayectoria u otra.

Ahora todo parece producto de una pesadilla. Pura ficción.

Los lazos entre fronteras, lo internacional con lo de siempre, todo se ha unido en una conjunción única.

Todo lo nuevo se vuelca, se mezcla y clarifica mi presente.

Los viajes hacia mundos desconocidos, hundiendo mis palabras en los términos desconocidos de nuevos idiomas, ahora son de nuevo posibles sin abandonar a quienes nunca lo han hecho.

Pensar no basta, la constancia hacia el objetivo y la actuación, han liderado la marcha.

No perder de vista el objetivo, asirnos a él con insistencia, sin desfallecer y con ahínco es la fórmula para lograr lo que persigues. Ser fiel a lo que tú crees, por muy sola que te sientas, por difícil que resulte. Y probar cada día con una idea distinta sin soltar jamás las cuerdas, aunque a veces estés convencida de que éstas te van a ahogar.

Soñar con lo que no puede ser.

Creer que se hará realidad.

Continuar sin permitir que te detengan, aunque todo y todos lo intenten con todas sus fuerzas.

Negarse a escoger.

Unir dos mundos imposibles.

Ellos en mi vida y tú también en ella.

Recuperar mi vida internacional sin abandonar estos ventanales que me dejan ver el mar, ellos me acogerán tras el bullicio de algún aeropuerto.

El pasado, el presente, el futuro, una nueva vida y la antigua con lo internacional en mi propia casa, acurrucándome entre todo ello para dejarme llevar.

Impidiendo la entrada a los que no estaban cuando debían estar.

La espera se ha prolongado demasiado, los días se han tornado años.

Sin embargo, ahora que todo está tan cerca, que tú estás tan cerca, espero aquí sola, en esta estancia en la que ya puedo sentir el roce de tus dedos por mi espalda y sobre mi pelo.

Te esperaba y te espero desde esta ventana. Este espacio sin llenar que era mi vida, es ahora una casa vacía, tan solo eso, pero mucho más.

Mañana estarás aquí conmigo dispuesto a formar parte de mi presente y mi futuro, aceptando todo mi pasado.

Los acontecimientos que deseas que ocurran deben ser provocados. Y yo, soy una provocadora nata. Enredo circunstancias y ellas se enredan entre sí.

Me afano en tejer una red distinta, que me prueba una vez más que la vida nunca es estática, aunque a veces parezca que nada se mueve.

Giro la cabeza y echo un vistazo al mar. Me detengo un momento para admirar las piscinas de agua salada y azul cristalino situadas frente al paseo.

Mi intención es desayunar con esta vista todas las mañanas. Cenar despidiéndome del mar mientras apago la última vela encendida.

Desde estos mismos ventanales desayunaré de la mano de la sensatez y por las noches me dejaré llevar por unas gotas de locura, aunque es posible que sea al revés.

No dejaré de escribir, permitiendo que todo lo absurdo se una a lo cuerdo.

Y al final, cuando mi locura y mi sensatez se marchen, será el mar el que me acompañe, ya que él es una mezcla de ambas.

Y mientras tanto, disfrutaré de esta conjunción entre pasado, presente y futuro.

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No sin ti

15 jueves May 2014

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Vida

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Galicia, pensamientos, recuerdos, vida

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Mi amor por ti se remonta a tiempos que no puedo recordar.

Siempre has estado ahí.

En mi memoria, los momentos más felices, siempre estabas tú de fondo con tus olas acariciando una y otra vez la arena.

Cuando vivía en el extranjero no podía esperar a que llegase el verano para venir a verte.

Te echaba tanto de menos…

Me gustan los veranos de verdad, los míos.

Ésos en los que me dejo llevar por la vida.

Mis cálidos días de descanso, en los que cada mañana, cuando me despierto, es un día distinto.

Días en los que sé que la vida me regala horas junto a ti.

Mi mar, mi agua azul verdosa, trasparente y suave. Tú que guardas en tu silencio mis secretos.

Esos días se van a repetir dentro de poco.

No me gustan los veranos que le gustan a la gente, pero adoro mis veranos.

Ningún verano es igual a otro, por lo menos para mí.

Cada verano está repleto de nuevos sentimientos que descubrir.

Cada cala solitaria, cada forma nueva con la que has moldeado las rocas de las playas, después de tus voraces tormentas de invierno, cada pueblo que no he visto, cada lugar que ya conozco y ha cambiado, es un lugar que me regalas.

Todos mis veranos sigo la misma norma, hacer lo que deseo hacer, pero nunca sin ti.

Me encantan los días de sol en los que no necesito más que un vestido, mi bikini y unas sandalias para ir a verte.

Me encanta cuando la niebla que a veces esparces, me permita leer, escribir y desayunar despacio mientras tú me acompañas, paciente, con tu color azul de fondo y me esperas.

Me encanta tener el pelo mojado al final del día de tanto nadar en ti.

Sentir el cansancio en mi cuerpo por haber estado juntos tantas horas.

Siempre te tengo a ti.

No concibo un verano sin tu olor, tu furia o tu calma.

Estoy enamorada de ti desde que nací.

