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Livia de Andrés

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Mis queridos anónimos

10 domingo Oct 2021

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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pensamientos, Reflexiones

En muchas ocasiones he sentido la tentación de escribir bajo pseudónimo o utilizar un avatar, como el Youtuber UTBH, no con intención de esconderme, sino para que la gente deje de preguntarme si soy la protagonista de mis entradas. 
Sin embargo, considero que esconderse es de cobardes, prefiero utilizar mi nombre. Me niego a formar parte de esa categoría aborregada, predominante en nuestra sociedad.

Y es que, esconderse es inútil, es como mentir, al final se sabe. No deja de asombrarme observar cómo en diversas redes sociales o en mi mismo blog, la gente cree que actúa en la sombra. Todos sabemos que no es muy difícil saber de dónde provienen las visitas que reciben los blogs, son fácilmente rastreables. Mi blog me proporciona toda clase de información aunque yo no quiera. 
Por tanto, sé quien se encuentra agazapado en las sombras, esas cómodas sombras que, al final, acaban oscureciendo hasta la propia vida fuera de la red, los que la tengan.

Atreverse a hablar es exponerse, en muchas ocasiones decir lo que piensas, en un mundo en el que cada vez más individuos optan por permanecer bajo la tabla rasa del adoctrinamiento colectivo, no es fácil. 
Sin embargo, creo que opinar con argumentos es fundamental, para la contribución al desarrollo de la especie humana, un deber para el avance de la humanidad. 
El individuo se pierde en la colectividad, lo cual es peligroso, pues elimina su libertad, suprimiendo así, su libre opinión. Las opiniones en masa, sepultan al individuo haciéndolo víctima de sí mismo mediante su propio silencio.
Reconozco que es difícil ser valiente, pero alguno ha habido, personas como el mejor filósofo de nuestro tiempo, nuestro querido Gustavo Bueno, que continuó ejerciendo su carrera, defendiendo sus pensamientos con vehemencia y expresándose de forma clarividente hasta que decidió dejarnos en tierra baldía, eso sí, con la certeza de haber llevado a cabo su labor hasta el final y de haber vivido según su criterio. 

O como el psicólogo canadiense Jordan Peterson, que sabe escuchar, debatir, al que muchos odian y al que otros muchos escuchan y lo escuchan, porque les ha devuelto la esperanza perdida de vagar por la vida sin objetivo, simplemente poniendo delante de sus narices nociones tan básicas como el esfuerzo, el estudio, la lectura y la defensa de sus convicciones o ideas, les permitirá salir del yugo atronador del silencio al que se ven sometidos desde hace décadas los estudiantes y profesores en las universidades a lo largo y ancho de todo el planeta, que de tanto callar han dejado de hacer honor a ambos nombres.
La gente no se atreve a opinar, ni a plantar cara, se aborrega, baja la cabeza, hace que no escucha, porque cree que así les irá bien, pero no es así, ya que todos aquellos que están callando, otorgando, son como la mujer maltratada que no se rebela porque piensa que la situación se sostendrá, aunque todos sabemos como termina siempre: A golpes primero y finalmente con la muerte.
Una gran masa se esconde bajo pseudónimos en la red, tras un móvil, hablándole a su perro o con auriculares en las orejas por la calle, sustituyendo así la comunicación personal.
Hay personas que, sin percatarse siquiera, han dejado de vivir por vivir entre sombras, con mails o perfiles falsos, con comentarios firmados bajo un nombre falso. Recuerdan a los criminales que cambian de nombre varias veces durante su vida para dificultar ser rastreados.
Gente que, por cobarde, no se atreve ni a levantar el teléfono para que su pequeña y cada vez más diminuta burbuja de lo que ellos creen confort y que, en realidad, sólo es soledad, no sea perturbada. En el fondo tanto ellos, como nosotros, sabemos quienes son.

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Mi vecina y su estado de alarma

01 viernes May 2020

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones, Vida

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historias, pensamientos, Reflexiones, vida

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Hoy me ha despertado la vecina del primero que le ha dado por poner la música a tope y empezar a dar gritos, imaginando que su voz cuadraba con alguno de los acordes que sonaban en su piso.

Ayer, también me tropecé con ella cuando yo bajaba la basura y, al abrir el ascensor, salía con su perro, un antes cachorrillo en perfecto estado, que pasadas dos semanas de vivir con ella y su pareja, se ha quedado con las dos patas delanteras rotas y se ha pasado un año en el apartamento, gimiendo de dolor, con las patas metidas en no sé qué aparato. Por lo menos, desde que ha empezado el confinamiento no está solo y sale a la calle, ya que antes no lo hacía.

Mi vecina está ofendida porque un día, después de haberle prestado mi secador y varios utensilios de cocina cuando se trasladó con su novio a vivir abajo, se me ocurrió preguntarle por qué motivo su perro lloraba tanto. Eso bastó para que dejara de saludarme. Ahora cuando se cruza conmigo sonríe mucho, como los que defienden causas de las que saben que son culpables y le habla sólo al perro. Quizá piense que le va a contestar.

