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Livia de Andrés

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Sobre prácticas antiestrés

12 domingo Mar 2023

Posted by Livia de Andrés in crítica, Ensayos, Humor, Reflexiones, Uncategorized, Vida

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crítica, humor, pensamientos, Reflexiones, vida

Esta tarde ojeado libros antiguos me he encontrado con uno que perteneció a mi abuelo Julio, editado en 1935, cuyo título rezaba de la siguiente manera: «Método Práctico para vencer el Agotamiento, Nerviosismo, Abatimiento y la Depresión de Ánimo».

En él se habla de todo lo que se escribe hoy en día sobre técnicas contra la ansiedad y el estrés. Esto hace que me ratifique en que no hay nada nuevo. Es decir, o te calmas tú sola o pagas para que te calmen o no te calmas ni tu sola, ni tampoco a los que les pagas.

He leído todo tipo de textos y libros sobre terapias antiestrés o contra la ansiedad, y no he podido evitar pensar si realmente funcionan o son una forma barata de ahorrase un psicólogo.

Todo el mundo sufre de estrés en mayor o menor grado. A lo largo de los años he aprendido a lidiar con situaciones que habitualmente provocan ansiedad y he desarrollado algunas técnicas que me funcionan. Sin embargo, hay otras, muy extendidas hoy en día, que no acabo de dominar. Confieso que lo he intentado, aunque sin mucho éxito hasta el momento.

Una de ellas es el famoso Arte de la Meditación y actuar de forma consciente. Y es que a mí, lo de conectar con la paz del cosmos, con los ojos cerrados me parece que es el campo de cultivo perfecto para hundirme en la miseria más absoluta. En cuanto mis párpados se cierran, me asaltan todos esos pensamientos que no debo tener, si lo que pretendo es encontrar mi paz interior.

Esta técnica de dejar pasar los pensamientos ante ti visualizando imágenes o rememorando sensaciones positivas que provoquen reacciones agradables, me conduce, casi siempre, al despertar de mis instintos asesinos y pienso en todo lo que no debería pensar. Si además, debo dejar pasar los pensamientos sin juzgar, el asunto ya se convierte en una tortura. 

Existen las conocidas técnicas sobre cómo actuar de forma consciente, ejemplo, «lávate los dientes con consciencia, respira, siente el cepillo en tu mano».

Lavarse los dientes es un gesto automático pues se realiza todos los días y varias veces, pero tampoco voy a prestar mucha atención a cómo resbala la pasta dentífrica sobre un molar o un colmillo. No creo que eso me desestrese. Algo muy distinto es que hay personas que se lavan los dientes con inquina, como si los dientes les hubiesen hecho algo malo e intentasen arrancárselos a base de frotar. Entiendo que hay gente que ha cometido errores de los que se arrepiente y algo de frustración tienen que sentir, pero no creo que con dejar las cerdas del cepillo pegadas a los incisivos lo arreglen.

O la tan extendida práctica de «caminar despacio», la vida slow para ser más feliz.

Depende. Esto a mí me puede poner muy nerviosa. No puedo desplazarme hacia la nevera a coger un poco de leche caminando despacio porque no me centro en cómo mis pies tocan el suelo, sino en la puerta de la nevera esperándome para ser abierta y de regreso a la mesa, otro tanto de lo mismo. Descartado. Acabaría con una taquicardia espantosa, tirada encima de la mesa y haciendo respiración diafragmática para bajar las pulsaciones. Demasiado trabajo. 

Esta desestresante técnica de realizar las cosas lentamente se extiendo a aquello de «comer con atención».

Reconozco que esto se me da bien. Primero, porque suelo comer despacio y segundo, porque siempre me fijo bastante por si me llevo una espina a la boca o por si algún mejillón intenta colármela escondiendo alguna barba. Aquí atiendo.

En cambio, hay otros que sí deberían practicarlo. Me refiero a esa gente que engulle, que no mastica, ni habla mientras come y que no te mira a la cara hasta que no ha terminado, que es cuando empiezan a mirar hacia tu plato, generalmente por dos razones: Una, que quieren comerse lo que tú tienes; Dos, que no pueden esperar a que termines para que paséis al postre. 