Me he hundido entre tus aguas y he navegado por encima de ellas.

Me has arrastrado por la arena hasta hacerme arañazos en la piel.

Más tarde, me has alzado dulcemente en una de las crestas que se forman en tus olas y me has depositado en la playa de nuevo.

Estamos hechos el uno para el otro porque somos iguales.

Unas veces, dulces y pacíficos, cuando queremos embrujar.

Otras, dejamos crecer tormentas en nuestro interior, hasta hacerlas estallar en un mar de espuma blanca, que engaña por su belleza.

Somos generosos y, al tiempo ruines, cuando nos enfurecen.

Tenemos días azules de una belleza diáfana, pero otros días somos grises e imposibles de entender.

Espero ansiosa a que vuelvas a tenerme entre tus brazos durante horas, mi mar, mi amor.

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No olvides tus recuerdos azules

11 martes Feb 2014

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Reflexiones, Vida

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Galicia, recuerdos, Reflexiones, relatos, vida

Areoso

 

La isla está formada sólo de una fina arena blanca y de agua tan cristalina que, al asomar la cabeza fuera del barco, veo claramente el fondo y el ancla reposando en la arena.

Hay que tirarse e ir a nado. Somos diez personas en el barco y nuestro amigo marinero.

Los marineros no saben nadar. Ellos no tocan el mar, comen de él, pero jamás se zambullen en el agua.

Hay una pequeña barca atada al barco, pero la isla está tan cerca que decidimos ir nadando.

Es curioso que, aunque hay un trecho del barco a la isla, no tengo miedo de tirarme al mar.

Salto de la cubierta del pesquero y en unas cuantas brazadas, impulsada por el agua salada, llego sin apenas cansarme.

Todos sentimos la agradable sensación de la cálida y blanca arena bajo nuestros pies que nos recibe al llegar como si deseara ser visitada. No hay nadie en la isla.

Alternamos paseos al sol, que aún calienta, con baños en el agua y nos asombramos de poder observar con tal nitidez las puntas de nuestros pies en el fondo.

Nadie puede acercarse si no es en barco. Estamos solos, y desde el pesquero de madera verde y roja, anclado, nos observa el capitán con sus piernas clavadas en la cubierta del barco.

Nado dejando que el agua acaricie todo mi cuerpo, y de vez en cuando, me tumbo en la superficie del mar que me acoge generoso en su regazo.

Miro hacia cielo y sonrío en azul. Pocos momentos recuerdo de felicidad tan intensa. Esos momentos que existen en la memoria y que, a veces, reaparecen en los días más grises, esos momentos que cometemos el error de olvidar.

Ya de vuelta al barco, a la vez mojados y quemados por el sol, nos vestimos de prisa y nos secamos. Son cerca de las ocho de la tarde y el puerto nos espera.

Vuelvo a sentarme al borde del barco, intentando secarme el pelo con la brisa. Siento cómo al surcar de nuevo las pequeñas olas, el aire golpea mi blusa y mi cara.

La isla se hace más y más pequeña a medida que nos alejamos, hasta convertirse en un punto. La sal decora mi cuerpo de blanco y siento ese hambre y esa sed que sólo pueden proporcionar días así.

El barco navega lleno de vida, de risas y nuestro amigo, el marinero, sonríe satisfecho, mientras maneja el timón que nos conduce a puerto.

Por la noche, vencidos por la calma que traen las estrellas, ya en las improvisadas mesas de madera del puerto, el mar sigue acompañándonos. Está ya en calma, dormido. Y nosotros, nos emborrachamos de olores y sabores que llegan de él.

El vino, la comida, los amigos de siempre, los nuevos y las historias, se mezclan y se amarran en un recuerdo que se graba en tu mente para surgir sólo en ese momento de tu vida en el que piensas que el gris no te abandonará. Y cuando surge, todo se inunda de nuevo del azul del mar.

Y recuerdas aquellas estrellas brillantes que te miraban aquella noche de verano en la que compartías un trozo de tu vida. Recuerdas esas charlas de donde podrían surgir libros enteros.

Te aferras a miradas que te hablaban de historias que se borrarían con las luces del alba.

Y en tu mente sólo quedan las risas, los recuerdos, los silencios, las canciones y la celebración de la vida. En aquellos días en los que sólo pretendías estar, sin mañana, sin querer más que estar.

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La trasformación de la casa de mi abuela Livia

09 miércoles Oct 2013

Posted by Livia de Andrés in Fotografía

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Galicia, vida

Ruinas casa

Ruinas casa, Corcubión

Casa reformada

Casa reformada

1237664_379834495479270_1622218771_nUn sitio para degustar el mar en primera fila.

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El síntoma

27 viernes Sep 2013

Posted by Livia de Andrés in Humor, Vida

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Galicia, Hannover, hipocondría, humor, recuerdos, vida

El síntoma

Los síntomas de una crisis de ansiedad pueden ser muy diversos. Muchos de ellos se encuentran recogidos en los libros de psicología y otros, son estrictamente personales e incomprensibles para aquellos que nunca los hayan sufrido.

