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La sensación de lo inexorablemente perdido nos sume en la melancolía.
Esa bruma cegadora que algunos se empeñan en cultivar, fuente de las mejores rememoraciones poéticas, no es otra cosa que un proceso de reactivación y magnificación de la nostalgia.
La búsqueda sin pausa de la resurrección del pasado produce su engrandecimiento pues, probablemente, si lo viviéramos de nuevo no sería tal y como lo imaginamos.
Muchos, consciente o inconscientemente, conservan recuerdos de una realidad perdida cuyas dimensiones no fueron las verdaderas.
Cuando éramos niños, temíamos aquel pasillo oscuro, que seguramente no era tan largo, ni sus sombras tan densas.
De igual modo, el motivo por el que dejamos por el camino a aquella persona era, simplemente, porque no la amábamos.
Tampoco los recuerdos de aquellos lugares están exentos de malas experiencias los cuales, nuestra selectiva memoria, ha borrado.
No es cierto que el pasado haya sido mejor, lo único cierto es que hay que pasarlo.
Y, siempre que sea posible, recorrerlo sin mitificarlo.
Pero también es cierto que si optáramos por esta senda de realidad, perderíamos a todos los poetas y escritores que han amplificado sus recuerdos para aterrorizarnos con largos pasillos, hacernos sufrir por amores imposibles de recuperar, o lograr que huyamos con la mente a esos lejanos lugares del planeta por los que abandonaríamos casi todo.
Sería imposible para los que nos gusta soñar que nuestra vida no es una, sino varias, vivir sin esos mundos interiores propios. Mundos amontonados por deseos imposibles de realizar que dan paso a las brumas de la melancolía, ésa que deja los sueños sin retorno.
No podríamos despertarnos sin soñar que la vida es un sueño de realidades perdidas. Esas realidades que alimentan nuestros deseos de vivir posibilidades que nos empeñamos en pensar que, quizá algún día, se vuelvan realidad.
Por eso, seguimos resucitando el pasado, soñando, leyendo y escribiendo, porque nos empeñamos en pensar que viviremos historias aterradoras, que seremos los protagonistas de amores tan intensos como inconfesables y que descubriremos lugares tan perdidos como nosotros.
Me ha gustado mucho, gracias!
Me alegro mucho, Javier.
Somos propensos a creer que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y estoy enfermo de eso. Pero algo tan bueno como lo que pasó puede volver a suceder, y ahora, en teoría, deberíamos saber cómo hacer para que no se nos escape y se convierta en un nuevo recuerdo añorado.
Mañana puede ser el mejor día de tu vida. Eso siempre.
Una entrada preciosa.
Un abrazo.
Gracias, Ángel. Precioso comentario, como siempre.
Quizá ambos sepamos ya cómo retener esos momentos.
Otro abrazo,
Livia