Feliz Año Nuevo

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Hoy quiero felicitaros a todos con una fotos desde mi barrio.

El mismo procedimiento de todos los años

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Es época de tradiciones, las propias de cada Navidad y de otra que, aunque no lo es, lo va pareciendo:

Tomar una copa de vino la noche anterior al día de Nochebuena al hotel de cinco estrellas que está justo frente a mi casa.

Esta tradición es para mí como ir al teatro y además, puedo participar en la obra.

De hecho, me siento como Miss Sophie en «Dinner for one» o «Der neunzigste Geburtstag», un corto clásico de la televisión que ponen en Alemania, Dinamarca, Suecia, Finlandia y Austria en Nochevieja .

El protagonista de la obra es un camarero del hotel. El hombre al que me refiero es amable suele tener los ojos entornados, como quien conduce un coche entre la niebla, pero conoce al milímetro el camino de ida y vuelta.

A nuestro James gallego, vamos a llamarlo Manolo, no sé si le gustan o no las tradiciones, pero, desde luego, puedo afirmar que es un hombre de costumbres.

Manolo sigue una especie de ritual como el que representa una función de teatro cada noche.

La obra comienza nada más sentarme en uno de los cómodos sofás de terciopelo del bar, situado en primer piso.

Presiono el botón que hay encima de la mesa para ser atendida y comienza la función.

Entonces Manolo aparece de inmediato vestido en blanco y negro, con pajarita, me saluda y me dice cuánto se alegra de verme de nuevo.

No es necesario que le pida nada, pues la pregunta sale de su boca: ¿Le sirvo una copita de Rioja, como siempre?

Creo que si un día le pidiese un café, me pegaría. A Manolo le gusta que las cosas permanezcan iguales.

Nunca sé lo que hace cuando regresa con la bandeja, en la que porta una botella de vino y mi copa, porque su caminar es algo más vacilante que cuando va a buscarla, sus ojos están ligeramente más vidriosos y un poco más entornados.

Yo suelo centrarme en su trayectoria cuando trae la bandeja. Es magnífico el dominio de Manolo mientras camina por las diversas alfombras que intentan interrumpir su trayecto. 

Los pasos de Manolo por la sala, se parecen a un baile que me mantiene sin respiración hasta que alcanza mi mesa, sano y salvo.

Mi mirada se mantiene fija mientras veo cómo se le engancha un zapato en el borde de una alfombra y pega un salto, para después volverse hacia la alfombra como recriminándole el haberse interpuesto en su camino.

Son unos segundos de infarto porque mientras mira con saña hacia la alfombra tiene la cara vuelta hacia atrás, sujeta la bandera con una mano pero sus piernas siguen hacia delante.

Después del traspiés, dirige una mirada de desprecio que le basta para restablecer su ritmo.

Manolo suele abrir para mí la mejor botella de Rioja que encuentra porque, según me ha confesado con un pequeño guiño, las botellas han sobrado de eventos y bodas.

Y como Manolo, no respeta las cantidades, hay que establecer una rigurosa vigilancia mientras te sirve.

Mientras disfruto de mi copa y del picoteo que la acompaña, me deleito en observar cómo Manolo se maneja por el salón.

Observando sus diversas reacciones según lo que le pidan. Está absolutamente en contra de cualquier persona que le pida un café o un té, la mirada de desprecio de Manolo, en estos casos, es digna de fotografiar.

La segunda parte de la obra, viene cuando llega el momento de pedir la cuenta.

A estas alturas, los pies de Manolo rara vez tocan el suelo pero sigue bailando por el salón como saltando sin que la bandeja, que en algún momento abandona sus manos, jamás llegue a tocar el suelo. No sé cómo lo hace pero el show es digno de Circo de Sol.

Y como de costumbre, cuando intento pagar, me pregunta si me apetece otra copa. Yo digo siempre que no y es entonces cuando me sirve otra. 

Mis intentos de disuadirlo van muy en serio, porque si la primera copa es generosa, con la segunda, el único remedio que se me ocurre es regar alguna maceta. 

El rictus de Manolo cuando sirve la segunda copa, me pone tan nerviosa, que le pago de inmediato, como medida de precaución, por si se le ocurre volver con la botella.

Cuando le pago, me siento como si intercambiásemos un cromo, quizá por la manera en que lo coge. No sé dónde acabará ese billete pero no creo que forme parte del beneficio del hotel, ni tampoco de Manolo. 

Cuando abandono el hotel, casi siempre lo hago con una sonrisa en los labios porque sé que, cuando vuelva, la función se repetirá: The same procedure as every year… y que podré presenciar la misma obra cuando quiera y, además, formar parte de ella.