Hace unos años, tener un ataque de pánico aún era interpretado como algo muy raro, en el que la gente te imaginaba con los pelos de punta y echando espuma por la boca. Sin embargo, hoy en día, puedes leer sobre ataques de pánico en cualquier revista de divulgación, de moda o en el suplemento que viene con la prensa de los domingos. Y de todos es sabido que, los ataques de pánico y las crisis de angustia, no son otra cosa que un estado de estrés extremo. Tan corrientes como un catarro, al que hay que poner remedio.

Por aquella época yo pasaba mi primera gran crisis de ansiedad que tuvo lugar durante mi segundo año en Hannover y de la que vino a rescatarme mi madre, que no dudó en coger el primer avión hacia Alemania.

Ya en mi país y después de haber sido diagnosticada, mi madre dedicaba todo sus esfuerzos a que me recuperase.

Aquella tarde, nos disponíamos a comprar unas pastillas en una farmacia para comenzar un tratamiento.

Ella hacía lo posible por entender mis extravagantes explicaciones y atendía a todos y cada uno de los extraños síntomas que le explicaba con pelos y señales.

Al salir de la farmacia, y probablemente porque ya no soportaba durante mucho tiempo más que siguiese hablando tanto y a tal velocidad, me aconsejó con voz calmada, que comenzase con el tratamiento lo antes posible.

Siempre he estado contra las pastillas, pero en aquel momento mucho más, ya que hasta lo más nimio, hacía saltar mis alarmas y provocaba que mis niveles de hipocondría fuesen más acusados aún de lo que ya eran.

Sin embargo, su consejo era comprensible, pues me daba cuenta de que había que detener aquel estado nervioso en el que me encontraba.

Decidí, por ello, abrir la caja en la misma acera de la farmacia y comencé a leer en voz alta a mi madre, que escuchaba con paciencia, los posibles efectos secundarios que las pastillas podían provocar en mi organismo.

No hizo falta más de un segundo para que mis ojos se quedaran clavados en la primera frase del prospecto.

Posibles efectos adversos:

– ¡Nerviosismo verborroso! – Le grité poseída por el pánico.

– ¿Lo has oído, mamá? ¡Ese síntoma ya lo tengo y sin tomar una sola cápsula! Estoy muy nerviosa y no dejo de hablar, ¿te das cuenta de que tengo el síntoma? ¡Y si tomo esto me pondré aún peor!

Mi madre, que poco tiene de hipocondríaca, y que estaba leyendo las instrucciones conmigo en su afán por complacerme, abandonó inmediatamente la lectura y soltó una carcajada tan sonora que pudo oírse en toda la calle.

Varias personas que nos conocían, nos miraron con envidia por lo divertida que era nuestra vida, pues hasta saliendo de una farmacia éramos como dos cascabeles.

–  No, no – decía mi madre entre lágrimas y sin poder articular palabra.

–  No, no – repetía.

Por el contrario yo me hallaba sumida en un profundo mutismo producto de mi estupefacción y del repentino pánico al no poder frenar aquello ni con una pastilla. No alcanzaba a comprender cómo podía echarse a reír de aquel modo en una situación tan grave como aquella. Tenía un síntoma que me hacía hablar sin poder parar, me secaba la boca, me producía unas terribles palpitaciones y, además, jamás podría frenarlo para volver a ser una persona normal. Pero cuanto más la miraba reprochando su falta de empatía, más agudo se tornaba aquel repentino ataque de risa incontrolada.

Pasados unos minutos en los que hubo momentos en los que pensé que iba a dejar de respirar de las carcajadas que soltaba, pudo por fin articular:

–  Nerviosismo; ver borroso. Son dos síntomas y además a lo que tú te refieres es a nerviosismo y a verborrea, no existe “verborroso” ¡so lerda!

Cuando alcancé a comprender mi estúpido fallo mental, estallé en una carcajada de dimensiones parecidas, que se convirtió en todo un ataque de risa. Las lágrimas nos resbalaban por las mejillas mientras intentábamos recomponer nuestra cara para realizar el camino de vuelta a casa sin dar la impresión de haber sido golpeadas por algún matón. Por supuesto, aquello tuvo un efecto mucho mejor que el de ninguna pastilla y pasé a un estado de relax total.

Eso sí, para entonces ya no eran un par de señoras fisgonas las que había en la acera, más bien todo un corro, a punto de preguntarnos por nuestra receta de la felicidad.

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En la playa nudista

08 domingo Sep 2013

Posted by Livia de Andrés in Humor

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Galicia, historias, humor

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En la mayoría de los casos, las playas nudistas son tranquilas y de una belleza extraordinaria, así me había descrito una amiga este paraíso en el que me disponía a pasar un tranquilo día de verano junto a mi novio.

No es que yo fuese muy partidaria de ver pasar y repasar ante mis ojos a gente desprovista de ropa, pero teniendo en cuenta que era opcional sacarse el bikini, decidí no perderme la excursión.

Efectivamente el lugar no me defraudó, más bien al contrario. Descubrí una de las playas de mayor belleza que había visto en mi vida. Su agua era de un azul cristalino, la arena fina y blanca deliciosa para hundir los pies y hasta el alma.