Y aquí me remito al punto anteriormente citado: «La técnica de visualización de imágenes sin juzgar» Si me asalta una imagen como ésta ¿Cómo voy a dejar de juzgar y encontrar mi paz interior cuando lo que quiero es fulminar al sujeto en cuestión?

Existen otros consejos en la misma línea tales como, «quitarse los zapatos sintiendo la liberación y guardarlos con respeto.».

Qué gran descubrimiento ¿Quién no ha sentido ese placer liberador de descalzarse después de un largo día fuera de casa? Ahora, lo del respecto a un zapato, es lo mismo que decía mi abuela: «No tires los zapatos de cualquier manera en el armario que después hay que colocarlos». Yo creo que en este punto el que quiere que le tenga respeto al zapato es la persona que lo guarda. En mi caso, que practique esta técnica o no, depende ya de la etapa de la vida en la que me encuentre, si hablamos de un piso de estudiantes, no había ningún respeto por el zapato porque lo tiraba por el aire y lo dejaba donde hubiese caído, ahora que los tengo que colocar, los respeto muchísimo.

Podría seguir hasta el infinito con todo tipo de consejos prácticos para disminuir nuestros niveles de ansiedad, sin embargo, una de las técnicas más efectivas, al menos en mi caso, es sumergirme en agua fría, que activa la rama parasimpática de mi sistema nervioso y hace que salga en un estado de relajación incomparable. En general, para esta práctica suelo utilizar las Rías Gallegas, más que nada por cercanía. 

Este contraste entre el agua del mar y calor del sol, apacigua cuerpo y espíritu, además de despertar mi apetito, para lo cual, propongo terminar el día tomando unos mejillones al vapor, un plato de pulpo o unos trozos de empanada, regados con algún Albariño.

Eso sí, para que funcione esto del mar y las tapas hay que practicarlo con frecuencia, además puede hacerse de forma consciente o totalmente irreflexiva y una vez que empiezas, es difícil dejarlo, sobre todo lo de las tapas.

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Olor a nieve

27 martes Dic 2022

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones, relatos, Uncategorized, Vida

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pensamientos, recuerdos, Reflexiones, relatos, vida

Aún con el pelo mojado de la ducha me acerco a la ventana. Empieza a nevar.


Mientras todos duermen yo disfruto del silencio y la cálida estancia que me ofrece un espectáculo que echaba de menos, mientras pienso en el desayuno que nos espera abajo.


El café recién hecho, el pan, la mantequilla, mermeladas, fruta, huevos y otras cosas que sólo me permito comer en ocasiones especiales como estas o algún domingo, me esperan.


La noche después del viaje ha sido plácida, me siento descansada y lejos de ese bullicio de la cuidad, que aún no echo de menos.


Ayer al bajar la ventanilla del coche ya predije que iba a nevar durante la noche, aprendí a oler la nieve cuando vivía en Zúrich, la nieve me entusiasma.


Siempre he sentido este tipo de exaltación por los fenómenos atmosféricos. Recuerdo que, cuando era pequeña e iba en coche con mis padres, si se desataba una ventisca de nieve en la que se perdía toda visibilidad, yo estallaba en gritos de alegría.


Hoy en día, comprendo sus caras de preocupación pero mi recuerdo sigue presente aún hoy: la parada obligada, tomar algo caliente con unas castañas asadas, la generosidad del dueño de bar que nos acogía hasta la hora en que pudiésemos reanudar la marcha.Aquellas charlas cerca de una chimenea, el olor a castañas, la bondad de la gente, son mis recuerdos de las ventiscas.

En Zúrich que está hecha de nieve, de lagos y de picos cubiertos de un permanente manto blanco, en cuanto caían los primeros copos por la mañana, cogíamos la cámara, el coche y nos lanzábamos a hacer fotos durante largas horas. Todo solía terminar delante de una fondue de queso, que acompañábamos con copas de vino blanco. 