Everybody knows – El Harakiri II

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Everybody knows that the boat is leaking
Everybody knows that the captain lied
Everybody got this broken feeling
Like their father or their dog just died
Everybody talking to their pockets
Everybody wants a box of chocolates
And a long-stem rose
Everybody knows…
(Leonard Cohen)


La defensa personal se basa en mantener una actitud de alerta para hacer frente a situaciones de peligro potencial.


Feijóo se ha mantenido moderadamente sentado en el banquillo a la espera de que socialistas centrados, peperos sumisos y los votantes dudosos de Vox cayeran en la trampa del voto útil y lo volviesen a coronar como se hacía una y otra vez en su antiguo reino. Y lo han coronado, aunque la corona se le está cayendo hacia un lado, no voy a decir cuál.

El secreto de ganar se basa en la perseverancia y el de engañar, se basa en realizar trucos de manera rápida, con el fin de que el oponente no tenga tiempo de reacción. 

De ahí, la cara de incredulidad y pasmo que se le ha quedado a Feijóo: ¿Cómo lo ha hecho?» Pues lo ha hecho, se veía venir; Una, porque se lo habéis puesto en bandeja abandonando el cuadrilátero; Dos, por vuestra moderada moderación y centrada centralización.

Si queréis pactar con el partido contra el que os presentáis, creo que deberíais ir todos de una vez en las listas de PSOE. El gobierno sería el mismo.

A estas alturas todos sabemos que el rojo o el azul son el mismo color.

Creédme, everybody knows.

El interrogatorio

Esta es la razón por la que los gallegos son tan resistentes… 🙂

Interrogatorio realizado por un comisionado de la Gestapo a un prisionero de origen gallego.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Estaba usted el 25 de octubre en la Prager Strasse?

Manolo: – ¿Cómo?

Comisionado de la policía alemana: – ¿Estaba usted el 25 de octubre en la Prager Strasse?

Manolo: -Depende.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Depende? ¿Depende de qué?

Manolo: – ¿Por qué lo quiere usted saber?

Comisionado de la policía alemana:¡Responda! Quiero saber quién y por qué se detonó ese dispositivo.

Manolo:  – ¡Ah…! Eso puede ser por cualquier cosa.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Cualquier cosa? ¡Alguien lo ha planeado y quiero saber inmediatamente todos los detalles!

Manolo: – Vaya usted a saber. Una vez mi tía Rosario, que solía pasearse por el pueblo con su novio, que era primo del que tenía el quiosco más grande, fue acusada de que su novio había deslizado su mano desde el hombro, por el que la solía coger para pasear, hasta su pecho izquierdo. Una calumnia. Pues, lo de que alguien haya detonado algo en el sitio ese, puede ser otra calumnia. Nunca se sabe. La gente es muy mala. Detonar, se detonan tantas cosas…

Manolo recibía el trato característico de las SS y la Gestapo. Llevaba ya cuarenta y ocho horas sometido a un interrogatorio interminable, acompañado de intimidaciones y amenazas. Pero aquello no parecía conmover lo más mínimo al prisionero.

Había llegado ya la hora de utilizar otro método, jugando con la sensación de aislamiento del cautivo y con su inseguridad psicológica.

Inmovilizaron a Manolo y comenzaron a dejar caer gotas de agua sobre su cabeza, de forma ininterrumpida y pausada.

Una gota de agua no parece un arma muy poderosa. No se espera que cause un gran dolor ni que sea dañina. Pero la sucesión de muchas de ellas, causa graves daños psicológicos.

Abandonaron a Manolo y dejaron que las incesantes gotas con su ruido acompasado cayesen una tras otra sobre su cabeza. Este método ya había vencido los nervios de muchos prisioneros.

Lo curioso era que por muchas horas que transcurrían con el caer del agua, Manolo no mostraba señales de que aquello le molestase en absoluto, ni tampoco de tener intención de confesar ni una sola palabra. Muy al contrario.

Aquello se extendió durante horas bajo un permanente estado de observación por parte de sus captores.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Cómo es posible que no muestre a estas alturas alguna señal de flaqueza? Es muy raro. Nunca había presenciado tanta fortaleza. Déjenlo unas cuantas horas más. Debe de estar entrenado para este tipo de torturas.

Pasadas ya, no horas, sino días, un oficial de rango inferior se dirigió a su jefe con tono de preocupación: Señor, el detenido lleva dos días y ahora dice que la gota empieza a tener ritmo. Creo que está escribiendo una canción.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Una canción? No puede ser una canción. Seguramente ya no podrá más y estará escribiendo su confesión.

Oficial alemán: – Permítame que discrepe, señor. No creo que sea una confesión porque de vez en cuando tararea en alto y sigue el ritmo de la gota con el pie derecho.