En un principio pensé que me iba a sentir incómoda, pero opté por ir a lo mío y viendo que los demás hacían otro tanto, pronto me sentí muy a gusto.

Me sentía feliz tumbada bajo el sol en aquel paraíso terrenal, dejando los problemas del invierno a un lado y disfrutando de aquel tórrido día de verano.

Sin embargo, mi novio iba a ocuparse de que ese día fuese inolvidable.

Después de un largo mutismo no muy común en él, se le ocurrió la genial idea de unirse al club de los nudistas. A mí me pareció una decisión poco propia en él pero, tampoco me importó.

Si le apetecía alardear de su corta y ridícula figura por la playa, yo no se lo iba a impedir. Claro que yo en su lugar, jamás se me hubiera ocurrido sacarme el bañador, ni tumbado. Más bien al contrario, me hubiese hecho un traje de neopreno especial y, para rematar, me habría enterrado en la arena.

Después de esta frase, os estaréis preguntando por las razones que me impulsaban a salir con él, pero como ahora no son pertinentes, es mejor decir que forman parte de una de esas experiencias que conviene olvidar.

Ya tumbado boca abajo en su toalla y desprovisto de su bañador empezó a envolverlo un halo de seguridad, quizá el sol al que no estaba acostumbrado, lo estaba obnubilando.

Y él, que en un principio se había negado rotundamente a ir a esa playa, dijo con cara desafiante que se iba a nadar un rato. Yo, no le concedí importancia, le dije que hiciera lo que quisiera. Semejante estado de inhibición tan poco propio de él, causaba cierta curiosidad en mí. Quizá fuese eso lo que perseguía.

El pobre hombre que media menos que yo, creo recordar que un metro sesenta y cinco con alzas, era calvo, con barriguilla, brazos y piernas cortas, cabeza pegada al cuello y pelo en todos los sitios menos donde debe tenerse. En un arranque de valentía, se levantó y se marchó con gran dignidad hacia el mar que estaba a cierta distancia, dejando ver su pequeño culo peludo e intentando caminar con prisa y con un estilo extrañamente deportivo en él.

Hasta aquí, todo controlado. Pero pasado un rato y viendo que no volvía, me incorporé en mi toalla y miré hacia el mar por si le había pasado algo.

He aquí el problema. Es relativamente sencillo ir caminando hacia el agua, pero…  ¿cómo volver?

Miré hacia la orilla y sólo alcancé a ver la tranquila caminata de dos hombres jóvenes delgados y con cuerpos dignos de una estatua griega que charlaban animadamente.

Mientras tanto, lo que le ocurría a mi novio en el agua era todo un contraste. Ni su cuerpo se parecía al de una estatua griega, ni tan siquiera una de las del parque.

El problema era que el pobre hombre había sufrido los efectos de las frescas aguas de las rías gallegas y ya ni siquiera se alcanzaba a decir si, alguna vez, había habido algo en ese sitio en el que algunos hombres basan toda su masculinidad.

Se sentía atrapado en el agua y miraba con desesperación hacia la arena, procurando diseñar algún plan para volver sin tener que arrastrase boca abajo por la playa.

Me miraba de lejos con actitud inquieta. Yo me percaté enseguida de lo que le impedía regresar a la ansiada toalla.

Sin embargo, antes de poder bajar para socorrerlo, no pude evitar pasar de una ligera sonrisa, a un ataque de risa en toda regla, que no podía detener.

Viéndose atrapado por las adversas circunstancias, que le impedían emprender su camino de vuelta de manera que nadie reparase en la parte de su cuerpo que había dejado de existir, se le ocurrió una brillante idea.

Y fue así como comenzó a correr hacia mí, pero evitando caminar en línea recta para mostrar sólo sus costados.

Comenzó entonces a trazar unas extrañas “eses” en zig zag con su cuerpo mientras avanzaba hacia mí, del mismo modo que hacen los esquiadores cuando bajan alguna pendiente, sólo que él subía.

Hasta ese momento no creo que nadie en la playa se hubiese percatado de su presencia, pero con un baile tan original, despertó gran expectación entre la gente que comenzó a observarlo con gran atención. Supongo que intentaban averiguar si le había picado algún bicho en el agua, o si se trataba de algún espontáneo que buscaba llamar la atención para demostrar sus dotes artísticas.

Unos diez minutos más tarde de su espectacular subida levantando montones arena con sus extravagantes movimiento y algunos aplausos, consiguió aterrizar con un violento brinco en su toalla.

 Se quedó tumbado boca abajo, parecía agotado, pero aún así intentando salvar algo de su dañada autoestima, se dirigió a mí y me dijo: ¡Qué fresquita está el agua!

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Laxe Beach

24 sábado Ago 2013

Posted by Livia de Andrés in Fotografía

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Fotografía, Galicia

Laxe Beach

Laxe Beach

An enormous area of sandy ground in the shape of a half moon, with turquoise water, next to the fishing port.

Laxe is a small town situated in the north west of Galicia, forming part of other municipalities in the Costa da Morte (Coast of Death).