Que no me salude, sólo demuestra su falta total de educación, aunque, a estas alturas, esto ya no es ninguna sorpresa. No se da cuenta de que si vas a la casa de una desconocida cada cinco minutos y le pides lo que te place, tienes que saludarla cuando te cruces con ella. Además, no alcanzo a comprender por qué las personas que tienen mascotas, a las que generalmente sólo utilizan para entablar conversación con otro ser humano, suelen estar siempre ofendidas por algo.

Me molesta su hipocresía. En primer lugar, sus palabras, nada más adoptar al pobre perro fueron: “Si te molesta, por favor, dímelo”. Uno de mis problemas es que yo me creo lo que dice la gente, en un primer momento.

Sé, además, que maltrata a su perro, porque lo he visto. Sin embargo, cuando se cruza conmigo u otro vecino, en otras palabras, cuando hay testigos, su tono cambia considerablemente y pasa a tal fase de amor infinito a su mascota, que la mira entre desconcertado e histérico.

Cuando mi vecina se trasladó aquí, me pareció una chica maja y normal, pero ahora hasta el acento le ha cambiado. Intenta emitir sonidos estilo Tamará Falcó, lo intenta. La mezcla entre maltratadora y el acentillo nos tiene al perro y a mí desconcertados. Él le tiene pánico, salta, grita y se tira encima de cualquier persona que crea que lo puede ayudar. Yo a ella le tengo manía.

Por otra parte, ella y su pareja, se pasean sin guantes, sin mascarillas, como si el estado de atrincheramiento, no fuera con ellos. Toman vermuts con la ventana abierta, ponen música y salen unas diez veces al día con el pretexto de pasear al perro. Están satisfechos y contentos. Es como para estarlo, cuando la gente se muere, porque siguen muriéndose y mañana, cuando los suelten a las calles a jugar a la ruleta rusa, van a morir más.

Sin embargo, mis vecinos están felices porque creen que con ellos no va el asunto, ni la pandemia, ni la economía, ni nada. Ellos bailan, comen y pasean al perro “sin bolsita”. Ya se sabe que, para algunas personas la falta de gente en la calle significa que las normas habituales de limpieza desaparecen también.

Y hoy a las ocho mis vecinos saldrán a aplaudir, pero no porque sientan ningún tipo de empatía por los sanitarios, no la sienten ni por su perro. Es para que los vean. Mi única esperanza es que a ella no se le ocurra soltar un: “¡Jo, qué fuerte!”.

Mientras, seguiré aguantando su música, sus berridos, oiré llorar al perro para, después, verla a ella con esa sonrisa que se le ha quedado clavada en la cara desde que está de «vacaciones».

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Premonición

28 martes Abr 2020

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Reflexiones, Vida

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pensamientos, Reflexiones, vida

Cuando te pasa una ola por encima poco puedes hacer más que esperar a que pase. Si tienes suerte sólo te quedan unos arañazos en la piel por haberte arrastrado y restregado por la arena del fondo. Después, te escupe hacia la superficie, como digo, si tienes suerte. La ola nos está pasando por encima y no es que vaya a tardar en pasar, sino que unas veces golpeará con más fuerza y otras con menos, se hará más grande o más pequeña, pero no volveremos a pisar tierra.

La gente espera impaciente al pistoletazo de salida para “recuperar su rutina” pero, el que sostiene la pistola dispara sin sentido y sin apuntar. Por eso no acierta.

Hoy he estado reflexionando sobre la estulticia del ser humano, incluida la mía. Es como el que no echa de menos jugar al tenis hasta que se lo prohíbe el médico, aunque no haya tocado una raqueta en su vida. Yo no echo de menos el tenis, pero hoy sí me he acordado del verano pasado, cuando me quejaba, antes de ir a la playa porque, a la vuelta, tenía que lavar la toalla y el bikini en la lavadora, me parecía muy molesto llegar llena de arena y sal. Lo mismo me ocurre cuando pienso en la pereza que me daba ir a hacer ejercicio al paseo marítimo que tengo frente a mi casa. Recuerdo que cuando cedía y me dejaba llevar por un libro o una serie, mientras disfrutaba de la comodidad de mi sofá, sufría unos remordimientos terribles. Sin embargo, también recuerdo que, a la vez, experimentaba una especie de premonición. Una vocecilla en mi mente que me susurraba: “Llegarán tiempos en los que te arrepentirás de no salir hoy a la calle”. Confieso que, a veces, hasta sentía miedo de pensarlo, por si alguien me oía. Pues me han oído.

Y ahora miro anhelante el mar desde mi ventana. Mi vida se ha convertido en una rutina mezcla de desinfección y desconfianza interminable.

Cierto es que, antes de que todo esto del virus se instalara entre nosotros, ya era consciente de que había idiotas. A ver, idiotas siempre los ha habido, pero nunca como los de ahora. No, esos son especiales porque llevan años entrenándose y han llegado a un grado muy alto, qué digo grado, a un doctorado en estupidez. Antes de que el bicho se nos echara encima, terrazas, bares y paseos estaban desbordados por gente gritona, maleducada y, según ellos, con derecho a todo. Gente que sólo iba a su casa a dormir, pero que casi no reconocía el color de su propio sofá y ahora, están desesperados porque el sofá se está vengando.