Comisionado de la policía alemana (en pleno ataque de ira): – ¡Voy a entrar! ¡Abran la puerta!

Comisionado de la policía alemana: – ¡Dígame inmediatamente el nombre del grupo al que pertenece!

Manolo: -Pertenecer, pertenezco a Cambados.

Comisionado de la policía alemana: – ¡Ah! Lo sabía. La gota hora tras hora ha logrado taladrar su voluntad y al fin comienza a confesar ¡Explíquese! ¿Qué tipo de organización o grupo terrorista es esa llamada “Cambados”? ¡Y no juegue más conmigo o se arrepentirá! Dígame, ¿han sido ellos los que lo han entrenado? ¿Ha desarrollado usted su formación allí?

Manolo: – Podría decirse. Lo de las gotas éstas, es muy común allí en mi tierra.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Cuánto hace que pertenece a ese grupo…“Cambados”?

 Manolo: – ¡Uy! Desde siempre.

 Comisionado de la policía alemana: – ¿Dónde se encuentra?

 Manolo: – Cambados se encuentra en la margen izquierda de la ría de Arousa, ¿Sabe que está considerado como la capital del Albariño? Un vino con mucha fama que elaboramos yo y mis paisanos a partir de cepas que fueron traídas de Renania en el siglo XII. Lo cultivamos de forma artesanal en pequeñas terruños que unos tienen aquí y otros allá, a veces ni se sabe dónde están los lindes. Suele haber muchas disputas vecinales por ellos que, a veces, acaban bastante mal. Hay muchos vecinos con mala leche pero, en general, nos vamos arreglando. Bueno, como le decía, el Albariño está catalogado entre los mejores blancos de Europa. No es que quiera faltarle a usted, señor oficial, aquí tienen buenos blancos, pero ni comparación con el nuestro.

 Comisionado de la policía alemana:  – ¿Y dice usted que es bueno ese vino?

 Manolo:  –  Decir “bueno” es quedarse corto y si lo acompaña de unos pimientos de Padrón o una tapita de pulpo, no vuelve usted a acumular tanta tensión como la que tiene con este trabajo suyo, con tanto grito y tanta orden. Si hasta tiene usted mala cara. Ya lo decía mi tío Ambrosio, hay que saber relajarse y él vivió hasta los ciento cinco años años.

Comisionado de la policía alemana: –  Ciento cinco años años son muchos años… buenos genes.

Manolo: Ya le digo y el Albariño que ayuda mucho.

Comisionado de la policía alemana:  – ¿Cree de verdad que tengo mala cara? ¿Podría, quizá, conseguirme unas botellas de ese vino?

Manolo:– Poder es posible que se pueda. Depende.

Comisionado de la policía alemana: (sentándose en una silla y echándose a llorar):

– ¿Depende de qué?

Livia de Andrés

Sala interrogatorio

Interrogatorio realizado por un comisionado de la Gestapo a un prisionero de origen gallego.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Estaba usted el 25 de octubre en la Prager Strasse?

Manolo: – ¿Cómo?

Comisionado de la policía alemana: – ¿Estaba usted el 25 de octubre en la Prager Strasse?

Manolo: -Depende.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Depende? ¿Depende de qué?

Manolo: – ¿Por qué lo quiere usted saber?

Comisionado de la policía alemana:¡Responda! Quiero saber quién y por qué se detonó ese dispositivo.

Manolo:  – ¡Ah…! Eso puede ser por cualquier cosa.

Comisionado de la policía alemana: – ¿Cualquier cosa? ¡Alguien lo ha planeado y quiero saber inmediatamente todos los detalles!

Manolo: – Vaya usted a saber. Una vez mi tía Rosario, que solía pasearse por el pueblo con su novio, que era primo del que tenía el quiosco más grande, fue acusada de que su novio…

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El Harakiri

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No suelo presenciar programas electorales y menos en la televisión, pero reconozco que ayer me divertí como hacía tiempo que no lo hacía.

La caricatura del señor Sánchez fue de lo mejor que he presenciado sobre cómo suicidarse políticamente y como persona, aunque ya esperaba que perdiese por completo los papeles, pero no a tal punto de descontrol.

Antes de proseguir quiero aclarar que no me decanto por ninguno de los dos candidatos, a pesar de haber trabajado junto a políticos en el Parlamento Europeo durante años que buscaban mi afiliación con asiduidad.

Digamos que soy de corte liberal y me gusta pensar por mi cuenta.

Aclarado este punto, puedo afirmar que ayer, el señor Sánchez se encontró con la horma de su zapato y es que no hay peor castigo para un histérico descontrolado, borracho de poder, que como única técnica de debate, utiliza el método de los macarras de toda la vida, es decir, no dejar hablar al contrario, encontrarse con alguien tranquilo.