Laxe

The good food is one of the attractions that offers A Costa da Morte. In the waters of this coast, a large assortment of fish: hake, turbot, sea bass, sole, monkfish, … and excellent seafood: shrimp, lobster, crab, clams, barnacles … to be found in the varied menu of restaurants. We must not forget of the excellent meat from cattle raised with a juicy grass.

Sunset

Since a couple of miles before entering Laxe, the view from the road is impressive, especially at dusk when the sun goes down behind the port.

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Os voy a contar un secreto

11 domingo Ago 2013

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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Galicia

Menduniña

El otro día leía un artículo de un periodista muy conocido que decía que no soportaba ir a la playa y que no entendía a la gente que iba.

Desplazarse a un sitio para pasar calor, pelearse por extender la toalla y llenarse de arena como una croqueta, era algo que no entendía.

Mientras lo leía, sonreía porque creo que se refería a un tipo de playa y a una manera de ir a la playa.

He estado alguna vez, por error, en alguna de esas playas y me prometí a mí misma no volver por lo agobiante de la experiencia.

A mí tampoco me gustan, porque se pasa mucho calor, te pican bichos en el mar, el agua está más caliente que una sopa castellana, la gente se apelotona, grita, lleva bolsas de comida y refrescos varios, duermen la siesta espatarrados, se achicharran. Total, que a mí también me espanta ir a la playa así y tener que reservar sitio, o sombrilla, o como sea que acostumbren a hacer en esos sitios.

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No debería desvelar mi secreto, pero no es justo que exista gente que se esté perdiendo la otra manera de ir a la playa.

Durante el verano visito mi tierra, Galicia, y cuando voy a la playa, no paso calor nunca, aunque lo haga, y lo hace, por mucho que se empeñen en decir lo contrario en los telediarios, haciéndonos el inmenso favor de no enviarnos hordas de gente para machacar el litoral.  

Cuando el sol calienta, te metes en el agua, que está fría y a veces muy fría, pero por eso nos metemos, porque tenemos calor y no necesitamos calentarnos los pies.

Cuando el agua roza tus hombros, ya no puedes evitar sumergir la cabeza y el pelo entero. La sensación de relax es siempre intensa y engancha. Además, por mucho que se empeñen en obligarnos a comprar productos de belleza para tener un cuerpo diez y una melena brillante, no existe mejor cura de belleza que el agua del mar, cuanto más salada mejor.

Por no mencionar lo que les ocurre a las neuronas de tu cerebro en el mar, es toda una renovación de ideas, a tal punto que al salir del agua sueles pensar por qué no te has traído el portátil para, por lo menos, apuntar cinco de las ocho ideas que has tenido.

En cuanto al espacio entre toalla y toalla, pues no sé. La verdad es que si veo unas cuantas toallas juntas, me dirijo al otro extremo de la playa y me alejo unos cuantos metros, pero no centímetros, como ocurre en algunos sitios.

Si esto no es posible, como nuestras costas están repletas de pequeñas calas de agua clara y transparente, me voy, y todo lo más que puedo encontrar será una familia o una pareja.

En las playas que yo frecuento, no hay gente arrastrando neveras, ni calentando la comida que le han hecho preparar a cuarenta grados de temperatura a la pobre madre de familia, simplemente te acercas al bar más cercano y pides un Albariño frío y una tapita con lo que le haya dado la gana de ir a buscar al mercado al dueño o lo que haya pescado su sobrino.

Al final del día nadando y escuchando el sonido del mar, sólo puedes dar gracias por no tener que meterte en una caravana de coches. El mar está al lado, por todas partes y está frío para que nos circule la sangre a los gallegos ¡y vaya si nos circula! a toda máquina, excepto a algunos a los que me referiré otro día.

Únicamente quería dejar constancia de que ir a la playa no es siempre un sacrificio, para algunos es una bendición.

¿Por qué creéis que la mayoría de los políticos y otro tipo de cargos veranean por mi tierra y procuran no decirlo?

Pues, porque no quieren que lo sepáis, por eso os lo digo yo. 

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Angrois: No pienses… actúa

05 lunes Ago 2013

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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Galicia, historias, vida

Esta es una carta abierta enviada y publicada en «La Voz de Galicia» de forma anónima por uno de los vecinos del barrio de Angrois en la que expresa con valor y sinceridad los sentimientos de los vecinos.

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«Nos han manipulado, no nos han dejado pensar. Todos se han lavado la cara con nuestras lágrimas».

En la pequeña aldea de Angrois hay muchos ancianos. Cuando alguno tropieza y cae al suelo corremos a levantarlo. Es una reacción espontánea, humana. Eso hicimos la noche del 24 de julio. No pensamos, actuamos. Agotados, sin cenar, sin dormir, desde las ocho de la mañana hasta que desfallecimos respondimos al estribillo de cientos de micrófonos: «Dónde estabas, qué hiciste, qué pensaste, qué viste?». Mientras, por la plaza, el puente y las vías transitan uniformes, chalecos amarillos y corbatas; las gigantescas grúas levantan convoyes, las maletas, bolsos y el dinosaurio verde fosforito son transportados a furgonetas custodiadas. Ya no hacemos falta, no nos dejan ni mirar, para regresar a casa hay que dar el paseíllo por senderos oscuros. En casa los teléfonos fijos y móviles no paran de sonar, todos quieren una entrevista, desde Estados Unidos a Japón. Intentamos ser amables, educados. Para no herirnos apagamos el televisor, la radio, el ordenador, apartamos los periódicos.