También recuerdo esos copos a las siete de la mañana mientras me dirigía a la universidad atravesando la Plaza Mayor de Salamanca. Solía ir temprano por tres razones: una, que me gustaba desayunar en uno de esos antiguos cafés cerca de la facultad en los que la calefacción te permitía librarte de la ropa de abrigo nada más entrar; Dos, una beca que debía que mantener estudiando mucho, además de que, tres de mis profesores ya me habían ofrecido llevarme el doctorado, incluido el primer año pagado en Estados Unidos; Y la tercera razón, que era la persona más feliz del mundo en aquella pequeña cuidad peatonal llena de piedras y costumbres milenarias que no podía dejar de recorrer y descubrir, consciente de haber dejado atrás ese odio sin razón, ese silencio injusto que en mi último día de clase en mi cuidad natal, se tornó en un bombardeo de preguntas, incomprensibles para mí, sobre la razón de mi marcha. Un silencio sólo roto con el anuncio de mi inminente traslado.

En Salamanca también nevaba, hacía frío, una frío seco que no me molestaba, no como la humedad gallega, muchas veces estábamos a temperaturas bajo cero, pero en la Universidad jamás se pasaba frío, en ningún sitio en realidad. La luz brillante del sol y las enormes estrellas del cielo de Castilla de noche o los acordes de «Losing my Religion» de algún músico en los arcos de la Plaza siempre estaban presentes para acompañarme.


Nunca he sentido frío con la nieve, de hecho cuando nieva no hace frío. Sí, recuerdo un día horrible, como horrible era la compañía, en Berlín en el que pasé mucho frío, tanto en el cuerpo como en el alma. Ese tipo de frío no se olvida y sólo se puede intentar tapar con la calidez de otros recuerdos. 
Fue en un viaje corto que yo me empeñé en hacer para conocer la cuidad. Era de día, aún no nevaba, esa es la peor parte. El cielo se teñía de unos colores muy extraños, gris oscuro, rosa, gris claro, negro, parecía que iba a caer la bomba atómica. 


No había nadie por las calles, por las calles donde yo estaba, por los menos. Claro que me había metido en un Berlín Este aún no reconstruido. El paisaje, que aún no había dado tiempo a reedificar, era de la post guerra. Tanto es así que en muchos de los muros de los edificios que nos rodeaban, aún se podían observar los agujeros de las balas.


Todo era gris y había un silencio tan ruidoso que me hacía temblar y no de frío. Como sin darme cuenta se hizo de noche, una noche profunda que parecía que nos iba a tragar, caminábamos por calles desangeladas, vacías, sin gente, no había nadie, ni nada. 


Eran tan sólo las dos de la tarde, cuando sentí que algo liberaba un poco aquella tensión pre apocalíptica y miré hacia el cielo, entonces pude sentir los primeros copos deslizándose por mis mejillas, aquello me hizo sonreír. 


Lo último que recuerdo es mirar hacia un lado, ver unas velas doradas en la ventana de una café, entrar y pedir un brunch entre enormes pandillas de alemanes ruidosos y es que, si otra cosa trae siempre la nieve consigo es hambre, mucha hambre.


Y aunque aquí la nieve cae fuera de la casa y la sensación de apetito no es la misma que si has estado en medio de la nieve, debo confesaros que mientras escribo sólo puedo pensar en ese café que me espera abajo, por tanto, si me disculpáis…

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El tamaño importa

22 lunes Ago 2022

Posted by Livia de Andrés in crítica, Humor, Política, Reflexiones, Uncategorized

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crítica, humor, pensamientos, Reflexiones

El arte del camuflaje ha llegado a los productos que nos venden. Todo está encogiendo.

No hace mucho tiempo tardaba meses en terminar mi dentífrico y aunque no suelo fijarme en este tipo de cuestiones, esta mañana he estado investigando concienzudamente el tubo y he podido observar que estaba lleno de aire pero que la pasta era harto escasa.

En la calle ocurre otro tanto, todo es más pequeño. Las enormes tapas que antes substituían con facilidad a una comida, también han visto reducido su tamaño.  

Si antes te presentaban unos albondigones del tamaño de una pelota de tenis, ahora te sirven unas miserables pelotillas, o lo que antes era un cuarto de tortilla, ha pasado a ser un tercio. Sin embargo, los precios no se reducen, más bien al contrario.

Hasta los gramos de los productos que vienen en los envases o envoltorios son menores, aunque resulta algo más complicado enterarse, ya que suelen centrifugar las letras hasta que hacerlas totalmente ilegibles.

Somos más pobres y menos libres. Vivimos bajo el mandato del decreto, de la restricción, casi todo está prohibido y casi todo, lo está, fuera de la ley.