Por tanto, como contraste la calma del señor Feijoo, su paciencia y, sobre todo, su cara socarrona mientras probablemente pensaba «me estás ahorrando el trabajo», es lo peor que le puede pasar a un chulo de barrio.

Los nervios de Sánchez eran palpables desde el primer instante de su intervención, sus manos temblorosas, su boca seca, sus gestos tensos y descompuestos junto con su nulo control sobre ellos, mientras las gotas de sudor iban perlando su cara.

¿No saben los maquilladores de AtresMedia que además de los polvos sueltos existen los compactos para tales ocasiones? Aunque, en esta ocasión no creo que le hubiese servido ni el cemento armado para tapar aquel desastre.

Sus gestos cada vez más histéricos, en una cara con numerosas marcas y arrugas, un rostro incompresiblemente desgastado tras tantos tratamientos estéticos, sus sonrisas forzadas por las que asomaban unos dientes artificiales y sobre todo, sus sólidos argumentos del tipo: «pero por favor, Señor. Feijoo».

Obligada mención merece también la intervención de los moderadores para poner orden en ese caos constante, vergonzosa muestra de lo que se hace para mantener el puesto aunque haya que bajarse los pantalones delante de todo España, para eso hay que nacer. 

Pues dichos individuos se ganaban el sueldo mirando en silencio como el señor Sánchez al que dejaban hablar cuando no le tocaba e interrumpir también, sudaban cuando su amo y señor los miraba, como si estuviesen a punto de asesinarlos, para que le cedieran la palabra cuando no tocaba, ayudando como podían, mintiendo en los tiempos de los turnos de intervención. 

El más perjudicado, Vallés, que se mostraba algo más avergonzado que su compañera, tenía la boca más seca, ojos de susto cada vez que se veía obligado a intervenir para disimular lo indisimulable. Un espectáculo esperpéntico.

Mientras, Pedro se disparaba a sí mismo una y otra vez, mirando con los ojos salidos de las órbitas al otro lado de la mesa en el que se veía a un Feijoo, controlado, paciente, que ya sabía que iba a una televisión en le iba a ser muy difícil que lo dejasen hablar, pero con muchas más tablas y autoridad y con bastante más experiencia política que su contertulio.

El asunto iba de perlas, cuanto más hablaba Sánchez, más en picado caía. De hecho el propio Feijoo, preocupado ante el estado nervioso de su contrincante que hablaba sin freno alguno, atropelladamente, sin sentido, que no contestaba a nada y que negaba hechos que figuraban escritos en el diario de sesiones del Congreso de los Diputados, le sugirió que pidiese ayuda para calmarse. Pues quedaba patente que, a veces, parecía que iba a perder el control del todo. Era un espectáculo patético y un autorretrato merecido.

Pues ¿Qué hay mejor que el Presidente del Gobierno saque a la luz su verdadera esencia sin necesidad de ayuda? Un Presidente al que odia media España y la otra media también. 

Mientras yo lo observaba gozosa, pensaba en los consejos que los asesores le habrían estado dando durante los cuatro días de preparación del asunto. Pues, ni caso, porque seguro que no le aconsejaron que perdiese los papeles de esa manera.

El problema es que cuando una persona tiene un carácter y no lo domina, éste se refleja inmediatamente en cuanto abre la boca. Si al menos se tratase de una persona con cierta educación, pero el Señor Sánchez, que no ha estudiado nada y ha copiado todo, hasta las comas, no tiene el bagaje suficiente como para ejercer dominio sobre sí mismo, ni para retener datos, sólo es presa de sus propias soflamas. 

Por tanto, si le dices ¿Qué ha pactado usted con Marruecos? Te contesta «Vox, fascista». O si le preguntas ¿Por qué ha pactado con Bildu cuando dijo que no lo haría?» Responde: «El pegamento de Vox, fascistas». Y eso es porque carece de argumentos, no puede responder a nada. En realidad, tiene ganas de decirte a la cara: «Yo hago lo que me da la gana» pero en un debate queda feo.

Es la técnica del maltratador: ¿Por qué has tirado la comida al suelo? Contestación: » Puta». Pues eso.

Creo que también merece especial mención, por su tremenda agudeza mental, el comentario de Rosa Villacastín en Twitter:

«Feijoo es un mentiroso convulsivo (sic). No solo miente, no deja hablar a Pedro Sánchez».

Yo sinceramente no ví que Feijoo sufriese ninguna convulsión durante el debate, quizá fuese porque no mentía, aunque está bien saber que mentir puede producir «convulsiones».

Y ahora, España está a la espera de que el psicópata se vaya de una vez. 