Llega Rajoy y Ana Pastor, ni siquiera nos saludan. Luego Rubalcaba y otros, lo mismo. El alcalde nos convoca, por fin nos felicita. «No somos héroes, no queremos nada más de lo que ya estábamos demandando». Llegan los primos psicólogos. Un periódico nos concede el premio Gallegos del Año. Siguen los micrófonos acechando, los teléfonos sonando sin parar. «Ven a Madrid, a Barcelona, al programa de fulanito, te pagamos el viaje. El Facebook y la página web de Angrois se bloquean, como nosotros. Hay que ir al Ayuntamiento corriendo: vienen sus altezas los príncipes de Asturias, hay que estar a las 6.30 para recibirlos sonrientes, como así hicimos. Tras ellos, Feijoo, ministros, altos mandatarios. «Para lo que haga falta llámame, mi secretaria te da mi teléfono». Más micrófonos.

La policía judicial se lleva a los vecinos que socorrieron al maquinista para que declaren. El Ayuntamiento se reúne en pleno, nos concede la medalla de oro de Santiago. Un malagueño recoge firmas para nominarlos al príncipe de Asturias. Viene el alcalde, nos comunica el premio. «Gracias, pero no queremos nada». La concejala aprovecha para que le contemos y enseñemos lo que desde hace un año entró por el registro del ayuntamiento. «Hay que hacer algo que conmemore esto». «Por favor, no nos levanten un cementerio». Más micrófonos, más llamadas insistentes, primero elogian, luego piden que concedas una entrevista para un programa basura. Vienen los técnicos del Ayuntamiento, recorremos con ellos toda la aldea, recordándoles lo que ya pedimos y no leyeron. Levantan informes que se serán estudiados. Otro telefonazo, viene el ministro del Interior «¿y qué pintamos nosotros con él?». Viene, ni nos mira. Pero le paramos y le pedimos que rinda homenaje al jefe de caballería de Santiago, que se lanzó a las vías como desde un trampolín y nadó contracorriente toda la noche del 24. Toman nota, dicen. Funeral por las víctimas en la catedral, con tres horas de antelación la Xunta nos ofrece autobuses. Corremos para avisar a todos. Nos colocan los últimos. Don Julián Barrio pregona el descanso y la paz eterna. Eso es lo queremos nosotros también. Un familiar le niega la mano a los príncipes, «Vdes. no me representan». Esa sí que es una heroína. En el Obradoiro les aplauden generosamente. En la aldea nos esperan más micrófonos, cordones policiales, trasiego de maquinaria infernal. «Por aquí no se puede pasar», «Pero si vivo ahí? tengo que ir mañana a trabajar». Más rodeos, más llamadas durante la noche de insomnio. Saltándose los controles, comienzan a aparecer flores en el puente. En YouTube a un vecino le llaman hijoputa, cabrón, sinvergüenza, por haber grabado un vídeo y haber gritado fuera de sí ante el espanto. Se lo ha regalado a los medios de comunicación de todo el mundo. «No hagas caso -le consuelan sus vecinos-, nosotros sabemos lo que hiciste esa noche». Vamos cayendo, más psicólogos. Don José, nuestro cura, nos visita, nos alienta, programa una concentración en el Obradoiro saliendo desde Angrois. Llaman del hospital, van a devolvernos las mantas con que arropamos a los muertos. «Por Dios -grita un vecino-, ¿quién se va a arropar con ellas?». Acordamos que las donen a un centro de asistencia social cercano.

Más micrófonos, ya invadiendo huertas, casas, ventanas. El Sindicado Unificado de la Policía Nacional quiere rendirnos homenaje. «Gracias, pero sin vosotros no hubiéramos hecho nada». «Hay compañeros que se tocaron los cojones», responden. Aceptamos, no podemos ser desagradecidos. Nos llegan miles de mensajes y cartas de todo el mundo llamándonos ángeles. Los periodistas rascan en el pasado, el movimiento vecinal en contra del AVE, las promesas del ministro José Blanco, la aldea desgajada durante tres años, las casas derribadas, los terrenos expropiados, las duras negociaciones para levantar las actas, el pago a 3 euros el metro cuadrado por la finca que dio de comer a los abuelos, el no haber visto un duro desde entonces, el aplomo de Isabel Pardo de Vega, jefe de Obras, asegurándonos que en dos meses levantaba el nuevo puente de la Vía de la Plata. Tardó dos años. «Queremos un falso túnel», le demandamos. «No da la altura», responde. Lo hizo un poco más allá, en Castiñeiriño, más bajo, pero residencia de la hija del concejal Bernardino Rama. Bonitos jardines. Para nosotros, unos bancos y unos rododendros que se agostan por la maleza, a pesar de nuestros mimos. «Tenéis que asistir al homenaje de Bonaval», nos dicen desde el Parlamento. «Pero si tenemos la concentración en el Obradoiro». Nos dividimos. El presidente de la asociación de vecinos y el secretario aguardan consolando a la jefa de protocolo de la Xunta, rota en sollozos. Suben al estrado conmocionados por la Negra sombra de Rosalía. «En Angrois nos cogeremos del brazo y despacio, poco a poco, andaremos juntos hacia adelante», dice el primero. El otro recita a Valente y se derrumba. Le rodean decenas de trajes negros.