Solía ver parejas con sus bebés dormidos a su lado mientras ellos bebían hasta altas horas. Es humano errar, pero las hordas que no abandonaban las calles con el menor pretexto, las fiestas día sí, día no, los aviones como latas de sardinas, eso no era humano. Y yo presentía que iba a ocurrir algo y así ha sido.

Lo que siento es que, además de las muchas vidas de gente que aún tenía mucho por vivir, más que nada porque sabían vivir, se nos han echado encima otros virus paralelos de difícil solución.

Ahora ya no tengo premoniciones, más bien certezas: “1984 Orwell”.

Pues eso.

 

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Aún no

12 martes Jun 2018

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historias, pensamientos, Reflexiones

En esos momentos en los que esa amalgama gris lo cubre todo, no escribe, ni atiende, ni piensa. Entonces escucha música.

Busca canciones que la conduzcan allí donde antes estaba. Sólo algunas veces encuentra lo que está buscando. Entonces lo escucha una y otra vez. Sube el volumen para que todo se inunde con aquellas notas que comienzan a producir su efecto hasta que no sólo vibran en sus oídos, sino allí dentro, muy dentro, en el lugar olvidado.

Se deja llevar. Baila. Cierra los ojos y ese resquicio sellado se resquebraja y comienza a sentir la cálida luz del sol en su cara, en entonces cuando el estado gris parece desvanecerse. Duda sobre si alguna vez ha existido. Y sonríe levemente. Un momento de felicidad. “Retenlo”, piensa.

Entonces es cuando ocurre, aquella cálida luz que invadía sus entrañas ha reabierto aquello. Duele. Debe apresurarse a detener la música. Y se precipita a hacerlo con el cuchillo hundiéndose cada vez más en su alma y lágrimas en los ojos. Aún no, no puede, no es el momento.

Cuando las notas cesan, paulatinamente todos los tonos del gris regresan.

Se queda allí en mitad del salón. La calma reaparece y apacigua el dolor. Prefiere el gris.

Allí permanece, con el corazón palpitando, el sudor secándose en su frente, en medio de un silencioso vacío, por fin vuelve a no sentir nada.

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Publicado por Livia de Andrés | Filed under Ensayos

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¿Lo dudas?

06 martes Jun 2017

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Humor, Vida

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humor, pensamientos, Reflexiones, vida

Whatsapp

Al otro lado del móvil, me dicen:

-Ya está ¡Los tengo!

En ese momento me viene a la cabeza las palabras que me dijiste en nuestra última conversación.

-No seas fría. Pareces nórdica.

Comienza a hablar y tras unas cuantas frases, me repite lo mismo.

Le respondo que los “whatsapps” carecen de tono y que no me parece serio poner emoticonos a este tipo de mensajes.

-¿Seguro que eres gallega? ¿No se te habrá pegado algo de vivir en el extranjero?

Le gusta picarme. Una reacción muy gallega para un gallego medio suizo.

Empiezo a caer en sus redes y a decirle que la lluvia no me amilana, que sé perfectamente que en junio a las once es aún de día, que sé cómo se hace una ajada, que estoy acostumbrada a beber vino en cunca, que conozco los misterios de los pimientos de Padrón, que soy fan de Estrella Galicia, que de Lugo a Vigo no se debe ir en tren a no ser que lo único que busques sea fotografiar el paisaje, que no me fío de los veranos de 30 grados y siempre llevo una chaqueta, que sé lo que son esas cosas de madera cuadradas en medio de las rías, que el agua del mar no está fría…

Oigo cómo se ríe de mis esfuerzos al otro lado del teléfono.

Reflexiono un momento. Creo que es más gallego que yo. Vale. No pienso entrar más en su juego. Yo también soy de la tierra. En un arranque de orgullo, me río a carcajadas de sus críticas.

Èl insiste en tono burlón. No me contesta y sigue con la pregunta.

-Son buenas noticias, ¿no? ¡Por fin!

Y yo, abandono la lista de tópicos para, también por fin, hablar sin mensajes, con entonación, poniendo todo mi acento y mis risas.

Quizá mañana, empiece a convecerse de que ambos hemos nacido en la misma tierra.

Aunque no puedo evitar tener mis dudas. Al fin y al cabo, soy gallega.

Un saludo R. 🙂

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La conversación

04 domingo Jun 2017

Posted by Livia de Andrés in Ensayos

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pensamientos, Reflexiones

Silencio

Se sintió algo asfixiada después de la conversación. Nunca hasta el momento se había tocado el tema pero ya no se podía obviar por más tiempo. Sentía latir su corazón en las sienes, se sentía inquieta, sudaba y su cabeza retorcía una y otra vez las mismas frases sin que lograra que cobrasen sentido.

Era una de esas conversaciones que existen desde hace años pero que no se recuerdan a propósito. Eso sí, había que pasar por ello, ya no había más plazo. Era necesario.

Al salir de la sala aún recordaba que el tono de la misma había escalado sin cesar, que los argumentos se sucedían ágiles y escurridizos, como fuera de control, pero ya no recordaba sobre lo que se había hablado.