Creo que ayer quedó patente que se había echado a sí mismo de una certera patada, pero nos queda esperar al posible tongo de Correos o que se apaguen las luces de varias provincias o de toda España, que éste lo hace todo a lo grande y recemos porque no estallen trenes o no choque ningún barco en las costas gallegas porque ¿Qué se puede esperar de una persona que, siendo Secretario General de su Partido se atreve a meter papeletas en una urna detrás de una cortinilla, lo echan y el tío vuelve presumiendo de honradez? Pero en este país todo es posible, ya que nadie esperaba que este mismo individuo, después de semejante gesta, se convirtiese en Presidente. 

Por tanto, como esperar se puede esperar de todo. 

Desde que hay registros

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Estoy empezando a preguntarme si los satélites apuntan también hacia esta esquina del mapa, porque cada vez que me asomo a la ventana cada mañana en busca de la anunciada ola de calor africano, me encuentro con unos dieciocho o diecisiete graditos, niebla al amanecer y al mediodía se despeja. Vamos, lo de toda la vida. 

Eso sí, estoy segura de que va a cambiar porque, por aquí, la primavera suele traer temperaturas bastante agradables e incluso calor, aunque siempre ha habido excepciones. Por aquí nunca se sabe lo que se puede esperar, por eso no esperamos, simplemente dejamos que ocurra. 

Aunque para ser totalmente sincera, va por ciclos, como siempre ha ido. Recuerdo veranos malos, en los que llovía, eran ciclos que duraban unos dos o tres años o lo contrario. Temperaturas demasiado altas en meses en los que no tocaba y en los que tocaba, sucedía al revés. Lo llamábamos ciclos y está en mis recuerdos y gráficamente plasmado en mis fotos con fecha y todo.

Ahora, tampoco se quieren mencionar las fechas, casi no se puede hablar de nada, es una censura muy agobiante. Por tanto, la frase correcta es: «Desde que hay registros» así no te pillas los dedos porque si te preguntan algo concreto sobre el tiempo, tú contestas que no estaba en los registros y ya está ¿Quién va a saber a qué registros se refieren o dónde están los registros? 

Cuando era muy pequeña, nos decían que no comprásemos ninguna propiedad cerca de la playa porque el litoral iba a ser absorbido por el mar varios centímetros e íbamos a terminar por tener centollas a la puerta del chalet. 

Debo informaros de que, de momento, eso va bien, lo del agua, ya que no ha llegado a la puerta de ninguna casa. Eso sí, el pavor a que el nivel del mar subiese por estas costas ha permitido que muchos de los que anunciaban este desastre tengan casa al borde del mar. 

Lo de las centollas no va tan bien, el marisco está desapareciendo, la pesca se hunde y este sector está cada vez más arruinado. Era algo que estaba programado y muy bien firmado para deshacerse de uno de los sectores más productivos de España y, ya puestos, han ido también a por la agricultura.

Yo, a pesar de tener mis sandalias preparadas para el aire africano y las temperaturas extremas, no hago más que salir de chaqueta. 

Esa ola de calor que va a derretir Galicia y que ya está afectando a muchas otras partes de España, como ha pasado muchos años atrás, según recuerdo, no acaba de aparecer. Sin embargo, tienen al personal muy preocupado mirando al cielo e incluso cariacontecido diciendo que si las cosas siguen así, no sé que vamos a hacer. 

Es el cambio climático, el cambio «climatológico», hasta las tormentas han perdido su nombre para denominarse «Ciclogénesis explosivas». Y es que es una vulgaridad eso de decir «tormenta». Lo otro suena a como si el cielo se te fuese a caer encima de la cabeza y mientras todos observan las nubes y los alarmantes colorines de los programas del tiempo, no miran hacia otros lados y no se enteran de nada.

«El tiempo anda loco», decían nuestros mayores, ahora hay que decir: «No se recuerda algo así desde que hay registros».

Ahora la gente se cae redonda al suelo en Santander, en pleno Paseo de La Concha, con dieciocho grados de temperatura y te dicen que ha sido un golpe de calor. De calor no creo, pero un golpe, seguro, lo que nunca explican es a qué se debe el golpe. Antes te decían «Ha sufrido un ataque al corazón» o » Le han golpeado en el cráneo con un hacha y no lo ha podido superar». Ahora se trata de golpes de calor. Es terrorífico.

Menos mal que lo de los registros, es sólo para jugar al despiste. Debe de ser que no han registrado nada hasta el año 2020 en que han empezado a registrar y por eso, todo data de ayer. Esto no se ha visto desde que hay registros, hasta que preguntan a alguien con suficientes años y los contradice: «Hombre yo recuerdo un invierno en Coristanco en el que se caían los pájaros de calor, también aquella vez que nevó en La Coruña…» Esto lo cortan y vuelven a lo de los registros, que, al fin y al cabo, impresiona más.