«Lo que quieras, lo que nos pidas, llámame». «Solo quiero descansar, que me dejen llorar». Un músico de la Real Filarmonía de Galicia le aconseja que les mande a la mierda, que los vecinos de Angrois también están heridos y necesitan ser respetados. El chico asiente.

En el Obradoiro nuestro cura se aparta, deja el protagonismo a un compañero suyo. Otra vez los malditos micrófonos y cámaras. «Pero qué coño quieren que les digamos ya? ¿una mentira?». En Angrois los operarios son incapaces de sacar las locomotoras. El insolente tren que ya circula por una vía libre tiene la desfachatez de cruzar haciendo sonar el estremecedor silbato. Otra noche de insomnio, la séptima. Culpan al maquinista y un vecino acierta «Nos vendieron una Harley y resultó ser una Vespino». Los altos jefazos del ADIF por fin dan la cara ante el pueblo. «Disculpad por no haber hablado antes con vosotros, pensábamos que érais un Ayuntamiento propio». Sonreímos ante su propia contradicción. Levantan acta de daños en viviendas, bienes públicos, pero no de daños personales. El operativo de emergencias del 112 para atender a los vecinos se cierra. «Acudid a urgencias». Citas para el otoño a los que cada día van cayendo. Se levantan las murallas. Decenas de familiares y curiosos invaden todo.

Cruces, recordatorios, flores, esquelas, incluso un artista graba en el hormigón con caligrafía esmerada un agradecimiento. Continúan los sabuesos reporteros grabando, pretendiendo ahora reflejar la vida cotidiana en Angrois. Se les cierran todas las bocas y puertas porque esa vida ya no existe. La policía nos rinde un sencillo pero sincero homenaje, de cinco minutos. Les aplaudimos a rabiar. Los de traje y corbata se despiden. «Ahora me voy de vacaciones, pero ya sabéis dónde estoy». Por fin nos quedamos solos. Llovizna. Nos miramos unos a otros con ojos enrojecidos y ojeras descomunales.

El autor de esta carta es un vecino de Angrois

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El día más triste de Santiago Apóstol

25 jueves Jul 2013

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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Galicia, vida

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Tengo que escribir esta entrada porque, como gallega, debo decir al mundo que el silencio en Galicia es hoy atronador.

Los gallegos estamos acostumbrados a aguantar, por eso hay silencio, pero todos podemos sentir el dolor.

Un tren que cubría el trayecto entre Madrid y Ferrol, y en el que viajaban al menos 218 personas ha descarrilado cuando se encontraba a apenas tres kilómetros de la estación de Santiago de Compostela.

Este es el peor día de Santiago Apóstol que recuerdo, y lo único que pretendo con esta entrada, es expresar mi más profunda tristeza en este terrible día 25 de Julio, que antes era festivo y no sé cuando podrá volver a serlo.

Este verano 2013 ha quedado truncado. Para mucha gente marcará un antes y un después en su vida y no volverán a considerarlo un día festivo, sino como el día que cambió sus vidas.

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El mar, mi pasión salada

22 lunes Jul 2013

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Fotografía

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Galicia, pensamientos, recuerdos, vida

Playa Galicia

Las olas eran más grandes que yo ese día, tan altas y con tal fuerza que era impensable acercarme a ellas.

Sin embargo, la fuerza del mar era la única forma de aplacar mis pensamientos que se revolvían una y otra vez como las terroríficas olas de esa salvaje playa.

Cuando mis pies descalzos rozaron la arena blanca y comencé a caminar, comprendí que ese día el mar se sentía tan furioso como yo.

Pasear al lado de su inmenso poder, serviría para calmar mi mente.

Al borde del agua que rociaba y envolvía de sal mi cara y mi cuerpo, el mar intentaba llamar mi atención procurando que me sumergiese en sus entrañas.

Su estado era muy peligroso, casi tanto como mi estado de ánimo en aquel día de verano.

El mar y yo siempre nos hemos sentido atraídos el uno por el otro. Ambos nos conocemos bien.

Mis pies descalzos se hundían en la arena cada vez que una ola se retiraba hacia el mar para volver a la playa con aún más fuerza que la anterior.

A pesar del mensaje que me estaba mandando, yo luchaba para sacar mis pies que, en apenas segundos, se hundían hasta el tobillo en la arena.

Ese día su poder era infinito y cualquiera que ese día se hubiese adentrado en sus entrañas, no habría salido jamás.

El paseo se había convertido en una especie de lucha o de juego peligroso entre ambos. Yo no pensaba abandonar la orilla, aunque vigilaba de cerca las olas que se acercaban, el mar no pensaba dejar de rugir en mis oídos.