Nos dictan cuando debemos hacer las cosas, cómo debemos hacerlas, nos sugieren mil formas de ahorrar y permanecemos sentados, quietos callados y acatando. Por eso estoy tan ocupada, hay tanto a lo que desobedecer.

Vivimos encogidos y encogiendo, nos encogen la cartera y nos encogen la mente, cautivos entre el mandato del miedo y el insultante decreto.

Estamos más enfadados, no más fuertes, pero sí más cansados.

Todo se hace más pequeño, menos nuestro cabreo, que es el único que no encoge.

Las dimensiones de los abusos a los que nos han sometido y siguen sometiendo es considerablemente grande, de un tamaño que, desde luego, importa.

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Mis queridos anónimos

10 domingo Oct 2021

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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pensamientos, Reflexiones

En muchas ocasiones he sentido la tentación de escribir bajo pseudónimo o utilizar un avatar, como el Youtuber UTBH, no con intención de esconderme, sino para que la gente deje de preguntarme si soy la protagonista de mis entradas. 
Sin embargo, considero que esconderse es de cobardes, prefiero utilizar mi nombre. Me niego a formar parte de esa categoría aborregada, predominante en nuestra sociedad.

Y es que, esconderse es inútil, es como mentir, al final se sabe. No deja de asombrarme observar cómo en diversas redes sociales o en mi mismo blog, la gente cree que actúa en la sombra. Todos sabemos que no es muy difícil saber de dónde provienen las visitas que reciben los blogs, son fácilmente rastreables. Mi blog me proporciona toda clase de información aunque yo no quiera. 
Por tanto, sé quien se encuentra agazapado en las sombras, esas cómodas sombras que, al final, acaban oscureciendo hasta la propia vida fuera de la red, los que la tengan.

Atreverse a hablar es exponerse, en muchas ocasiones decir lo que piensas, en un mundo en el que cada vez más individuos optan por permanecer bajo la tabla rasa del adoctrinamiento colectivo, no es fácil. 
Sin embargo, creo que opinar con argumentos es fundamental, para la contribución al desarrollo de la especie humana, un deber para el avance de la humanidad. 
El individuo se pierde en la colectividad, lo cual es peligroso, pues elimina su libertad, suprimiendo así, su libre opinión. Las opiniones en masa, sepultan al individuo haciéndolo víctima de sí mismo mediante su propio silencio.
Reconozco que es difícil ser valiente, pero alguno ha habido, personas como el mejor filósofo de nuestro tiempo, nuestro querido Gustavo Bueno, que continuó ejerciendo su carrera, defendiendo sus pensamientos con vehemencia y expresándose de forma clarividente hasta que decidió dejarnos en tierra baldía, eso sí, con la certeza de haber llevado a cabo su labor hasta el final y de haber vivido según su criterio. 

O como el psicólogo canadiense Jordan Peterson, que sabe escuchar, debatir, al que muchos odian y al que otros muchos escuchan y lo escuchan, porque les ha devuelto la esperanza perdida de vagar por la vida sin objetivo, simplemente poniendo delante de sus narices nociones tan básicas como el esfuerzo, el estudio, la lectura y la defensa de sus convicciones o ideas, les permitirá salir del yugo atronador del silencio al que se ven sometidos desde hace décadas los estudiantes y profesores en las universidades a lo largo y ancho de todo el planeta, que de tanto callar han dejado de hacer honor a ambos nombres.
La gente no se atreve a opinar, ni a plantar cara, se aborrega, baja la cabeza, hace que no escucha, porque cree que así les irá bien, pero no es así, ya que todos aquellos que están callando, otorgando, son como la mujer maltratada que no se rebela porque piensa que la situación se sostendrá, aunque todos sabemos como termina siempre: A golpes primero y finalmente con la muerte.
Una gran masa se esconde bajo pseudónimos en la red, tras un móvil, hablándole a su perro o con auriculares en las orejas por la calle, sustituyendo así la comunicación personal.
Hay personas que, sin percatarse siquiera, han dejado de vivir por vivir entre sombras, con mails o perfiles falsos, con comentarios firmados bajo un nombre falso. Recuerdan a los criminales que cambian de nombre varias veces durante su vida para dificultar ser rastreados.
Gente que, por cobarde, no se atreve ni a levantar el teléfono para que su pequeña y cada vez más diminuta burbuja de lo que ellos creen confort y que, en realidad, sólo es soledad, no sea perturbada. En el fondo tanto ellos, como nosotros, sabemos quienes son.