En algún momento sintió la angustia en algún sitio ya dolorido, al que había decidido no volver.

Cuando se quedó sola respiró aliviada, mientras sentía como el peso iba desapareciendo. Después de un rato lo había olvidado todo, incluso los sentimientos que la conversación habían provocado en su cuerpo.

Sabía con certeza que se calmaría y hablaría de otros temas caminado en silencio o con una cerveza entre las manos. Ocurriría igual que con las noticias del periódico, al principio la obsesionaban, para caer en el olvido transcurridas unas horas, solapadas por los acontecimientos del día.

Simplemente, su mente decidió no amenazar más su futuro recordando frases que era mejor olvidar. Por eso, apagó el zumbido de sus pensamientos, para no envenenar sus venideros días de luz.

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Después de la tempestad

06 lunes Feb 2017

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Reflexiones

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Literatura, pensamientos, Reflexiones, relatos

Soledad

Estoy sentada en la mesa de madera frente a mi ventana. Veo cómo el océano se torna de un gris oscuro que anuncia tormenta. Me duele todo el cuerpo. No ha sido un día fácil y regresar a casa tampoco lo es.

Me voy a la nevera, la luz blanca me da en los ojos como un faro en mitad de la niebla, saco una lata de cerveza fría. La miro y me pregunto por qué tengo las cervezas en la nevera con el frío que hace en la calle. Enciendo la calefacción. Mi mente deja de pensar en la temperatura de la lata que tengo en las manos para regresar al dolor del pasado, invisible para el mundo, pero supurando lentamente en imágenes de lo ocurrido que se incrustan en mi mente cuando menos las espero.

La ayuda ha desaparecido sin previo aviso y un manto negro de silencio me rodea. A veces, el dolor remite, pero vuelve con fuerza en los momentos más insospechados. La tormenta ha pasado y me han dejado sola. La calma es peor que cuando luchaba contra olas de siete metros.

Me siento frente al ordenador y abro Facebook, una de las aplicaciones más absurdas y aburridas que conozco, ideal para días en los que no quieres pensar en nada serio o para personas que no quieren involucrarse en nada, sino sólo dar una imagen de sí mismas que les permita conciliar el sueño.

Observo como muchos de mis contactos pinchan enloquecidos que ayudemos a los refugiados y a los que sufren enfermedades. Vuelvo la mirada hacia mi móvil, justo encima de mi mesa. Hace días que no suena, la tormenta ha pasado, o por lo menos, eso creen ellos, o no.

Toda mi vida he sabido que los cobardes huyen en cuanto pueden. Sin embargo, sé que saben que cuando las olas te han destrozado el barco, cuando tienes el cuerpo lleno de arañazos de las maderas que has arrancado con tus propias manos para no ahogarte, o cuando los troncos inertes a los que te has agarrado, cuando tus heridas aún son muy dolorosas, de un dolor casi insoportable, no es el momento de desaparecer.

Soy consciente de que es más fácil hacer click en tu teclado desde la comodidad de tu casa a favor de los refugiados, que ayudar a las personas que tienes cerca. Hay poca gente dispuesta a oír que, después de las tormentas, sobreviene una calma tan solitaria, que es prácticamente insoportable. También huyen conscientes de que, cualquier día, el mar entrará oscuro y negro en su salón, por mucho que se empeñen en cerrarle las puertas.

Mis pensamientos sobre el ser humano amenazan con desestabilizar mi fe en las personas cercanas, ésas con las que cuentas, en tu ingenuidad, y que, al final, se refugian en su torre, rodeados de costumbres inútiles que los aferran a una periodicidad segura, de horarios apretados, hundidos en una soledad virtual pintada de colores por amigos inexistentes, seguros de que ésos no van a llamar a su puerta.

Bebo un sorbo de cerveza, aún demasiado fría, mientras contemplo cómo se irritan en Facebook por gente a la que no conocen, leo sus comentarios enfurecidos, escandalizados, pidiendo ayuda al que lo necesita. Piden ayuda al que lo  necesita siempre que sea alguien anónimo, que esté lejos, que no les importe nada.

No puedo evitar sonreír pensando que, si un refugiado llamase a su puerta, todos los que hacen click en su defensa, no la abrirían. Lo sé, porque, sino, no habría tanta gente hundida en la angustiosa calma que dejan tras de sí las tormentas.

 

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El mago de la tristeza

11 viernes Nov 2016

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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pensamientos, Reflexiones

hotel-chelsea

El mundo es feo, sólo que hay personas que lo embellecen casi sin darse cuenta.

Aprietan toda esa fealdad entre sus labios y la sueltan en forma de belleza para sorprendernos.

Convierten lo imposible en poesía, la tristeza y desesperación en versos, la desolación en canciones que se nos quedan grabadas en la mente sin pretenderlo.

Saben rodearse de esa serenidad que sólo enseña el tiempo.

Han vivido muchas más vidas más que el resto de nosotros.

Nos hablan sobre la tristeza del mundo, sobre todo lo que nos rodea, aquello que, en nuestra cotidiana estupidez, nos negamos a ver.

Ellos saben que el mundo es feo, por eso lo reciclan con sus poemas, con sus canciones, y nos regalan esos espacios iluminados de calidez.

