Etiquetas
Hay gente que se aburre mucho y sienten curiosidad por las conversaciones ajenas. No se lo reprocho.
Se trata de ese tipo de personas que se pega a tu mesa aunque el local entero se encuentre totalmente vacío.
Suelen ser individuos de mirada perdida, que parecen estar absortos en asuntos de trascendencia. No es así, pues por mucho que miren al infinito y sus cuerpos inmóviles emulen a las estatuas, lo que en realidad hacen es escuchar conversaciones ajenas.
La verdad es que pocas veces me doy cuenta de este tipo de espionaje. Sin embargo, cuando lo descubro, me resulta imposible continuar conversando. Siento un pudor infinito al saber que alguien escucha lo que estoy diciendo, aunque esté hablando del asunto más frívolo de la tierra. Es privado, me incumbe a mí y la persona que me acompaña.
En principio procuro no darle importancia y me lo tomo a broma. Intento coger desprevenido al espía y suelto frases como: “Y ahora interrumpimos unos segundos la charla para acercarnos a ver las novedades del Corte Inglés que está trayendo unos colores fantásticos para esta primavera”. Con ello intento que se den por aludidos y a veces lo consigo, por lo menos se sorprenden.
Pueden darse dos tipos de reacciones: que el espía se ofenda y se vaya; o peor, que se muestre aún más interesado por si paso a hablar de otro tipo de oferta.
Estar en compañía de una persona y no poder hablar es un verdadero rollo, por lo que pruebo otras estratagemas. Invento una forma de conseguir que flaquee en su impertérrita postura y se delate.
¿Cómo? Una de las maneras más efectivas, para lograr que alguien te mire, es hablar sobre ella con descaro y de forma impertinente. Ya que no te escucha, tampoco puede reaccionar. Puedo, por tanto, hablar sin pudor sobre esa gente que se dedica a escuchar conversaciones ajenas; opinar sobre su corte de pelo, su ropa, lo que se me ocurra pero que moleste. Si tengo suerte, reacciona, me mira con espanto, yo sonrío, se levanta y se va. Asunto resuelto.
Y no sólo me molesta que me espíen cuando mantengo una conversación privada, hay otro tipo de situaciones que me sacan de quicio.
Algunas veces al entrar en una tienda, me acerco a una prenda o algo que me gusta y cometo el craso error de manifestarlo en voz alta. Aquí empiezan mis problemas. Si hay alguien cerca suele abalanzarse sobre mí para arrancarme lo que sea de las manos a codazos y hasta a dentelladas. Ocurre lo mismo con los grupos. En este caso, se forma un enjambre que intenta por todos los medios que suelte la prenda o el objeto en cuestión.
Siempre he pensado que sería una crack del marketing, pues lo que toco, se vende. Es igual en qué tipo de tienda me halle, alimentación, muebles, ropa, zapatos, si ven que estoy interesada, se vende.
Si este tipo de situaciones ocurren yendo acompañada por mi madre, la cosa empeora mucho. Ella suele tener por costumbre describir con infinito detalle y manera exhaustiva, los pros y los contras del artículo, con una precisión tal, que convence de su buen o mal uso a todo el que se encuentre cerca. La reacción del público es, en este caso, mucho más agresiva.
Después de años de observar este tipo de conductas a mi alrededor, pensaréis que estoy loca, he desarrollado una técnica de distracción que consiste en ir corriendo hacia el peor artículo que vea y, en el preciso momento en que observo que el grupo se dirige corriendo hacia mí con intención de arrebatármelo, ejecuto un rápido giro hacia la prenda u objeto en el que realmente estoy interesada y con un raudo e imperceptible movimiento, me llevo el objeto deseado antes de que los demás tengan tiempo a reaccionar.
Sé que contado así parece una locura, pero me ocurre constantemente y en todas partes.
Es cierto que todos nosotros podemos escuchar casualmente conversaciones por la calle o en cafeterías. También es una reacción normal, que la gente se sienta atraída por las cosas que otros quieren. Según he oído, constituye una conocida estrategia de marketing decir frases como: “Ahora todo el mundo se está comprando…” Y va y lo compran. Sin embargo, para mí, cierto tipo de comportamientos se hallan fuera de toda lógica.
En fin, si algún gran empresario que quiera incrementar sus ventas o si algún programa de radio tiene problemas de audiencia, que se pongan en contacto conmigo y subirán como la espuma 🙂
Se llama instinto gregario, Livia, pero me has empujado a recordar un asuntito. En una comida con amigos, de ese tipo de amigos con los que, además, has compartido profesión durante más de veinte años, por lo que suelen estar al tanto de cada pequeño episodio del compañero, dediqué un rato muy largo a describir, no solo la personalidad y la conducta, sino el estado diario del dormitorio, entre otras, de una joven alemana invitada a mi casa en más de una ocasión, y cuya boda, sus preparativos, por razones que no vienen al caso, corría toda de mi cuenta. Mi contar era celebrado casi de continuo con una hilaridad desatada y contagiosa, todos a una, mientras yo gozaba mi narración, mi catarsis y mi venganza. Pero alguien miró el reloj y dijo: -¡Heeey, son las cinco y diez!-, había convocado un claustro a las cinco, así que nos levantamos corriendo como alma que lleva el diablo. Pero antes de salir del local, giré la cabeza y descubrí al dueño desperezándose detrás de la barra -en exceso próxima a nuestra mesa- y aún con la risa en la boca; había escuchado de alfa a omega mi propia versión de los Nibelungos: Huy, vaya lo siento, tío, la semana que viene volvemos, prometo darte el desenlace. Respuesta, sin brizna de vergüenza, confusión o tirantez social: ¡Bufff, menos mal, ibas por lo mejor..! Insisto en que tienes que venir a conocer mejor Valencia, ya sabes, las fallas y todo eso 🙂
Interesante historia y muy divertida. Me la puedo imaginar.
Debemos de tener un gen en la familia 🙂
Y anímate, mujer, creo que Valencia merece la pena 🙂
Y hay un detalle… las mesas compartidas que se están poniendo de moda. Estás sentado al lado de gente que no conoces y, a veces, resulta que la persona que tienes al lado ha venido a comer sola. Es inevitable que te esuche, no tiene nada mejor que hacer.
Recuerdo que un día, comiendo en una de estas mesas altas que compartes con otras personas, estaba con un amigo hablando de una chica que me tenía loco. Loco por lo mucho que me gustaba, y loco por lo poco que la entendía.
Y allá estábamos los dos, tratando de descibrar los enigmas de la mujer, cuando la chica de al lado, que estaba sola, con un simple «perdona que me meta, pero…» se sumó a la charla y ahí estuvimos departiendo y montando estrategias de conquista.
El resultado fue nefasto, la chica de mis locuras pasó de mí como de comer flores, pero la charla fue agradable y la «espía» ahora es amiga.
Besos
Un buen resultado, ahora tienes una amiga más 🙂 y seguro que la que te gustaba tanto, no valía la pena.
Un beso.