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Mi vecina y su estado de alarma

01 viernes May 2020

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones, Vida

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historias, pensamientos, Reflexiones, vida

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Hoy me ha despertado la vecina del cuarto que le ha dado por poner la música a tope y empezar a dar gritos, imaginando que su voz cuadraba con alguno de los acordes que sonaban en su piso.

Ayer, también me tropecé con ella cuando yo bajaba la basura y, al abrir el ascensor, salía con su perro, un antes cachorrillo en perfecto estado, que pasadas dos semanas de vivir con ella y su pareja, se ha quedado con las dos patas delanteras rotas y se ha pasado un año en el apartamento, gimiendo de dolor, con las patas metidas en no sé qué aparato. Por lo menos, desde que ha empezado el confinamiento no está solo y sale a la calle, ya que antes no lo hacía.

Mi vecina está ofendida porque un día, después de haberle prestado mi secador y varios utensilios de cocina cuando se trasladó con su novio a vivir abajo, se me ocurrió preguntarle por qué motivo su perro lloraba tanto. Eso bastó para que dejara de saludarme. Ahora cuando se cruza conmigo sonríe mucho, como los que defienden causas de las que saben que son culpables y le habla sólo al perro. Quizá piense que le va a contestar.

Que no me salude, sólo demuestra su falta total de educación, aunque, a estas alturas, esto ya no es ninguna sorpresa. No se da cuenta de que si vas a la casa de una desconocida cada cinco minutos y le pides lo que te place, tienes que saludarla cuando te cruces con ella. Además, no alcanzo a comprender por qué las personas que tienen mascotas, a las que generalmente sólo utilizan para entablar conversación con otro ser humano, suelen estar siempre ofendidas por algo.

Me molesta su hipocresía. En primer lugar, sus palabras, nada más adoptar al pobre perro fueron: “Si te molesta, por favor, dímelo”. Uno de mis problemas es que yo me creo lo que dice la gente, en un primer momento.

Sé, además, que maltrata a su perro, porque lo he visto. Sin embargo, cuando se cruza conmigo u otro vecino, en otras palabras, cuando hay testigos, su tono cambia considerablemente y pasa a tal fase de amor infinito a su mascota, que la mira entre desconcertado e histérico.

Cuando mi vecina se trasladó aquí, me pareció una chica maja y normal, pero ahora hasta el acento le ha cambiado. Intenta emitir sonidos estilo Tamará Falcó, lo intenta. La mezcla entre maltratadora y el acentillo nos tiene al perro y a mí desconcertados. Él le tiene pánico, salta, grita y se tira encima de cualquier persona que crea que lo puede ayudar. Yo a ella le tengo manía.

Por otra parte, ella y su pareja, se pasean sin guantes, sin mascarillas, como si el estado de atrincheramiento, no fuera con ellos. Toman vermuts con la ventana abierta, ponen música y salen unas diez veces al día con el pretexto de pasear al perro. Están satisfechos y contentos. Es como para estarlo, cuando la gente se muere, porque siguen muriéndose y mañana, cuando los suelten a las calles a jugar a la ruleta rusa, van a morir más.

Sin embargo, mis vecinos están felices porque creen que con ellos no va el asunto, ni la pandemia, ni la economía, ni nada. Ellos bailan, comen y pasean al perro “sin bolsita”. Ya se sabe que, para algunas personas la falta de gente en la calle significa que las normas habituales de limpieza desaparecen también.

Y hoy a las ocho mis vecinos saldrán a aplaudir, pero no porque sientan ningún tipo de empatía por los sanitarios, no la sienten ni por su perro. Es para que los vean. Mi única esperanza es que a ella no se le ocurra soltar un: “¡Jo, qué fuerte!”.

Mientras, seguiré aguantando su música, sus berridos, oiré llorar al perro para, después, verla a ella con esa sonrisa que se le ha quedado clavada en la cara desde que está de «vacaciones».