En cuanto el asunto se recrudezca y de verdad lleguen las altas temperaturas, ya podrán seguir quemando los montes para poner esos espantosos monstruos de hierro en forma de molinillo. Nada más ecológico que las aspas cargándose a todos los pájaros que vuelan cerca de ellos pero, por cada molinillo que mata nuestra precioso paisaje y no digo sólo aquí en Galicia, sino en toda España, se gana una pasta aunque se destroce la riqueza más preciada que tiene nuestro país, el campo. Un plan muy ecológico.

Lo que sí puedo afirmar sin temor a equivocarme es que no recuerdo tantas estructuras eólicas destruyendo la naturaleza desde que hay registros. 

Sobre prácticas antiestrés

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Esta tarde ojeado libros antiguos me he encontrado con uno que perteneció a mi abuelo Julio, editado en 1935, cuyo título rezaba de la siguiente manera: «Método Práctico para vencer el Agotamiento, Nerviosismo, Abatimiento y la Depresión de Ánimo».

En él se habla de todo lo que se escribe hoy en día sobre técnicas contra la ansiedad y el estrés. Esto hace que me ratifique en que no hay nada nuevo. Es decir, o te calmas tú sola o pagas para que te calmen o no te calmas ni tu sola, ni tampoco a los que les pagas.

He leído todo tipo de textos y libros sobre terapias antiestrés o contra la ansiedad, y no he podido evitar pensar si realmente funcionan o son una forma barata de ahorrase un psicólogo.

Todo el mundo sufre de estrés en mayor o menor grado. A lo largo de los años he aprendido a lidiar con situaciones que habitualmente provocan ansiedad y he desarrollado algunas técnicas que me funcionan. Sin embargo, hay otras, muy extendidas hoy en día, que no acabo de dominar. Confieso que lo he intentado, aunque sin mucho éxito hasta el momento.

Una de ellas es el famoso Arte de la Meditación y actuar de forma consciente. Y es que a mí, lo de conectar con la paz del cosmos, con los ojos cerrados me parece que es el campo de cultivo perfecto para hundirme en la miseria más absoluta. En cuanto mis párpados se cierran, me asaltan todos esos pensamientos que no debo tener, si lo que pretendo es encontrar mi paz interior.

Esta técnica de dejar pasar los pensamientos ante ti visualizando imágenes o rememorando sensaciones positivas que provoquen reacciones agradables, me conduce, casi siempre, al despertar de mis instintos asesinos y pienso en todo lo que no debería pensar. Si además, debo dejar pasar los pensamientos sin juzgar, el asunto ya se convierte en una tortura. 

Existen las conocidas técnicas sobre cómo actuar de forma consciente, ejemplo, «lávate los dientes con consciencia, respira, siente el cepillo en tu mano».

Lavarse los dientes es un gesto automático pues se realiza todos los días y varias veces, pero tampoco voy a prestar mucha atención a cómo resbala la pasta dentífrica sobre un molar o un colmillo. No creo que eso me desestrese. Algo muy distinto es que hay personas que se lavan los dientes con inquina, como si los dientes les hubiesen hecho algo malo e intentasen arrancárselos a base de frotar. Entiendo que hay gente que ha cometido errores de los que se arrepiente y algo de frustración tienen que sentir, pero no creo que con dejar las cerdas del cepillo pegadas a los incisivos lo arreglen.

O la tan extendida práctica de «caminar despacio», la vida slow para ser más feliz.

Depende. Esto a mí me puede poner muy nerviosa. No puedo desplazarme hacia la nevera a coger un poco de leche caminando despacio porque no me centro en cómo mis pies tocan el suelo, sino en la puerta de la nevera esperándome para ser abierta y de regreso a la mesa, otro tanto de lo mismo. Descartado. Acabaría con una taquicardia espantosa, tirada encima de la mesa y haciendo respiración diafragmática para bajar las pulsaciones. Demasiado trabajo. 

Esta desestresante técnica de realizar las cosas lentamente se extiendo a aquello de «comer con atención».

Reconozco que esto se me da bien. Primero, porque suelo comer despacio y segundo, porque siempre me fijo bastante por si me llevo una espina a la boca o por si algún mejillón intenta colármela escondiendo alguna barba. Aquí atiendo.

En cambio, hay otros que sí deberían practicarlo. Me refiero a esa gente que engulle, que no mastica, ni habla mientras come y que no te mira a la cara hasta que no ha terminado, que es cuando empiezan a mirar hacia tu plato, generalmente por dos razones: Una, que quieren comerse lo que tú tienes; Dos, que no pueden esperar a que termines para que paséis al postre. 