Narran sus vidas repletas de oscuras imágenes de las que ellos se ríen porque saben transformar la fealdad en belleza.

Están preparados porque han vivido sombrías tristezas y saben cómo sentir la belleza.

Suelen ser ellos los que antes nos abandonan dejándonos rodeados de toda la fealdad que nos ofrece el mundo.

Y, ahora, todo se torna algo más feo, otra vez.

Me pregunto si sabremos vivir sin ellos…

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Europa y sus cafés

06 domingo Nov 2016

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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Europa, pensamientos, Reflexiones

europa-cafe

La uniformidad siempre me ha producido un miedo devorador. La hipocresía o el conformismo también.

Los cafés son lugares para citas, conspiraciones, son clubs cuya función es desarrollar el espíritu.

Por los cafés discurren un sinfín de personas. Son sitios con historia de la que han sido testigos. Por ellos, han pasado grandes pensadores, que se reunían alrededor de esas mesas de mármol y de esas interminables charlas de las que surgían ideas, libros, teorías, conspiraciones y guerras.

Es un espectáculo tentador observar a todo el que entra en unos de estos cafés e imaginar quién es o dudar si aún es posible que en Europa surjan ideas, charlas como las que se daban antes.

Hace tiempo que todo el sistema se mueve en círculos, no sólo en Europa. Hace tiempo que somos más que benévolos con las adicciones al poder.

A medida que se conoce Europa, mientras recorres sus calles, cuando entras en sus cafés, te das cuenta de que las diferencias son, en realidad, nexos entre sus pueblos. Uniones que hay que saber interpretar, pequeñas pistas que nos hablan de un pasado común que nos empeñamos en borrar.

Y estos nexos se van diluyendo para ceder el paso a un todo uniforme. La uniformidad es pavorosa cuando nos iguala, si no permite diversidad de ideas. Se convierte así en un monstruo que lima las diferencias, lo diferente, lo que es nuevo y aún no tiene público, lo que no se entiende, porque aún no se conoce, esto da como resultado que todos formemos parte de la tediosa globalización. Es la muerte de un interesante mosaico de contrastes.

La cultura común europea cargada de mezclas, conexiones y resentimientos sigue viajando con nosotros y es aceptable porque forma parte de nuestro pasado.

Esa es una de las razones por las que en Europa las calles tienen nombres para recordarte la historia y para obligarte a recordar el pasado. En Estados Unidos, por el contrario, las calles tienen números y su pueblo suele mirar hacia el futuro.

Sin sus cafés, Europa muere y pierde su propia esencia. Las tertulias, el intercambio de pensamientos, las grandes ideas morirán también. Están en ello, por eso nos regalan aparatos. De esta manera, Europa y su sociedad se autodestruirán. De hecho, ya lo están haciendo desde hace tiempo y con bastante éxito.

Los cafés son necesarios como puntos de reunión para pensadores, poetas, e intelectuales.

Como también lo es, la diversidad lingüística que tiene que existir, pues la muerte de una lengua es irreparable.

Leer muchos mundos nos proporciona los elementos necesarios para ser capaces de encontrar sus nexos. Esta capacidad de “lectura” solo se adquiere si se cultiva el espíritu, lo cual no es asunto de élites.

Europa y sus cafés, donde se servía de todo y a todos, han tallado canteras de escritores, músicos, pensadores y romances. Han escondido a perseguidos, han preservado lo que se prohibía en algunas de sus ocultas puertas, han  dejado que se siguiera tocando música, que llegó a estar vetada, como el jazz en Bruselas. Han sido escondrijos de lo prohibido.

Las tertulias recorrían infinidad de caminos, algunos tan peligrosos que tumbaban gobiernos o movían ejércitos; Otros abrían nuevas posibilidades al pensamiento y, la mayoría de las veces, servían para cultivar lo que nos hace más humanos: las relaciones sociales.

¿Merece aún la pena recorrer estos caminos? ¿Hemos llegado a un punto muerto en el que todo irá irremisiblemente cuesta abajo? ¿Seguiremos presenciando cómo los andenes de las estaciones de trenes se llenan de zombis solitarios que se aferran a relaciones virtuales inexistentes? ¿Seguiremos como ganado la cultura del mercado de masas?

Crear es un acto desinteresado, una forma de dar, mediante el que regalas parte de ti. Crear ideas o crear belleza profundiza en lo superficial y nos aleja de lo vulgar, que nos deja vacíos, cansados, divididos y confusos.

Acudamos a los cafés, cultivemos las diferencia, retomemos el camino hacia el pensamiento y abandonemos esa tediosa nebulosa de uniformidad globalizadora.

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Tu perspectiva del mundo

05 viernes Ago 2016

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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pensamientos, Reflexiones

Sea

Una misma copa de vino sabe distinto según el sitio en que la tomes, las emociones que sientas o las circunstancias en las que te encuentres.

No es suficiente con comunicarse de forma coherente, razonable o con exponer ideas brillantes.

La aceptación de tu forma de vivir, de tus charlas o escritos siempre se halla supeditada a quien recibe el mensaje.