Pasé horas caminado. El mar seguía furioso, llamando mi atención mientras la fuerza del sol se había unido a ella, para forzar mi rendición y dejar que sus rizos salados rodeasen mi cuerpo.

Poco a poco, al caer la tarde mientras el sol se tornaba de un rojo anaranjado, las aguas también comenzaron a calmarse.

El profundo mar verdoso y coronado por espuma blanca, se tornó en una mansa piscina de color azul cristalino. Las sospechas de peligro de las horas anteriores, había desaparecido por completo.

Todo estaba en calma y yo también. Los pensamientos que antes agitaban mi mente habían desaparecido en mi particular lucha contra el mar. Ambos estábamos ahora tranquilos.

Miré hacia el horizonte que mostraba un agua plácida en la que la furia había desaparecido.

Decidí que ya era hora de dar la espalda a la furia y abrazar la calma. Bajo el tibio sol de atardecer comencé a abandonar la playa con una dulce sonrisa en mis labios.

Conozco tus secretos y tú mis debilidades. Sabes que eres mi pasión, que te necesito para que mojes todo mi cuerpo con tu sal, pero también sabes que he aprendido a respetarte.

El mar, al igual que una mujer, bajo su aparente calma, está plagado de corrientes internas, de pasiones ocultas, que recorren su interior y, si no las respetas, te arrastrarán hasta sus profundidades para no dejarte salir jamás.

 

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World´s end

13 sábado Jul 2013

Posted by Livia de Andrés in Fotografía, Reflexiones

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Fotografía, Galicia, pensamientos, recuerdos, vida

El Cabo de Finisterre, Finis Terrae (fin de la tierra).  Cape Finisterre, Finis Terrae. Spain's Land's End.

El Cabo de Finisterre, Finis Terrae, Fin de la Tierra.
Cape Finisterre, Finis Terrae, Spain’s Land’s End.

Hay días en los que sientes que estás en el fin del mundo.

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La Noche de las Meigas

23 domingo Jun 2013

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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Galicia, historias, recuerdos

Mi verano en Galicia

Mi verano en Galicia

Cada vez que regreso a Galicia para pasar mis vacaciones de verano, regresan a mí sensaciones que pensaba que no podría recuperar.

Nadar en las transparentes aguas de las rías gallegas, siempre es como un renacer a la vida. Todo lo que parece imposible antes de introducir tu cuerpo en el agua, al salir del mar es posible.

Volverás a sentir tu piel quemada bajo el sol y la sal pegada a tu cuerpo. Buscarás moluscos por las rocas y conchas de colores por la arena blanca de la playa.

También los olores del campo gallego regresarán a tu memoria y la madera de sus bosques, o la leña de sus árboles quemada en días como hoy 24 de junio para celebrar el comienzo del verano. Los recuerdos enterrados en lo más profundo, aflorarán de nuevo para no dejar que me olvide de mis raíces.

Durante todas mis ausencias he llevado conmigo a tierras extranjeras capítulos e historias de mi tierra. Pero las explicaciones sólo dieron su fruto real cuando todas las personas que las habían escuchado, las vivieron. En esos días de verano en que eres tan feliz que sobran las palabras y todo se vuelve real.

En los veranos de este rincón de la tierra, en los que el sol rojizo puede quemarte a las ocho de la tarde, o bien puedes amanecer rodeado de una niebla baja que viene del mar y trae el silencio de la mañana consigo. Ese misterioso silencio que viene del mar y en el que oyes tu respiración y las sirenas de los barcos a lo lejos. Y es cuando tienes la certeza de estar rodeada por las almas de todos esos marineros a los que el mar, mientras trabajaban, les arrancó la vida.

La niebla matutina viene cargada de misterio y sólo te atreves a hablar en voz muy baja, como si estuvieses contando un secreto del que todo el mundo es partícipe, o como si hubiese alguna norma jamás escrita, que dijese que, por respeto, no se puede hablar más alto. Todos los paisanos que se cruzan contigo la conocen y te dan los buenos días en el mismo tono, clavando en ti esos ojos, que se han vuelto del color del mar de tanto mirarlo.

El café de la mañana, lo servirá probablemente la viuda, la madre, la hija o la nieta de algún marinero que duerme en las profundidades del océano, pero el tema no sale a la luz mientras dura el silencio y no se diluya la niebla. Hablaréis del tiempo.

El sol, que parecía ya perdido, aparecerá a mediodía, y con él, la señal de que la vida se reanuda. La playa espera tranquila y limpia, el mar renovará tu cuerpo y tu mente otro día más.

Y después llegará la noche, un techo de enormes estrellas que iluminarán todo como farolas gigantes, el olor a mar, a tierra y el fuego de La Noche de las Meigas.

El vino se mezclará con la charla y los marineros desaparecidos en la tormenta de aquel invierno gris y oscuro, volverán para compartir esa noche con sus paisanos, celebrando, como hacían antaño en su pueblo, la llegada del verano.

Las charlas interminables, las risas y las historias plagadas de recuerdos llenarán el aire. Esa noche todos, vivos y muertos, compartirán vino, comida e historias. Y todos volveremos a estar juntos, gracias a las meigas. 

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