Y aquí me remito al punto anteriormente citado: «La técnica de visualización de imágenes sin juzgar» Si me asalta una imagen como ésta ¿Cómo voy a dejar de juzgar y encontrar mi paz interior cuando lo que quiero es fulminar al sujeto en cuestión?

Existen otros consejos en la misma línea tales como, «quitarse los zapatos sintiendo la liberación y guardarlos con respeto.».

Qué gran descubrimiento ¿Quién no ha sentido ese placer liberador de descalzarse después de un largo día fuera de casa? Ahora, lo del respecto a un zapato, es lo mismo que decía mi abuela: «No tires los zapatos de cualquier manera en el armario que después hay que colocarlos». Yo creo que en este punto el que quiere que le tenga respeto al zapato es la persona que lo guarda. En mi caso, que practique esta técnica o no, depende ya de la etapa de la vida en la que me encuentre, si hablamos de un piso de estudiantes, no había ningún respeto por el zapato porque lo tiraba por el aire y lo dejaba donde hubiese caído, ahora que los tengo que colocar, los respeto muchísimo.

Podría seguir hasta el infinito con todo tipo de consejos prácticos para disminuir nuestros niveles de ansiedad, sin embargo, una de las técnicas más efectivas, al menos en mi caso, es sumergirme en agua fría, que activa la rama parasimpática de mi sistema nervioso y hace que salga en un estado de relajación incomparable. En general, para esta práctica suelo utilizar las Rías Gallegas, más que nada por cercanía. 

Este contraste entre el agua del mar y calor del sol, apacigua cuerpo y espíritu, además de despertar mi apetito, para lo cual, propongo terminar el día tomando unos mejillones al vapor, un plato de pulpo o unos trozos de empanada, regados con algún Albariño.

Eso sí, para que funcione esto del mar y las tapas hay que practicarlo con frecuencia, además puede hacerse de forma consciente o totalmente irreflexiva y una vez que empiezas, es difícil dejarlo, sobre todo lo de las tapas.

Olor a nieve

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Aún con el pelo mojado de la ducha me acerco a la ventana. Empieza a nevar.


Mientras todos duermen yo disfruto del silencio y la cálida estancia que me ofrece un espectáculo que echaba de menos, mientras pienso en el desayuno que nos espera abajo.


El café recién hecho, el pan, la mantequilla, mermeladas, fruta, huevos y otras cosas que sólo me permito comer en ocasiones especiales como estas o algún domingo, me esperan.


La noche después del viaje ha sido plácida, me siento descansada y lejos de ese bullicio de la cuidad, que aún no echo de menos.


Ayer al bajar la ventanilla del coche ya predije que iba a nevar durante la noche, aprendí a oler la nieve cuando vivía en Zúrich, la nieve me entusiasma.


Siempre he sentido este tipo de exaltación por los fenómenos atmosféricos. Recuerdo que, cuando era pequeña e iba en coche con mis padres, si se desataba una ventisca de nieve en la que se perdía toda visibilidad, yo estallaba en gritos de alegría.


Hoy en día, comprendo sus caras de preocupación pero mi recuerdo sigue presente aún hoy: la parada obligada, tomar algo caliente con unas castañas asadas, la generosidad del dueño de bar que nos acogía hasta la hora en que pudiésemos reanudar la marcha.Aquellas charlas cerca de una chimenea, el olor a castañas, la bondad de la gente, son mis recuerdos de las ventiscas.

En Zúrich que está hecha de nieve, de lagos y de picos cubiertos de un permanente manto blanco, en cuanto caían los primeros copos por la mañana, cogíamos la cámara, el coche y nos lanzábamos a hacer fotos durante largas horas. Todo solía terminar delante de una fondue de queso, que acompañábamos con copas de vino blanco. 


También recuerdo esos copos a las siete de la mañana mientras me dirigía a la universidad atravesando la Plaza Mayor de Salamanca. Solía ir temprano por tres razones: una, que me gustaba desayunar en uno de esos antiguos cafés cerca de la facultad en los que la calefacción te permitía librarte de la ropa de abrigo nada más entrar; Dos, una beca que debía que mantener estudiando mucho, además de que, tres de mis profesores ya me habían ofrecido llevarme el doctorado, incluido el primer año pagado en Estados Unidos; Y la tercera razón, que era la persona más feliz del mundo en aquella pequeña cuidad peatonal llena de piedras y costumbres milenarias que no podía dejar de recorrer y descubrir, consciente de haber dejado atrás ese odio sin razón, ese silencio injusto que en mi último día de clase en mi cuidad natal, se tornó en un bombardeo de preguntas, incomprensibles para mí, sobre la razón de mi marcha. Un silencio sólo roto con el anuncio de mi inminente traslado.