Los receptores te interpretarán de formas muy diversas, que dependerán de factores tales como, el prisma de sus emociones, sus prejuicios, sus ideas preconcebidas o de sus creencias determinadas. No existe un receptor objetivo, al tiempo que no existe un mensaje objetivo.

Aunque todos nos hallamos bajo unas circunstancias parecidas, mientras unos piensan que la vida es un juego, otros la encuentran aburrida, algunos arriesgada, están los que piensan que es una aventura, otros creen que es una fiesta y algunos, te dirán que carece de sentido.

La manera en que vivimos, hablamos o escribimos debe nacer desde la creación, el riesgo, el entusiasmo, la libertad, la individualidad y la originalidad, no desde el conformismo.

No podemos vivir o expresarnos intentando adaptarnos a un pensamiento que nos es ajeno. La fidelidad debe ser hacia nosotros mismos. Las audiencias o las personas que nos entiendan, serán entonces, limitadas.

El crear un proyecto individual se basa en elegir aquellos elementos, actividades o personas que encajen más con nosotros, o en que ellos nos elijan.

El mensaje sólo llega al receptor si se identifica con tu modo de ver el mundo, es decir, si siente empatía con lo que dices o haces.

Todos nosotros estamos buscando la mejor manera de resolver un problema o satisfacer un deseo. Y por ello, buscamos sin cesar, nos lanzamos a curiosear en las vidas ajenas o a leer lo que piensan otros porque tenemos hambre de encontrar piezas que aún sentimos vacías.

Todo el mundo tiene su audiencia. El problema es que ni ella ni tú, podéis llamaros por teléfono, quedar y conoceros.

Por este motivo, seguimos viviendo, hablando y escribiendo, por nuestras ansias de lanzar mensajes para ser encontrados y entendidos.

Y navegamos, presos de esa acuciante sospecha de no ser jamás localizados, o de serlo cuando sea demasiado tarde, mientras continuamos con nuestra búsqueda.

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Mi isla

28 jueves Jul 2016

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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pensamientos, Reflexiones

Isla

Afrontar esta locura global no es fácil sin tu espacio privado.

Tu isla es un lugar donde te cobijas de todas las bombas de furia y miseria que nos acechan a diario en cada esquina.

La pérdida de confianza en tu privacidad es un golpe rápido y certero. Algo que, a mí, me resulta insoportable.

Si ocurriera, sería el principio del fin, ya que por mucho que viajes o por mucha gente que conozcas, hay siempre un lugar de descanso del que formas parte tú y esas escasas personas de confianza que te entienden sin que expliques y que forman parte de esa maleta de la que jamás te puedes deshacer.

Hay gente que llena su isla de gente vacía, sólo por llenarla con muchos.

Esos son los que están solos. Sin embargo, son necesarios, porque mantienen el equilibrio del universo.

Estas personas, en realidad, nos complementan. Son oscuros, nacen del odio, el rencor, la baja autoestima, de problemas personales o de la envidia. Y se rodean de gente también vacía para obviar que no son queridos por quienes son.

De todos modos, son necesarios, porque al juntarse entre ellos construyen sus islas compuestas de mentiras consentidas donde la verdad es sólo algo de lo que huyen.

Resulta muy distinto que te fastidie un tonto, pues no entenderá tu respuesta. Esta falta de compresión, no me afecta de forma excesiva. Es comparable a establecer un combate de esgrima con quien no porta sable. Es un duelo insulso e inútil.

Por el contrario, si el combate se mantiene contra un contrincante inteligente, la batalla se convertirá en laboriosa y entretenida a partes iguales. Y tus respuestas, formarán parte de un diálogo en el que se abrazarán diferentes puntos de vista.

A los tontos no les contestas, y a los inteligentes, aunque son más difíciles de rebatir, sin duda, son mucho más divertidos, por eso mi isla, definitivamente, es muy divertida.

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Entre viñedos

10 domingo Jul 2016

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones

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pensamientos, Reflexiones

Grapes

Sopla el viento entre los viñedos.

Espero ansiosa esa cena entre amigos.

Cada opinión de la mañana mudará, desatada en conversaciones, cuando se ponga el sol.

Entre viñedos.

La espera de cosecha anuncia una buena racha de buena salud, prosperidad, abundancia, riqueza, felices perspectivas un porvenir mejor.

Espero entre viñedos a que el vino lave mi alma de inquietudes.

Miro el paisaje como posible borrador de una escena que se desarrollará en esa conversación alzando nuestras copas de vino.

Resuena en mis oídos lo que dijeron otros hace miles de páginas y que ahora me relee el viento sur.

Dejaré un hueco a mi lado, en la mesa, por si alguien me contesta desde esas extrañas brechas que, en muchas ocasiones, abre el vino.

Necesito una respuesta, una respuesta de aquellas, de viñedos entre amigos.

Me expondré a la perspectiva, a cualquier perspectiva, a una distinta. Sólo escucharé para retomar aire. Hoy no hay sitio para más.

Sólo quiero cenar entre viñedos, entre promesas de sueños.

En una de esas cenas con un testigo minúsculo, una copa de vino, cuya desproporción está en la altura de su vértigo.