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Premonición

28 martes Abr 2020

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Reflexiones, Vida

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pensamientos, Reflexiones, vida

Cuando te pasa una ola por encima poco puedes hacer más que esperar a que pase. Si tienes suerte sólo te quedan unos arañazos en la piel por haberte arrastrado y restregado por la arena del fondo. Después, te escupe hacia la superficie, como digo, si tienes suerte. La ola nos está pasando por encima y no es que vaya a tardar en pasar, sino que unas veces golpeará con más fuerza y otras con menos, se hará más grande o más pequeña, pero no volveremos a pisar tierra.

La gente espera impaciente al pistoletazo de salida para “recuperar su rutina” pero, el que sostiene la pistola dispara sin sentido y sin apuntar. Por eso no acierta.

Hoy he estado reflexionando sobre la estulticia del ser humano, incluida la mía. Es como el que no echa de menos jugar al tenis hasta que se lo prohíbe el médico, aunque no haya tocado una raqueta en su vida. Yo no echo de menos el tenis, pero hoy sí me he acordado del verano pasado, cuando me quejaba, antes de ir a la playa porque, a la vuelta, tenía que lavar la toalla y el bikini en la lavadora, me parecía muy molesto llegar llena de arena y sal. Lo mismo me ocurre cuando pienso en la pereza que me daba ir a hacer ejercicio al paseo marítimo que tengo frente a mi casa. Recuerdo que cuando cedía y me dejaba llevar por un libro o una serie, mientras disfrutaba de la comodidad de mi sofá, sufría unos remordimientos terribles. Sin embargo, también recuerdo que, a la vez, experimentaba una especie de premonición. Una vocecilla en mi mente que me susurraba: “Llegarán tiempos en los que te arrepentirás de no salir hoy a la calle”. Confieso que, a veces, hasta sentía miedo de pensarlo, por si alguien me oía. Pues me han oído.

Y ahora miro anhelante el mar desde mi ventana. Mi vida se ha convertido en una rutina mezcla de desinfección y desconfianza interminable.

Cierto es que, antes de que todo esto del virus se instalara entre nosotros, ya era consciente de que había idiotas. A ver, idiotas siempre los ha habido, pero nunca como los de ahora. No, esos son especiales porque llevan años entrenándose y han llegado a un grado muy alto, qué digo grado, a un doctorado en estupidez. Antes de que el bicho se nos echara encima, terrazas, bares y paseos estaban desbordados por gente gritona, maleducada y, según ellos, con derecho a todo. Gente que sólo iba a su casa a dormir, pero que casi no reconocía el color de su propio sofá y ahora, están desesperados porque el sofá se está vengando.

Solía ver parejas con sus bebés dormidos a su lado mientras ellos bebían hasta altas horas. Es humano errar, pero las hordas que no abandonaban las calles con el menor pretexto, las fiestas día sí, día no, los aviones como latas de sardinas, eso no era humano. Y yo presentía que iba a ocurrir algo y así ha sido.

Lo que siento es que, además de las muchas vidas de gente que aún tenía mucho por vivir, más que nada porque sabían vivir, se nos han echado encima otros virus paralelos de difícil solución.

Ahora ya no tengo premoniciones, más bien certezas: “1984 Orwell”.

Pues eso.

 

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Aún no

12 martes Jun 2018

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historias, pensamientos, Reflexiones

En esos momentos en los que esa amalgama gris lo cubre todo, no escribe, ni atiende, ni piensa. Entonces escucha música.

Busca canciones que la conduzcan allí donde antes estaba. Sólo algunas veces encuentra lo que está buscando. Entonces lo escucha una y otra vez. Sube el volumen para que todo se inunde con aquellas notas que comienzan a producir su efecto hasta que no sólo vibran en sus oídos, sino allí dentro, muy dentro, en el lugar olvidado.

Se deja llevar. Baila. Cierra los ojos y ese resquicio sellado se resquebraja y comienza a sentir la cálida luz del sol en su cara, en entonces cuando el estado gris parece desvanecerse. Duda sobre si alguna vez ha existido. Y sonríe levemente. Un momento de felicidad. “Retenlo”, piensa.