En Salamanca también nevaba, hacía frío, una frío seco que no me molestaba, no como la humedad gallega, muchas veces estábamos a temperaturas bajo cero, pero en la Universidad jamás se pasaba frío, en ningún sitio en realidad. La luz brillante del sol y las enormes estrellas del cielo de Castilla de noche o los acordes de «Losing my Religion» de algún músico en los arcos de la Plaza siempre estaban presentes para acompañarme.


Nunca he sentido frío con la nieve, de hecho cuando nieva no hace frío. Sí, recuerdo un día horrible, como horrible era la compañía, en Berlín en el que pasé mucho frío, tanto en el cuerpo como en el alma. Ese tipo de frío no se olvida y sólo se puede intentar tapar con la calidez de otros recuerdos. 
Fue en un viaje corto que yo me empeñé en hacer para conocer la cuidad. Era de día, aún no nevaba, esa es la peor parte. El cielo se teñía de unos colores muy extraños, gris oscuro, rosa, gris claro, negro, parecía que iba a caer la bomba atómica. 


No había nadie por las calles, por las calles donde yo estaba, por los menos. Claro que me había metido en un Berlín Este aún no reconstruido. El paisaje, que aún no había dado tiempo a reedificar, era de la post guerra. Tanto es así que en muchos de los muros de los edificios que nos rodeaban, aún se podían observar los agujeros de las balas.


Todo era gris y había un silencio tan ruidoso que me hacía temblar y no de frío. Como sin darme cuenta se hizo de noche, una noche profunda que parecía que nos iba a tragar, caminábamos por calles desangeladas, vacías, sin gente, no había nadie, ni nada. 


Eran tan sólo las dos de la tarde, cuando sentí que algo liberaba un poco aquella tensión pre apocalíptica y miré hacia el cielo, entonces pude sentir los primeros copos deslizándose por mis mejillas, aquello me hizo sonreír. 


Lo último que recuerdo es mirar hacia un lado, ver unas velas doradas en la ventana de una café, entrar y pedir un brunch entre enormes pandillas de alemanes ruidosos y es que, si otra cosa trae siempre la nieve consigo es hambre, mucha hambre.


Y aunque aquí la nieve cae fuera de la casa y la sensación de apetito no es la misma que si has estado en medio de la nieve, debo confesaros que mientras escribo sólo puedo pensar en ese café que me espera abajo, por tanto, si me disculpáis…

Puedo prometer y prometo

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Prometer se puede prometer de todo y siempre.

Imaginaos que yo os digo que a cada uno que me lea voy a mandarle cincuenta mil euros, os veo leyendo aunque escriba qué he desayunado hoy ¿Me equivoco?

Con los políticos funciona igual, ellos prometen en sus programas electorales con desahogo, son elegidos y sus promesas quedan en el olvido sin más consecuencia.

Nunca lo he entendido, porque, a mi modo ver, puede equipararse a un incumplimiento de contrato pero sin consecuencias. 

Los días preelectorales sueltan lo que quieren en sus encendidos discursos y en cuanto se acomodan al día siguiente, pactan con quien les viene bien o hacen absolutamente lo contrario a lo que han venido proclamando durante meses. 

No hay consecuencias para nuestros representantes públicos porque la mayoría los españoles olvidan, vuelven a sumergirse en sus rutinas diarias y en sus quejas de desahogo en los bares. Verdaderamente desalentador y deprimente.

La resignación de los españoles paga los sueldos de los políticos.

Por esa razón, nunca he entendido por qué los programas electorales no se firman ante notario.

Sería lo más lógico. Si no se cumplen todos y cada uno los puntos que se prometen a los ciudadanos, simplemente, el partido en cuestión tiene que abandonar su escaño, su sueldo y buscarse la vida en otra cosa. Se acabarían las promesas al aire.

De esta manera, prometerían sólo y únicamente lo que fueran a cumplir. 

Supongo que en esta tesitura sólo habría un par de puntos en sus programas pero, por los menos, no tendríamos que votar un cheque en blanco y pagar durante cuatro años para que lleven a cabo todo lo contrario a lo que, en realidad, queremos que arreglen. De paso, y ante notario, nos libraríamos del noventa por ciento de los mentirosos y sus mentiras de un plumazo, nunca mejor dicho. 

Y de esta forma, sólo permanecerían los que cumpliesen lo que llevan en sus programas electorales, lo que reiteran con fruición por todas partes de España hasta el día anterior a las elecciones, día en el que nuestros representantes sienten una gran liberación, la de saberse pagados durante cuatro años más, sin tener que realizar el esfuerzo de ir de pueblo en pueblo, besando, saludando y prometiendo. 

Bajo mi punto de vista es de una lógica aplastante.