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Esperando un tren

19 domingo Jun 2016

Posted by Livia de Andrés in Ensayos

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pensamientos, Reflexiones

Estación vacía

Salto al vacío con los ojos cerrados.

Busco respuestas en el firmamento de la soledad.

Mi mirada perdida vaga entre las vías.

Me encuentro detenida esperando mi tren.

Busco motivos dentro de mi cabeza y, con la tristeza como compañera no deseada, espero una señal.

Mientras el tiempo se me escapa, la duda me retiene y la soledad me acosa.

En el andén vacío mi tren no llega, ni quiero, pero sé que debo subir a ese vagón sin remedio, con la esperanza de que me lleve a un destino mejor.

¿Esperas tú conmigo? ¿O acaso huyes como lo han hecho los demás por ver una estación demasiado fría?

Mis tardes bajo el sol del atardecer son gélidas del calor que preciso, llenas de tormentas mentales, espero el tren de mi destino.

Busco miradas y encuentro voces tenues de océanos grises que no me ayudan por débiles y cobardes.

Encuentro almas sin alma, ciegas de mando y sin compasión. Ciegas.

Anoche soñaba el atardecer sobre el mar. Todo parecía que iba a ser normal.

Espero con ansiedad mi tren, el que debe llegar y al que temo que llegue.

Ese tren que sacude mis segundos sin compasión ni pausa.

Ese tren que me tiene agotada antes de subir a él.

Aquel que quizá, con el tiempo, mi vida salvará, tal vez.

Mientras, decenas de personas se suben a él cada día, a mí, en mi desamparo, me parece ser la única, rodeada de almas sin alma.

Espero que llegue mi tren al que me subiré bajo la tenue luz de la incertidumbre y del que espero bajar en la estación de la vida.

Y mientras, sigo esperando mi tren.

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Sin hacer ruido

05 domingo Jun 2016

Posted by Livia de Andrés in Ensayos, Reflexiones

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pensamientos, Reflexiones

Sin hacer ruido

Sé que está mal visto hacer ruido.

Cualquier forma de protesta fuera de los canales habituales no debe manifestarse.

Los ataques de ansiedad deben ir dirigidos hacia dentro. Y tu estrés, te lo tragas, no lo compartas. Es mucho más civilizado interiorizar tus sentimientos y asentir con una sonrisa, pienses lo que pienses, sientas lo que sientas.

Hemos creado un mundo donde lo genuinamente humano no se ve con buenos ojos.

Hay que callarse. Impedir que los sentimientos afloren.

Hay que vivir en una calle cualquiera, en una ciudad cualquiera y disimular que, en realidad, te sientes igual que el vecino.

La palabra “compartir” no se lleva, ni se hace. Nos deshumanizamos cada vez más. La empatía con otro ser humano es interpretada como debilidad o estupidez.

Pues nos estamos equivocando y de qué manera.

Un mundo donde los sentimientos se expresasen en nuestras conversaciones, sería un mundo más digno de ser vivido.

Ya que, lo profundamente humano, que nos empeñamos en matar a diario, emergerá siempre, en algún momento y triunfará por encima de toda racionalidad de una forma infantil, irreflexiva y casi involuntaria.

No merece la pena vivir sin mostrar nuestro lado humano, aunque éste, a veces, signifique sufrir, que es mucho mejor que salir huyendo.

Aunque vivas en un país cualquiera, en una ciudad cualquiera, en una calle cualquiera y ayudes a cualquiera.

 

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Hazlo

06 miércoles Abr 2016

Posted by Livia de Andrés in Ensayos

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pensamientos, Reflexiones

Escribir

Hazlo, si no puedes evitarlo.

Si tienes que pensarlo durante horas

buscando las palabras, es mejor que no lo hagas.

 

Sucederá por sí solo sin que puedas pararlo.

Continuará ocurriendo hasta que mueras

Y morirá cuando lo escribas.

 

Te retorcerás cuando otros lo lean y lo interpreten.

Te robará el alma.

Está en ti y crecerá en ti hasta que lo escupas.

 

Los demás no saben lo que es, pero tú sí lo sabes.

Hazlo.

No te pares.

 

Tampoco podrás detenerlo.

No hay otro camino, no lo busques, ni lo evites.

 

Si te quema por dentro, escribe.

Si tienes que pensarlo, déjalo.

 

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Insomnio merecido

29 martes Mar 2016

Posted by Livia de Andrés in Ensayos

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historias, pensamientos

Atormentado

Las noches son largas para quien no puede conciliar el sueño.

No es mi caso. Mis noches son dulces, felices y tranquilas. Y es que yo, para dormir bien, creo en algo, albergo planes y esperanzas. Procuro pensar que el día siguiente será mejor, distinto, o que se repetirán los ratos buenos. Me arrimo al lado que me gusta, porque el malo, aparece demasiadas veces sin necesidad de invocarlo.

Sin embargo, para los insomnes, los minutos y sus horas se alargan sin fin, proporcionando la sensación de que su noche no se acaba nunca, convirtiéndose en interminable.