Entonces es cuando ocurre, aquella cálida luz que invadía sus entrañas ha reabierto aquello. Duele. Debe apresurarse a detener la música. Y se precipita a hacerlo con el cuchillo hundiéndose cada vez más en su alma y lágrimas en los ojos. Aún no, no puede, no es el momento.

Cuando las notas cesan, paulatinamente todos los tonos del gris regresan.

Se queda allí en mitad del salón. La calma reaparece y apacigua el dolor. Prefiere el gris.

Allí permanece, con el corazón palpitando, el sudor secándose en su frente, en medio de un silencioso vacío, por fin vuelve a no sentir nada.

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Publicado por Livia de Andrés | Filed under Ensayos

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¿Lo dudas?

06 martes Jun 2017

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Humor, Vida

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humor, pensamientos, Reflexiones, vida

Whatsapp

Al otro lado del móvil, me dicen:

-Ya está ¡Los tengo!

En ese momento me viene a la cabeza las palabras que me dijiste en nuestra última conversación.

-No seas fría. Pareces nórdica.

Comienza a hablar y tras unas cuantas frases, me repite lo mismo.

Le respondo que los “whatsapps” carecen de tono y que no me parece serio poner emoticonos a este tipo de mensajes.

-¿Seguro que eres gallega? ¿No se te habrá pegado algo de vivir en el extranjero?

Le gusta picarme. Una reacción muy gallega para un gallego medio suizo.

Empiezo a caer en sus redes y a decirle que la lluvia no me amilana, que sé perfectamente que en junio a las once es aún de día, que sé cómo se hace una ajada, que estoy acostumbrada a beber vino en cunca, que conozco los misterios de los pimientos de Padrón, que soy fan de Estrella Galicia, que de Lugo a Vigo no se debe ir en tren a no ser que lo único que busques sea fotografiar el paisaje, que no me fío de los veranos de 30 grados y siempre llevo una chaqueta, que sé lo que son esas cosas de madera cuadradas en medio de las rías, que el agua del mar no está fría…

Oigo cómo se ríe de mis esfuerzos al otro lado del teléfono.

Reflexiono un momento. Creo que es más gallego que yo. Vale. No pienso entrar más en su juego. Yo también soy de la tierra. En un arranque de orgullo, me río a carcajadas de sus críticas.

Èl insiste en tono burlón. No me contesta y sigue con la pregunta.

-Son buenas noticias, ¿no? ¡Por fin!

Y yo, abandono la lista de tópicos para, también por fin, hablar sin mensajes, con entonación, poniendo todo mi acento y mis risas.

Quizá mañana, empiece a convecerse de que ambos hemos nacido en la misma tierra.

Aunque no puedo evitar tener mis dudas. Al fin y al cabo, soy gallega.

Un saludo R. 🙂

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La conversación

04 domingo Jun 2017

Posted by Livia de Andrés in Ensayos

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pensamientos, Reflexiones

Silencio

Se sintió algo asfixiada después de la conversación. Nunca hasta el momento se había tocado el tema pero ya no se podía obviar por más tiempo. Sentía latir su corazón en las sienes, se sentía inquieta, sudaba y su cabeza retorcía una y otra vez las mismas frases sin que lograra que cobrasen sentido.

Era una de esas conversaciones que existen desde hace años pero que no se recuerdan a propósito. Eso sí, había que pasar por ello, ya no había más plazo. Era necesario.

Al salir de la sala aún recordaba que el tono de la misma había escalado sin cesar, que los argumentos se sucedían ágiles y escurridizos, como fuera de control, pero ya no recordaba sobre lo que se había hablado.

En algún momento sintió la angustia en algún sitio ya dolorido, al que había decidido no volver.

Cuando se quedó sola respiró aliviada, mientras sentía como el peso iba desapareciendo. Después de un rato lo había olvidado todo, incluso los sentimientos que la conversación habían provocado en su cuerpo.

Sabía con certeza que se calmaría y hablaría de otros temas caminado en silencio o con una cerveza entre las manos. Ocurriría igual que con las noticias del periódico, al principio la obsesionaban, para caer en el olvido transcurridas unas horas, solapadas por los acontecimientos del día.

Simplemente, su mente decidió no amenazar más su futuro recordando frases que era mejor olvidar. Por eso, apagó el zumbido de sus pensamientos, para no envenenar sus venideros días de luz.

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