Tú siempre me confesabas el miedo que sentías a dormir, balbuceando palabras sin sentido sobre el mal que habías esparcido por doquier durante tu vida. Quisiste enmendarte conmigo, pero has vuelto a cometer, uno tras otro, todos los errores del pasado. Esta vez vas a peor, acelerando sin precauciones tu pendiente. Inconsciente de que, esta vez, es la definitiva.

Ahora sé que tú perteneces a aquellos que no pueden dormir porque se lo merecen, porque pagas un ínfima pena por lo que has perpetrado y continúas perpetrando.

Una de las causas más comunes del insomnio es el estrés acumulado y las preocupaciones cotidianas.

Sin embargo, también existe cierta tradición que asocia el insomnio a la mala conciencia. Tú no puedes conciliar el sueño por odiar, o por desear y haber causado el mal a muchos, los cuales proclaman, con voz contenida, el no haber podido recibir justicia por la manera en que has estropeado sus vidas. Las voces impotentes de los que ven libre a su verdugo.

Como digo, yo duermo bien. Actúo de día y sigo mis pasos. Segura y, sobre todo, constante.

Y tú, sé que no puedes dormir porque soportas tus culpas, tus delitos, que se acumulan con los años. Culpas, que no borras ya tan fácilmente con la ingesta prolongada de alcohol, aunque me han dicho que lo intentas con vehemencia.

En tus sueños impera una noche helada, oscura, con un terco silencio sin estrellas, presagio del oscuro mundo de tus tinieblas.

Te engañas por el día. Sin embargo, la noche, persigue tus delitos no expiados. Se venga del culpable y te arrebata el sueño, te castiga con su silencio aterrador, un silencio en el que escuchas a los que sabes que te esperan, que te esperamos. Y, por fin, cuando Morfeo te visita, lo hace en forma de horribles pesadillas de las que te he visto despertar sudando. Esas de las que jamás hablabas.

Tú eres un insomne merecedor del castigo, sólo previo al verdadero, por eso, se te priva de dormir a tus anchas manteniendo tus sentidos vigilantes, con los nervios excitados, engañándote de día.

No dormirás hasta que tu culpa se revierta en resolución. No lo hará nunca. No la hay para ti. Ya te he dicho que soy constante.

Buenas noches.

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Aquella noche

11 jueves Feb 2016

Posted by Livia de Andrés in Reflexiones, Vida

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pensamientos, Reflexiones, vida

Manos

De aquella primera noche recuerdo la penumbra de la habitación.

La espera interminable, el agotamiento, la impotencia, la fatiga, el estrés.

Un día normal se había convertido en algo impensable, desmesurado, dantesco, inconcebible.

Sorprendida por el desarrollo de los acontecimientos, pero inmersa todavía en la supina ignorancia hacia lo que en realidad iba a suceder en mi vida: Un antes y un después.

Entrasteis con prisa, en tropel, como una legión, aún siendo sólo dos, invadiendo mi penumbra como un torbellino.

Tu mano. Ese es mi primer recuerdo.

Te sentaste al lado de mi cama asiste mi mano con contundencia y sin más dilación fuiste al asunto directo, rápido, sin rodeos.

Tu mano cogiendo la mía. Era una mano firme, resuelta, decidida, que portaba una decisión rotunda, inapelable y que se apoderó del flanco derecho de mi cama.

Tanta gente en aquella habitación y cuando terminaste de hablar la información que había salido de tus labios me trasladó a otro mundo, a ese túnel que sabes que tienes que cruzar sola. Soltaste unas cuantas frases sin freno porque no había otra manera. Había que hacerlo así y tú lo sabías.

Te solté la mano. Recuerdo haberte soltado la mano para asir mi cabeza con ambas y recuerdo que había otra persona que, por conocedora de las noticias con anterioridad a mí, ya se había muerto por dentro. Así evoco su estoicismo, su sufrimiento hecho silencio.

Después de los primeros segundos en los que la palabra “no” fue la única clavada en mi mente, me enfadé. Me enfadé mucho, no sé bien con quién, supongo que con la situación, conmigo, con todos, con la vida. Tú también has sabido siempre como provocar mis enfados desde el primer día, lo hacías por mi bien, para que reaccionase y lo conseguías. Como aquella noche, exponiéndome de frente con tu entonación baja, la única realidad posible.

Estaba enfadada. Creo que por eso accedí tan pronto. Dije que sí, que vale, que bien, que no quería leer nada, que firmaba, que ya, qué sí, que me ponía en tus manos.

Es cierto que sentía rabia, pero desde que entraste en aquel cuarto no pude evitar tener la certeza de que si alguien podía hacer aquello, eras tú, sólo tú. Tu decisión, ganó mi confianza. Y tú también la tenías en ti mismo y yo, desconfiada por naturaleza, podía olerla, sentirla. Lo tenías claro, muy consciente de que aquello iba a ser un “sí” o un “no” en mi vida.

Y nos sonreímos antes de entrar y yo saludé a diestro y siniestro y les advertí, y me reí, y tú y yo nos pasamos aquella noche juntos, cinco horas ¿verdad? Tú, tus manos y un equipo de quince personas.

Tus manos lo lograron, y tu decisión y tu fuerza y tu esfuerzo.

Gracias, Pablo.

 

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